«Yo soy distinta de ellos, yo soy morocha y ellos son rubios», pensó Marou. Ocurrió una tarde de lunes, y pudo haber sucedido en 1991, cuando tenía siete años.
Uno de los recuerdos infantiles indelebles de Marou Rivero es la impresión que le produjo mudarse del pueblo Recreo en Catamarca hacia Río Cuarto (Córdoba). Esa niña con una locura de vivir, a la que sus amigos le decían “Pocahontas” por ser morocha, se sintió “rara”. Cuando algo nos parece inconveniente o desviado lo llamamos raro y así se sentía Marou con todos sus compañeritos gringos rubios de ojos claros.
Marou Rivero es algo así como una mujer feliz. Y su felicidad tiene que ver con que es libre. Si no hubiese sido la niña que fue, hoy Marou sería otra. Pero ella tuvo una infancia llena de libertad, y por eso, al igual que cuando era niña, sus momentos más felices se producen cuando baila:
—Siempre cuando bailo, me conecto con una parte de mí que es relinda. Ahora recuerdo cuando estuve por segunda vez en Barcelona y me encontré con un amigo que vivía en Londres, y fuimos a bailar. Podría estar bailando toda la vida. Cuando bailo, siento que algo fluye.
Bailamos, bailamos, bailamos. Luego nos detenemos y pensamos: es triste saber que todo nos envejece. Nunca nunca más seremos niños. Sin embargo, hay algo que a Marou la entristece aún más:
—Las separaciones. Hay algo de tristeza en el dejar de ver a una persona, dejar de tener cotidianeidad y de tomar esa decisión de decir: «hasta acá». Es el desapego y después, a los seis meses, te das cuenta de que fue la mejor decisión que podías haber tomado. Muertes de los familiares y abuelos son cosas muy tristes, pero inevitables.
El aroma del café se huele en la librería “Libros del Pasaje”, en Palermo. La escucho y me entero de que Marou daría la vida por su hermana, Calu, a quien le lleva dos años de edad:
—Aprendí de ella y de la conexión que tiene con su intuición. Una no le da bola a la intuición y después se arrepiente. Ella es muy de seguir esa energía que le fluye, va y se la juega toda. Eso me parece bárbaro y es una de las enseñanzas más hermosas de la que aprendo todo el tiempo, porque el confiar en tu propia intuición es también un ejercicio: darle lugar a ese pensamiento inherente.
Durante el café de cierto lunes feriado de noviembre, charlamos sobre la muerte:
—No pienso la muerte como algo que me dé miedo. Sí pienso mucho cuando se muere alguien y, de repente, no está más, lo loco de eso. De pronto, hay gente que no volvés a ver nunca más en tu vida. Entonces sí, pienso en la muerte cuando alguien cercano se muere o alguien de mi edad se muere y ahí digo: «la puta madre, la muerte”. Pero no pienso en ella como: «no me quiero morir» o «quiero disfrutar todo», sino comprendiéndola como un hecho inevitable de la vida. No me tortura.
La voz de Marou es dulce, y sus criterios, contundentes. Fuerte en sus ideas y amable en sus gestos; cuando Eugenia, la fotógrafa del encuentro, interrumpe sin querer el paso de los mozos, Marou les pide por favor que pasen, que no se detengan. Mientras tanto, le leo una frase de Tolstoi: “La existencia de la muerte nos obliga a renunciar voluntariamente a la vida o a transformar nuestra vida de manera tal de darle un sentido que la muerte no pueda arrebatarle”.
—¿Le diste un sentido a tu vida?
—Me pasó algo reloco. Hasta los veintisiete, tenía la necesidad de inventar algo, de tener que hacer algo trascendente. A veces, uno quiere ser más grande de lo que es. Soy consciente de que esta es mi única vida. No es que estoy probando cómo vivir, estoy viviendo. En ese sentido, cada vez que hago algo que me gusta, que deseo, que logro, cuando estoy con alguien que me hace sentir increíble o simplemente cuando voy al cine y veo una película del carajo siento que fue un día importante.
Ahora está leyendo el libro Mujeres que corren con los lobos, de la autora estadounidense Clarissa Pinkola Estés. “Cada uno de los cuentos habla mucho de la mujer salvaje que está contenida. La mujer nace salvaje, pero la sociedad le enseña a contenerse”, me cuenta.
Todos morimos, pero el arte permanece. Cuando le pregunto sobre el arte, se le ilumina la cara:
—¿El arte es un vehículo para transformar la sociedad?
—Sí. Como también la moda es un vehículo para transformar la sociedad. Todas las expresiones artísticas pueden hacerlo. No digo que todo artista deba tener una función de transformación social, digo que el que puede y quiere es capaz de lograrlo.
Marou elige la libertad antes que la igualdad porque “la libertad nos iguala”, argumenta. Se enamoró por primera vez a los 23. La relación no duró ni una semana, fue un amor a primera vista y siguieron ese vínculo de idas y venidas durante casi un año. Tuvo cuatro novios que le presentó a su familia, de tres o cuatro años de relación cada uno. Hace un año que está soltera y así pudo tener un espacio para hacerse todas las preguntas sobre sí misma.
—El otro día subí una foto a Instagram que decía: «nunca estuve sola, siempre me tuve a mí», como si estuviera de novia conmigo misma (jajaja).
La música, ese invento que no se puede creer, es una parte esencial de Marou. En este momento, está con una faceta muy indie que le encanta.
—Amo armar playlists en spotify, tengo varias. Estoy bastante en tema con Indios que me encanta. Queen y Beatles son como la base para todo. También me gusta: la mexicana Carla Morrison, Illia Kuriaky & the Valderramas, Francisca y los exploradores, Lo’ Pibitos que la flashean groso y me encanta que la flasheen, también me gusta mucho por la estética, los pibes, los discos, los bailes: Bandalos Chinos. Bueno, Aindá Duo las rebanco y Fémina que es mi banda del 2018.
Si tuviera que elegir una canción, se la juega por una de jazz: Los senos, de Fémina. “Es un mantra para cualquier mujer. Hay que ser sin doler dice en un momento”.
Ella toma agua, yo tomo café, y la conversación sigue. La luz del sol ilumina el patio de la librería con su resplandor. Le suena en sus oídos la risa de sus amigos, una música festiva que le hace bien:
—Me encanta hacer amigos. Conservo un montón de amigos. Mi mamá me dice: «no puedo creer que conozcas a tanta gente». En todos los cumpleaños, hay amigos distintos. Siempre hay dos o tres que se repiten y también tengo amigos por todo el mundo, me encanta cultivar la amistad. Soy refan de festejar los cumpleaños. Diría una amiga mía: «uno tiene amigos para todo, para filosofar toda la noche, para cantar karaoke y demás», y esos amigos que están cantando karaoke tienen otros amigos con los que hacen otras cosas. Es una dinámica.
Le gusta la idea de buscarse la vida: de buscar. Estudió sociología en la Universidad Siglo XXI, y, en paralelo, produjo un programa de quince minutos que se transmitía en canal 8 de Córdoba y era conducido por su hermana, Calu. Se llamaba Usted. Luego el programa se transformó en una revista en donde escribía sobre moda. Más tarde, escribió columnas para La Nación Revista, y escribe para Infobae. Tiene 95 200 seguidores en Instagram; 25 713, en Twitter, y 4267, en Facebook —la red social que menos usa—. Es consciente del peso de las palabras y construye lazos responsablemente con su audiencia, jamás con miedo:
—Siento mucha responsabilidad. Mi vínculo con el feedback diario es de tratar de responder todos los mensajes que me mandan y los comentarios de los videos; y lo hago bastante inmediato, no me tomo uno o dos días. Sí me siento responsable, pero miedo ni en pedo, sino no haría lo que hago. Por ejemplo, cuando expresé mi postura a favor de la legalización del aborto, necesitaba decirlo con mucha responsabilidad ante tanta cantidad de seguidores: pero estoy diciendo lo que soy y en qué es lo que creo, si no te gusta, no me sigas; no existe nada más sano para otros que el hecho de que sepan de verdad quién soy, y que me elijan o no por eso. Esa es la responsabilidad.
Las palabras de Marou no tienen necesidad de la cólera ni del odio. Se autodenomina feminista y cuando le pregunto cómo evalúa las actitudes de mujeres más rudas a la hora de defender la igualdad de género, como Malena Pichot, dice:
—Mujeres como Malena son necesarias. Estoy en contra de la violencia, pero es necesario que haya una Malena Pichot para que un montón de mujeres digan: «no me gusta lo que dice Malena Pichot». Sería una situación ideal que todos pudiéramos dialogar, aunque la realidad es que una escucha a cada bestia en el Senado o en el Congreso diciendo cualquier barbaridad. Yo banco a Malena Pichot o a la señorita Bimbo haciendo el mismo quilombo que esas bestias, pero diciendo cosas en las que yo creo. Son modalidades. Vivimos tan llenos de mensajes que, a veces, hace falta uno que te pinche para que reacciones. Hace falta tener altos huevos para estar en esos lugares de confrontación. Ella —Malena— lo hace porque tiene los ovarios para bancárselo, no me parece que esté mal, es polémica, lo sé. No me considero tibia pero tampoco confrontadora. Sé que estoy en un lugar en el que me puedo dar el lujo de ser amable porque hay otras que son disruptivas.
Marou cree en sus palabras. Pone en acto lo que muchos dicen, y es coherente: hace cosas que pueden resultar incomprensibles a los demás, como rechazar ofertas de trabajo generosas:
—Cuando Amnistía Internacional me llamó para hacer un video, dije que sí porque creo en el proyecto de la ESI (Educación Sexual Integral). Por ahí si me llaman para hacer otras luchas que tienen y que no comparto, no me siento completamente identificada o no puedo sostener en mi coherencia, no les digo que sí. A mí me hubiera encantado tener una ESI en el colegio, por eso acepté difundir esa campaña.
Ella es original: no insulta a los que no piensan como ella.
—No creo en el comentario negativo, ni siquiera con las marcas con las que me llevo mal o con las que no comparto: nunca en la vida haría publicidad negativa atacando a una marca, una persona o una investidura. Porque para que una marca exista, hay un montón de gente trabajando. No me gustan las confrontaciones. Para mí es mejor decirte: «estaría bien que vayas por este lado» y no el «sos una mierda porque no entendés».
La entrevista es esa situación inverosímil en donde puedo preguntarle a Marou cositas que no me atrevería a preguntarle ni a mi mejor amigo. Trato de hacerlo de un modo cuidadoso y discreto, en donde le dejo una escapatoria si no tiene ganas de contestar:
—¿En qué acertaron y en qué se equivocaron tus papás?
—Acertaron en todas las herramientas que nos dieron para ser libres. Recuerdo que mi papá me decía: «lo más importante del colegio es que sean buenas compañeras» o «si esa materia no la rendís, ¿cuál es el problema?». Nunca nos sentimos presionadas, sino que la presión fue siempre propia dentro de toda esa libertad. A cada momento, como hermana mayor, quería sacarme diez en todo, perfecto, terminar la universidad y el colegio. No sé si hay algo que no acertaron. Pero ellos han sido muy inflyentes en mis relaciones. Opinan como lo hacen todos los padres y lo hacen de mil amores, pero también influyen y afectan.
Será por esa falta total de sentido de culpa que Marou decidió hacer su blog personal. En su casa, nunca nadie se sentía culpable de nada, y si se equivocaba, no valía la pena condenarse, se hacía responsable de las consecuencias y punto. La libertad, y la responsabilidad que conlleva hace que no espere la aprobación de otros:
—Cuando me preguntan, siempre digo: hacé el blog, no esperes que alguien más te lo publique. Todo el mundo está buscando ese reconocimiento afuera y, en realidad, hoy cualquiera puede tener su propio medio, de hecho, es el pánico de los grandes medios. El intermediario tiene cada vez menos lugar. El mensaje que doy hace siete años en mis redes es el de innovar.
El cine le cambió la vida muy temprano. Va sola desde los 16 años —lo único que sus papás le dejaron hacer sola de chica—. Iba a un Cineclub que se llamaba Hugo del Carril que está en Córdoba. Salía de una sala y entraba a otra. El único contrato con sus papás: se portaba bien y le iba bien en el colegio a cambio de caminar esas siete cuadras que separaban su casa del cine. ¿Su cineasta favorito? Pedro Almodóvar:
—Todas las heroínas, las mujeres que actuaron en las películas de Almodóvar, no caen en las categorías binarias de bueno/malo o ángel/demonio, sino que todas pasan por todo. Almodóvar no le teme a la sombra de sus personajes. Incluso en La piel que habito (2011). Recuerdo que cuando salió esa película fue como: what the fuck? Ahí, el personaje de Antonio Banderas, que quizá es el más siniestro de todos, nunca termina de dar repulsión, y el que pasa por todas esas cosas nunca te termina de dar lástima. Los personajes son reales o podrían existir en la realidad y eso me encanta. La mujer es muy compleja para Almodóvar y es un cine, que como mujer te sentís identificada en muchas cosas y como hombre podés aprender mucho. Le agradezco que toda la vida haya elegido mostrar a la mujer con todo su abanico de colores y su complejidad.
Le digo de caminar un rato, de sacar algunas fotos en los pasajes de Palermo. El encargado de la librería —tipo gentil— nos cuida la mesa para que luego sigamos con la charla. Mientras los chorros de calor reverberan sobre el asfalto, Marou me cuenta que, en 2016, hizo un curso catalán llamado Big Influencers. Me mira y me dice que cada vez que googleamos, generamos un 0,2 % de dióxido de carbono en el ambiente. También me explica que cada vez que googleas algo se disparan servidores en distintos lugares que están viendo por qué lo hiciste. “En los Estados Unidos, se acabó la Net Neutrality (neutralidad de la red)”, dice.
—La Net Neutrality es que cualquiera que suba cualquier cosa de internet tenga el mismo acceso a la información, lo subas vos o la CNN. Que no haya net neutrality significa que los más grandes tengan más poder. Le dejas más poder al que tiene más plata. Recuerdo también que en ese curso yo decía: «Zuckerberg, entiendo que vos vendas mis datos, ¡pero decímelo!», y eso nunca lo va a admitir, y esa es la transparencia que creo que debería haber. No digo que deje de vender mis datos, pero sí que me lo reconozca y no lo va a hacer.
El sol, bien alto, es abrasador. Mientras el calor irresistible de Buenos Aires nos acompaña, hablamos sobre una de las actividades que más le apasionan a Marou: compartir películas que le gustaron. Matrix, Clueless y Notting Hill forman parte de una larga lista de obras que difunde en sus redes con el hashtag #CineYModa.
—Cine y moda es una búsqueda para aprender algo de una película. La próxima es Infancia clandestina, y un poco tiene eso de ver qué puede enseñarnos una parte de nuestra sociedad.
Volvemos a la librería. Nos pedimos una limonada cada uno. Hay un escenario, hay palabras, gestos y ritmos. Hablamos un poco de política. Quizá un mundo sin vencedores ni vencidos en el que todos respetaran los límites, sería el ideal político de Marou.
—¿La moda puede ser política?
—Sí, obviamente, la moda es política. La moda, la música, todo. Lo personal es político. En este país, está tan menospreciado hacer política que da miedo. Mi propósito en 2018, después de estar en el Brasil y en Colombia, es integrar lo artesanal a la moda. Cuando volví a Buenos Aires, me acuerdo de que fui a la marcha del orgullo gay y vi un montón de diseñadores; por dentro pensaba: todos estos diseñadores que amo, que son unos genios, que hacen cosas increíbles no se expresan políticamente. Después se expresaron un poco más con lo del aborto. Admiro el caso de Ronaldo Fraga en Brasil. El tipo hace desfiles con travestis, trans, gente de lo más diversa y le vende a la clase alta brasileña.
Cuando empezó el desfile de Ronaldo Fraga, recuerda, el diseñador le exigió al Presidente no destruir el Amazonas: “Hay que tener cojones para hacer eso. Yo no sé cuántas mujeres que compran, por ejemplo Tramando, no están a favor del aborto. Porque para usar Tramando tenés que tener la cabeza desconfigurada. No podés ser una cuadrada por la materialidad, los recortes, las estampas. Y por eso, cuando fue todo lo del Congreso, en sus vidrieras, había pañuelos verdes. Eso me gusta cada vez más. También sé que nuestra sociedad es mucho más castradora y que te clava la mirada y te fulmina en un tres dos uno”.
La mirada del otro es muy pesada en la Argentina. Marou lo sabe, y no por eso le da la espalda a su lado más lúdico, quilombero y espontáneo.
—Vivo la digitalidad como una doble vida. Otro lugar donde yo también soy y construyo, tal vez, con gente que no conozco. No hay que ser una especialista en todo para poder hacer o sentir, o conectar, o lo que sea. La barrera más grande es tu propia barrera respecto de qué van a pensar los demás. No podes dejar de ser vos o dejar de hacer lo que tenés ganas de hacer.
—¿Le harías las redes a un político?
—Me lo ofrecieron. Le haría la construcción de identidad. El problema más grande que tienen los políticos es igual que el de las grandes marcas: quieren gustarle a todo el mundo, y no se puede. Las redes son identidad. Si bien no lo hice nunca, con un político tenés que jugártela. La red es el espacio donde podés ser la versión que querés. No es la campaña, sino donde la gente te puede conocer un poco más y donde no necesariamente tenés que subir la foto de todo lo que estás haciendo. Si no que podés subir fotos de quién sos realmente, cuáles son tus intereses.
—¿Qué consejo le darías a Macri o a Cristina para comunicar mejor?
—Haría más clara cuáles son las participaciones reales de ellos y cuáles son las que no. Le pondría un poco más de sensibilidad, qué hace el presidente cuando está al pedo. O saber qué películas le gustan a Cristina. Intuyo que las redes son ese lugar donde podés hacer y deshacer y no es tan grave si haces algo y a la gente no le gusta y no tiene likes.
“Los que escriben oscuramente tienen mucha suerte: tendrán comentaristas. Los otros solo tendrán lectores, lo que, al parecer, es cosa despreciable”, dijo Albert Camus en su libro Carnets al criticar al universo de la Academia.
—¿Para la observadora participante es más importante escribir para mayorías o para un pequeño grupo de académicos?
—Me hubiera encantado escribir para académicos. Nunca en mi vida lo hice; en mi tesis solamente. Intenté mucho tiempo no decir que era socióloga, porque los sociólogos estudian cosas importantes, no están en internet. Después me di cuenta de que estaba desconfiando de mi ser en lo que estoy haciendo y que, en realidad, es lo que me encanta y no sé si no nací para ser una investigadora o una intelectual. Definitivamente, no estoy en una etapa de sentar el culo para ponerme a estudiar y a escribir. Tengo amigas que lo hacen y para mí es sagrado, y las felicito y banco. Pero para mí el presente es experiencia: es vivir y contar.
Hoy le escriben en su Instagram un montón de sociólogos para preguntarle cómo hizo para tener una presencia tan fuerte en las redes. Quiere hacer una convención de sociólogos y pensar colectivamente. No le teme a las palabras “mercado”, “consumo”:
—Lo que estudiaste te transforma, te atraviesa; no podés separarte de eso. El mercado, el consumo, esas palabras que los sociólogos temen nunca me dieron miedo. Con el tiempo me di cuenta de que no estoy a favor del cyber Monday, o del blackfriday: te enajenan y te sacan del objetivo último que es mostrar tu personalidad con tus elecciones. Comprar por comprar no me va. No trabajo con marcas que no me garanticen el comercio justo.
Siempre es posible que algo no nos salga cuando lo intentamos, pero la satisfacción de saber que lo experimentamos es tanto mejor que la resignación de no haberlo intentado nunca.
Marou prueba: sigue buscando, buscando, buscando.
Le brillan los ojos cuando me dice que no cree en la confrontación y tampoco en la bajada de línea. “Siempre fui de las que dijeron yo te sugiero, vos elegí. Nunca desde ningún punto de vista te voy a decir se usa o se viene”.
Se le nota —en la voz, en la cara— el placer que le produce viajar. En enero, va a conocer la Patagonia. No dudo de que experimente, en ese entonces, algo parecido a la felicidad.
Marou cree, como Galeano, en los asombrosos poderes del abrazo humano. Y así nos despedimos, con un abrazo, luego de que me prestara su historia para compartirla con ustedes.
NOTA: RAMIRO GAMBOA / SENDERO ELEGANTE
FOTOGRAFÍA: MARÍA EUGENIA CERUTTI / SENDERO ELEGANTE
COLABORACIÓN: LILIANA VELASCO – JUAN PABLO CHIODI – JUAN ZINGONI / SENDERO ELEGANTE
One comment