POR: SEBASTIAN ZYGIER
Se cumplen 42 años del día en que Rodolfo Walsh publicó su Carta Abierta a las Juntas Militares. ¿A quién iba dirigida la carta?¿Era un texto de despedida?¿Eran letras de resignación? ¿Es una carta? No; no lo vamos a saber.
Las cartas tienen la precisión de un francotirador. La suma de las letras en el papel son un disparo destinado, dedicado y personalizado hacia un otro. Durante la redacción, el escritor intenta entrar en contacto con su futuro lector. Entra en su cabeza. Lo mide. Lo piensa. Trata de escribir algo que el receptor entienda y quiera escuchar. Las cartas son el tiro más perfecto y certero en el campo de las letras porque tienen un lector definido. Un objetivo.
Walsh rompió el concepto de carta. Apuntó con nombre, colocó los apellidos y disparó. Pero la bala, que quería herir de muerte a las Juntas Militares, también tenía otro objetivo: Mediante el destello del disparo, Walsh quiso iluminar la Argentina en la noche más oscura. Este doble objetivo le costaría la vida.
¿De qué otra manera podría haber terminado la vida de Walsh? Como dice Osvaldo Bayer, Walsh era “un escritor de cuentos policiales para pobres”, que un día asomó por la ventana y vio que las cosas no andaban bien. Dejó de escribir cuentos y se sumergió en causas imposibles para traer un poco de justicia. Tuvo la buena —o mala— suerte de no poder desentenderse de la realidad.
Su hija Vicki y su amigo, el poeta Paco Urondo, se habían suicidado antes de caer presos. No había otra opción: decidir cuando morir era el último acto de humanidad que podían tener. Disponer de su propia muerte, era otra forma de enfrentar al terror.
“Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicki pudo elegir otros caminos que eran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones”.
Ricardo Piglia dice en una de sus novelas que la biografía más honesta de una persona, es la lectura en orden de todas las cartas que escribió a lo largo de su vida. De acuerdo: la Carta Abierta a las Juntas, más que una carta, es una biografía. Allí se condensan años de lucha. Inviernos de denuncia y persecución. Soledades eternas, casas allanadas, identificaciones falsas y un compromiso de dar testimonio en momentos difíciles.
Quizá Rodolfo Walsh sabía que al publicar la famosa carta lo vendrían a buscar. Al igual que su hija y tantos otros, quiso tener su último acto de humanidad y libertad. Y para él, publicar esta carta era, en sus palabras, sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Al final, las grandes decisiones son cuestión de prioridades. Eligió la libertad, aunque sea efímera, por sobre el silencio.
A un año de haber comenzado la Dictadura Militar, Walsh afirmaba lo que hoy muchos cuestionan: “Quince mil desaparecidos, diez mil presos, cuatro mil muertos, decenas de miles de desterrados son la cifra desnuda de ese terror”.
En solo un año y con 2939 palabras, Walsh anunciaba y denunciaba los tormentos que Argentina viviría durante siete años. Lo hizo temblando y sudando porque él no era un héroe de película, sino simplemente un hombre que se animó y eso lo convierte en más que un héroe de película.
La carta le costó la vida. Lo persiguieron y le dispararon. Sabemos que alcanzó a disparar algunos tiros. Lo hirieron. Lo desaparecieron. Pero no hay que poner el foco ahí. En este país hubo gente que pensó que desapareciendo individuos, desaparecen ideas. No pudieron estar más equivocados.
Su carta y su testimonio, viajaron por el mundo encendiendo algunas alarmas. Tomas Eloy Martinez, exiliado en Venezuela, logró que la Carta se publique completa por primera vez en papel.
Rodolfo Walsh hacía mucho tiempo que había decidido que de todos los oficios, el violento oficio de escritor era el que mejor le salía. Y firmó su carta desnudando, pero enfrentando, los mayores miedos que un escritor pueda tener. Walsh escribió sus últimas palabras “sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles”.
POR: SEBASTIAN ZYGIER