POR: JUAN MANUEL CAFFERATA // SENDERO ELEGANTE
Si estoy viviendo experiencias positivas, pero no tengo con quién compartirlas, ¿puedo ser feliz?
En el mundo de las redes sociales, parece ser que no. Es raro ver a alguien pasándola bien en un momento, ya sea con amigos, o solo, sin sacarse una foto para publicar en Instagram, Snapchat o LinkedIn. Somos animales sociales, y la mayoría de nuestras acciones están orientadas a buscar la aceptación de nuestro grupo y formar vínculos fuertes con otras personas. Está comprobado que para sobrevivir los humanos necesitamos más que sólo agua, comida y refugio; hemos evolucionado, como otros animales, para que nuestro cuerpo nos recompense cuando tenemos interacciones sociales positivas, y nos castigue cuando no.
Sean Penn, que dirigió Into the Wild, entendió esto y quiso dejar el mensaje bien claro. Chris es un chico de 20 años que decide que está harto de la sociedad enferma y emprende un viaje hacia Alaska para vivir en lo salvaje, aislado de la gente. Lo hace por dos razones: uno, porque sufrió de abuso infantil por parte de sus padres, quienes vivían peleando, y dos, porque idealiza a autores que escriben sobre el tema, como Jack London y Henry David Thoreau. Sin embargo, parece que su trauma infantil le nubló la capacidad de análisis literario, porque la imagen que Jack London pinta de lo salvaje es desapacible, como mínimo, y cuando cita Walden no menciona que el autor vivía a 15 minutos del pueblo, que seguía frecuentando, y recibía a gente muy a menudo.
Chris emprende su viaje a Alaska. En el camino conoce gente que uno podría decir que lo hace feliz. Es más: Sean Penn va intercalando imágenes de su camino a Alaska con su estadía en Alaska, y maneja muy bien los tonos. Cuando Chris está disfrutando de la “enferma” sociedad el tono es cálido, y cuando está en su lugar soñado, todo se vuelve frío y apocalíptico. Tiene muy pocos momentos de felicidad. Si uno se para a pensar dos minutos, llegaría a la conclusión de que una vida en el bosque sería emocionante por unos días pero después se volvería súper monótona, comparado con las maravillas que puede ofrecer la sociedad civilizada. Es más: experimentar la naturaleza y vivir en sociedad no son excluyentes. No solo Thoreau hizo eso, sino que también hoy en día podés reservar fácilmente un fin de semana en el Sur por Airbnb o ir a dedo, con el bonus de tener asistencia médica por si te envenenás con unas frutitas.
El viaje de Chris por Estados Unidos le tendría que haber servido como enseñanza de que su idealización de la soledad era errónea. Quizás si no hubiera sido tan snob de solo leer hombres del siglo XIX en vez de informarse más sobre ciencia, medicina y psicología, además de escuchar y procesar lo que le decía la gente que conocía en lugar de querer imponer su modo de vida en ellos, se hubiera dado cuenta de que el verdadero camino a la felicidad irreductiblemente contiene al otro. La soledad es perjudicial para la salud; no evolucionamos para estar solos. Nuestro cuerpo no lo admite. La soledad nos hace deprimidos, suicidas, adictos y hasta nos atrofia los sistemas inmune y cardiovasculares. Por eso ya hay políticas de salud pública en algunos lugares que buscan atacar la soledad, en especial en la tercera edad. Y por eso las redes sociales son tan adictivas: porque nuestra felicidad siempre va a depender del otro.
POR: JUAN MANUEL CAFFERATA // SENDERO ELEGANTE