Papá está preso

POR M. EUGENIA ROBBIO / SENDERO ELEGANTE

En la Argentina hay 14.284 personas alojadas en el Sistema Penitenciario Federal. Hay dos mil personas más de lo permitido, lo que afecta directamente las condiciones de salubridad, higiene y alimentación de las personas privadas de su libertad. —Nunca se me hubiera ocurrido que mi papá podría estar entre esas personas —me dice con una sonrisa que esconde una leve incomodidad. 

Ella, llamémosla Sofía, tiene 25 años, vive en Palermo y prefiere no decir su nombre verdadero. Todavía carga con el estigma que significa decir esas palabras en público. De esos temas no se hablan; los familiares de presos cargan con una connotación negativa y deciden ocultarlo para eludir los prejuicios y la discriminación. Una especie de pantomima donde lo más fácil es callar como si el silencio hiciera menos real el hecho de que tu papá esté preso.  L

La noticia 

“Mis viejos estaban divorciados hace años, mi papá vivía hace varios años en el interior sin el contacto de la convivencia; era normal no hablar todos los días. Estaba muy cómoda, no tenía las necesidades que mis hermanos habían tenido. Mi papá estaba pasando un buen momento económico y podía darme el lujo de estudiar y no tener que trabajar”, aclara Sofía. 

Todo parecía fluir normal y apareció el abismo: –”Tu papá está preso”, me dijeron. En el momento no podía dejar de llorar no entendía nada de lo que estaba pasando —recuerda cuando el mundo se le vino abajo y las lágrimas cayeron por sus pómulos.  

Cruzar las rejas y entrar a un penal

Túneles para escapes, aprietes, golpes, hombres vestidos de  naranja y con la cara tatuada son algunas de las ideas que solemos tener del interior de las cárceles. ”Era la idea que yo también tenía”, confiesa Sofía. 

¿Dónde, cómo y para qué ir a un penal? La primera opción sería consultar la página web del Sistema Penitenciario (Federal en su caso) que habla de un sistema de infraestructura tecnológico que aún no ha sido implementado en todos los establecimientos. Los distintos complejos penitenciarios federales que hay en el país tienen sus requerimientos que pueden variar entre sí, pero, en todos, lo primero es tramitar una tarjeta de visita. “Para visitar a mi papá tuve que buscar papeles en cajones llenos de polvo, documentos que no sabía ni que existían”, dice Sofía. 

“El penal de Marcos Paz fue el primero que visité; me acerco a la fila para ingresar y veo un entorno al que no estoy acostumbrada: pañales sucios, botellas tiradas en el suelo, bolsas y gente. Al acercarse a la garita, un oficial del sistema penitenciario demanda la documentación y realiza la pregunta inaugural: “¿A qué interno viene a ver?”. Su lenguaje no es accidental, los detenidos son referidos ya no como personas, sino bajo la nómina de interno. La despersonalización es frecuente en el trato del personal hacia la persona bajo su guardia y su familia. —Constantemente te recuerdan que estás entrando a un penal y no a un country —repite entre risas al mencionar la dinámica del ingreso.

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       —¿Cómo es entrar a un penal?

      —Es como un control de aeropuerto, con la excepción de que el detector de metales suele no andar y con limitación sobre las prendas de vestir. 

El proceso que sigue al ingreso recibe el nombre de requisa. Las reglamentaciones de alimentos permitidos para el ingreso y la vestimenta se encuentran pegadas en las paredes carcomidas por la humedad.  La discrecionalidad respecto al trato que reciben los visitantes prima y muchas veces se dan situaciones de maltratos. Una vez adentro, cruzas un enrejado o varios y se llega al lugar de visita con mesas de manteles coloridos preparados por los presos ansiosos ante las visitas. La infraestructura evidencia un grado de descuido. En invierno hace frío, la calefacción no suele estar encendida y de hacerlo salen ratas o cucarachas. La presencia de este tipo de alimañas afecta directamente a la salud de las personas que allí conviven y el control de este tipo de plagas se ve dificultado por la superpoblación. Durante el verano, los ventiladores no dan abasto para apaciguar el calor abrumante. Las condiciones edilicias confirman la falta de presupuesto y el trato —maltrato— que  reciben los detenidos. 

—¿Cómo son las visitas?

—Mi papá suele esperar cerca de la puerta con una sonrisa melancólica, al lado del enrejado. Y, si sacás el lugar, es un desayuno familiar típico. Entre charlas y facturas suele preguntarme por mí, por mi vida afuera. Me presta más atención, me escucha más que cuando estaba en libertad. Estar ahí adentro lo cambió.  A las 12 del mediodía la visita termina. Las despedidas suelen estar cargadas de abrazos y siempre nos la cierra con un “gracias por venir”. Esa frase nunca falta, si se olvidó de decirla después te llama y te lo dice, por las dudas.

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El objetivo fundamental del sistema penitenciario es disminuir la reincidencia y desalentar la criminalidad. De acuerdo con Mario Coriolano, Defensor ante el tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires, ese objetivo no se ve reflejado en la práctica. “Más detenidos no disminuyen el delito”, afirma el abogado; los malos tratos y torturas a los que se exponen muchos detenidos  generan un círculo vicioso de violencia muy difícil de romper. 

“Las políticas de mano dura y la creación de la imagen del preso como un enemigo del Estado no solo han fracasado en la disminución del delito, sino que han generado un escenario que fomenta la violencia institucional”, sostiene Coriolano. La condición de hacinamiento no es más que una consecuencia directa de una política cortoplacista que busca una  solución mágica a los problemas de seguridad. Los altos niveles de violencia a los que estuvieron expuestos durante su detención, las políticas de prevención tanto a nivel social como comunitario ineficientes, la falta de organizaciones de reinserción y la discriminación son algunos de los motivos que dificultan la resocialización de las personas que han estado presas. 

 El vínculo con las amistades y familiares le recuerdan sus facetas más humanas permitiéndoles tomar distancia, al menos por unas horas, de su condición de estar privadas de su libertad.

—¿Sentís que las visitas te cambian de alguna manera?

—Cada visita es un mundo, pero muchas veces al entrar siento como si me pusiera una máscara, un disimular que todo está bien. Cuando salgo me quedo con una sensación, una mezcla de muchas cosas: angustia, impotencia y suciedad. 

Mientras me relata sus experiencias y “Sofía” responde mis preguntas veo como sus lagrimales se cargan.Una emotividad que siempre está al acecho. Una realidad angustiosa que la acompaña mientras vive, sueña, existe: su papá está preso.   

POR M. EUGENIA ROBBIO / SENDERO ELEGANTE

Arte: María Belén Pérsico / Sendero Elegante

Revista Sendero

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