Hernán Reyes: «Los que corren a Lilita por izquierda son muy básicos»

Tomamos unos mates con Hernán Reyes, legislador de la Ciudad de Buenos Aires por la Coalición Cívica ARI. Desde sus inicios en la política milita junto a Elisa Carrió, a quien considera «un jugador de toda la cancha». Es un dirigente joven que habla sin eufemismos: «Es imposible salir de 30 años de estancamiento institucional y social sin dificultades».

Define el papel de la Coalición Cívica: «No podría haber un Cambiemos sin una Coalición Cívica». También dice que «hay que terminar con la grieta porque es un sinsentido».  Y comparte su mirada del gobierno de Cambiemos: «Se hizo la inversión en obra pública más fuerte de la historia para atender las necesidades de la pobreza estructural».

Entre otros temas, también conversamos sobre Lousteau, la gestión de Aranguren y el aborto: «Estoy a favor de la legalización, pero no podría ser agresivo con quienes piensan distinto».

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—Solés hacer mención al horizonte de Cambiemos. ¿Cuál es ese norte?

—Sé cuál tiene que ser: construir un país donde la ley, el desarrollo económico, la prosperidad y la justicia no parezcan ciencia ficción. Llegar a ese objetivo no va a ser fácil, y nunca creí que fuera a serlo. En este momento, ese objetivo está a prueba. Pecaríamos de optimistas si pensáramos que íbamos a salir de doce años de kirchnerismo, de pobreza estructural, de carencia de infraestructura y problemas macroeconómicos sin crisis ni turbulencia.

—¿Muy optimista?

—Sí. Es imposible salir de 30 años de estancamiento institucional y social sin dificultades.

—Hablanos de la función de la CC-ARI en Cambiemos.

—No podría haber un Cambiemos sin una Coalición Cívica. Un acuerdo entre el radicalismo y el Pro no tendría el mismo nivel de relevancia en términos de diseño político.

Además, aportamos no solo lo que ya hicimos, sino la certeza de que vamos a seguir sumando. Eso les da mucha tranquilidad a los votantes de Cambiemos que apostaron porque estaba la Coalición.

A su vez, la Coalición Cívica aporta a Lilita, que ya por sí misma es un jugador de toda la cancha.

—¿Por qué comenzaste a seguir a Lilita a comienzos de la década de 2000? ¿Qué te generaba?

—Mi hermana me invitó a una reunión con Lilita. Yo había militado en la secundaria y tenía un rechazo muy grande por los partidos políticos debido al modo en que se entrometían en la política estudiantil y demás. Habíamos creado una agrupación independiente de los partidos y ganábamos todos los años. En quinto año llegué a ser presidente del centro de estudiantes.

—¿Y qué pasó? ¿Qué ocurrió con ese espacio independiente?

—Reivindico mucho el hecho de que fuera una agrupación independiente, pero en definitiva era un adolescente. Luego empecé el CBC y me encantaba la política, pero no tenía dónde militar. No había manera de hacer política fuera de un partido.

Y en mayo de 2001 fuimos por primera vez a una reunión con Lilita. Tenía 19 años y me enamoré de todo. En ese momento había mucho movimiento en el país. Y ella no solo tenía un discurso político, sino que hablaba de la corporación económica y de una forma de ser. Trascendía el discurso político tradicional. Hablaba del contrato moral, de ingresos universales básicos, de desafíos individuales y colectivos. Me parece que ahí nos enamoró a muchos jóvenes más allá del discurso político coyuntural.

Y ahí arrancamos.

—¿Cómo te definís políticamente?

—Pienso que las definiciones ideológicas categóricas ya están en crisis. En Argentina es más bien un problema de lenguaje. Que una palabra signifique lo mismo para dos personas ya es un gran acuerdo. Entonces me es difícil ponerme un título a mí y ponerselos a otros, porque también me sorprenden. A veces me gana el prejuicio, a veces les gana el prejuicio a los demás, y después nos encontramos en posiciones que tienen mucho en común.

Creo mucho en la libertad individual. Creo que el fin último de las personas es ser libres. Y para que esa libertad se dé, debemos asegurarnos condiciones de igualdad entre todos. Ese «entre todos» es el Estado. Imagino un Estado que pueda asegurar esa igualdad de oportunidades. Sin embargo, pienso un Estado que no esté ni atrás asistiendo ni por encima sometiendo, sino que esté al lado para acompañar y sobre todo para esperar al último. Y creo en las libertades políticas y la diversidad cultural.

—¿Macri te sorprendió?

—Me sorprendió el proceso de Cambiemos. Cuando Lilita nos convocó a la idea de armar un gran acuerdo, eso sorprendió y nos generó mucho debate. Pero ella la tenía clara. Era el momento de juntarnos todos aquellos que teníamos cuatro o cinco ejes en común y que sabíamos que el solo hecho de frenar lo que estaba ya era positivo para el país. Eso es muy valioso y la gente aún lo valora. Y en el proceso de Cambiemos está una figura como Macri, que asume la presidencia en un momento de gran dificultad. Me sorprende la naturalidad con la que se toma algunas cuestiones del poder.

—¿Podría decirse que es un presidente bien psicoanalizado?

—Sí, se lo ve relajado en relación con algunas cuestiones del poder. Muchos políticos fantasean rápido con elementos como el protocolo, y las relaciones con el empresariado o la Iglesia, por ejemplo. Macri puede acertar o equivocarse, pero en esa no está. Ojalá encuentre el camino.

—¿Qué les decís a los que corren a Lilita por izquierda?

—Que son muy básicos. Es una dirigente muy compleja con un tenor intelectual enorme. Si la corren por izquierda se quedan encerrados en el laberinto de Carrió. Además, quienes la corren por izquierda suelen tener una concepción del humanismo bastante reducida. Buscan contradicciones donde no las hay. Carrió tiene muchísima importancia en la historia argentina en términos de lucha contra la corrupción, de coraje y de denuncia. No obstante, también ha sido muy importante en términos programáticos. La Asignación Universal por Hijo o el INCINI (Ingreso Ciudadano para la Niñez), que es una política original nuestra, no son planes pensados como subsidios. Están pensados como ingresos ciudadanos universales.

En Argentina en la década de los noventa, Carrió y Elisa Carca plantearon lo siguiente: «Las personas nacen y tienen derecho a un voto y a un ingreso mínimo que les asegure determinadas condiciones básicas de subsistencia». Esta idea ya existía en Europa y el mundo. Es una concepción muy republicana que tiene que ver con asegurar desde el Estado condiciones de igualdad básica para generar autonomía y para que cada uno pueda ser feliz al elegir lo que quiere ser y hacer. Y le han pegado por izquierda y por derecha. A esta altura del partido, no les presto atención a esos discursitos.

—Lanata hizo una vez esta reflexión: «A un socialista o a algún radical le dejo las llaves del auto, de la casa, lo que quieras, pero no me voy de joda con él». Pareciera que les faltara un componente pulsional, o incluso roquero. Siento que Lilita sí lo tiene, que ella tiene ese aspecto más atractivo.

—Más peronismo, querés decir.

—Sí, puede ser. Es ese sex appeal que a veces al radicalismo le falta. ¿Cómo lo ves?

—Considero que ahí se esconde una gran hipocresía de todos los argentinos y que hay una cuestión anclada en la historia. El peronismo tiene esa tradición de hacer sin importar el modo, y eso se reproduce. Y por otro lado está la idiosincrasia radical más principista. La tensión permanente entre los no peronistas fue volver al cómo.

Este ejemplo muestra una diferenciación clara: existen dirigentes del PJ que, aunque sean los más delincuentes y adinerados, hablan en primera persona del plural y dicen «nosotros los trabajadores». Sin embargo, en algunos sectores del radicalismo se habla en tercera persona de los sectores vulnerables del pueblo, con el objetivo de conmover a su par intelectual y urbano de clase media. Hay que evitar esa fractura y no dejarse llevar por esta idea de que unos pueden gobernar y otros no. Pienso que el Gobierno de Cambiemos supera eso y, si cumplimos nuestro objetivo de gobernar bien cuatro años y de completar un segundo gobierno, vamos a romper esa dinámica.

—El peronismo suele hablar de un proyecto donde nadie sobra. En la Argentina de Cambiemos, ¿hay alguien que sobra?

—Nadie. Es una falacia. El único partido político que fue capaz de imponer el neoliberalismo en Argentina fue el Partido Justicialista. No se puede hacer tamaña entrega del país con tamaños costos sociales sin un gran acuerdo corporativo entre el sindicalismo, el partido político, el Poder Ejecutivo y las dos cámaras del Poder Legislativo en conjunto con los gobernadores y los sectores empresariales. Eso lo hizo el Partido Justicialista. Ahí quedo gente afuera. Y todavía estamos tratando de recomponerlo.

El problema está en cómo viven todos adentro. El kirchnerismo tuvo una receta, mezcló los ingredientes, los puso en el horno y sacó la torta. Esa torta dejo un 30 % de pobreza, doble tipo de cambio y una precariedad insólita en infraestructura de cloacas y agua potable. «Estar todos adentro» debe pensarse dentro de un esquema de gobernabilidad. Cuando el kirchnerismo afirma «con todos adentro», es con determinado esquema de gobernabilidad. Cuando nosotros decimos «con todos adentro», es con otro esquema de gobernabilidad, y trabajamos para eso.

—¿Cómo evaluás la gestión de Aranguren en el Ministerio de Energía?

—Debe tenerse en cuenta el contexto económico. El problema del subsidio energético es el problema del déficit. Y este es el problema estructural de la inflación, de la presión sobre el tipo de cambio y demás. Era necesario atender a la reestructuración de tarifas, con Aranguren o cualquier otro. Cuando llegamos al gobierno, el 80 % del déficit fiscal argentino se explicaba por los subsidios energéticos. Y sabíamos que esos subsidios no tenían nada de progresivo.

Pienso que Aranguren debió haber encarado de otra forma el proceso de recomposición tarifaria desde el primer momento. Fue bastante desprolijo. Tuvimos el tema de los topes de aumento y las audiencias públicas que ordenó la Corte Suprema. Al final estuvo la necesidad de alivianar las tarifas del gas para que no impactaran tanto en la vida de las personas y los comercios.

El cambio de ministro de Energía me parece positivo. Es bueno renovar el gabinete. Cambiemos no es como el kirchnerismo, que tuvo un apoyo monolítico. Por naturaleza, Cambiemos es la construcción de una fuerza política de apoyo crítico. No hay verdad revelada.

Con base en ese concepto de apoyo crítico respondemos a la gente que el norte sigue siendo el mismo. Los problemas seguirán estando y nuestra salida es por allá, cuidando a los más vulnerables, achicando el déficit, con gradualismo. Entendemos que hay desgastes y que entre todos tenemos que recuperar esa confianza en el proyecto que es de todos: ver salir a Argentina adelante y no volver a lo que ya vivimos.

—Macri declaró en un reportaje a Lanata que «vamos por menos gradualismo». ¿Se puede abandonar la vía gradualista?

—Cambiemos enfrenta la realidad. Es como si peleáramos con un monstruo gigante que es la realidad que nos viene, y, además, atrás hay una mosca que está molesta y agita y que dice que todo se cae. Es como un doble desafío. Y en el medio, la sociedad se pregunta qué pasa. Siempre nos cuestionaron el gradualismo. Lo practicamos porque es un deber moral no dejar a la gente en la calle. Por eso sostuvimos la inversión en protección social y nos propusimos cambiar. De continuar el modelo económico de Axel Kicillof, iba a explotar la economía.

Entonces elegimos el gradualismo y hubo inconvenientes. Había una salida muy finita y no pudimos pasar, porque tuvimos problemas externos como el aumento de la tasa de los Estados Unidos y la sequía. Eso es lo que estamos tratando de solucionar. Con «menos gradualismo», el presidente plantea comenzar a achicar donde menos duela a los que más necesitan. También pienso que hay mucho para tocar en la política y para hacer el gasto más eficiente. Se dilapida mucho sin sentido.

Cuanto antes resolvamos la cuestión macro, más rápido va a mejorar la vida de las personas.

—¿Sturzenegger o Prat Gay?

—Prat Gay, porque su mirada de los conflictos sociales y económicos es más integradora. Tiene mucha experiencia y otra sensibilidad.

—¿Cómo ves a Martín Lousteau en Cambiemos?

—Me parece positivo. Tenemos que confirmar el rumbo del país y son bienvenidas todas las voces. Es un paso positivo que el radicalismo se sume a la Ciudad. De todos modos, hay que tener paciencia, son conversaciones preliminares. Siempre digo que, en la Ciudad, Cambiemos está en la calle. Basta recorrerla para comprobar la identificación de gran parte de los vecinos con Cambiemos y con el Gobierno de la Ciudad.

—El otro día charlamos con Roy Cortina. Según él, Lousteau habla de problemas de los que él mismo adolece. También señaló la importancia del pluralismo y que Lousteau cada vez se cerró más. Evolución comenzó con seis partidos y hoy lo forma solo uno (la UCR). ¿Qué opinás?

—Martín debe revisar los errores que ha cometido. Según mi parecer, no supo entender y escuchar la demanda social y la dificultad que tenía Argentina para salir adelante apenas asumió Cambiemos.

Lilita, Macri y el radicalismo hicieron un esfuerzo enorme. En ese momento necesitábamos un apoyo incondicional. Y esto no tiene que ver con no hacer críticas al gobierno. El ejemplo más claro es Lilita. Ella tal vez sea la persona más crítica del gobierno y es quien más lo defiende, porque entiende lo que está en juego. Me parece que Martín al principio, y espero que lo pueda revisar, no comprendió lo que estaba en juego en el país.

—¿Cómo te cayó la propaganda de la bandera gigante con el rostro de Carrió?

—Y, mal. Algunos errores que cometió Martin en su momento, como poner a Lilita como su adversario, estuvieron fuera de contexto. En ese momento peleábamos para recuperar lo robado, para que se esclarecieran los hechos de corrupción en el país, lo que está directamente relacionado con la falta de vivienda, la falta de cloacas o la tragedia de once. Atacó a una persona que con mucho sacrificio se puso al hombro un proceso político que Argentina necesitaba sí o sí.

—A esta altura, la palabra progresismo está devaluada o muy mal utilizada, pero ¿hay lugar para la centroizquierda en Cambiemos?

—Sin dudas. Hay lugar para la mirada relacionada con la sensibilidad social, promover la ciudadanía y asegurar una condición de igualdad. Cambiemos asumió muchos de esos aspectos. Es paradójico, porque Lilita promovió la Asignación Universal por Hijo. Y sin embargo, el kirchnerismo decía que la íbamos a quitar. Cambiemos no solo no la quitó, sino que la amplió para los monotributistas y los trabajadores temporarios. Hicimos la reparación histórica para jubilados. Se hizo la inversión en obra pública más fuerte de la historia, definitivamente orientada a atender las necesidades de la pobreza estructural.

Hay sectores del progresismo que piensan que la pobreza se combate con la transferencia de ingresos. No es así. En ningún lugar del mundo es factible solucionar la pobreza al transferir recursos a personas que no tienen cloacas. Si no va el Estado a hacer las cloacas, nunca van a poder hacerlas por sí mismos. Caminos, cloacas, escuelas. Eso es progresismo real.

—¿Entonces el progresismo tiene un lugar en Cambiemos?

—Por supuesto. Hay lugar para la igualdad social y para la presencia del Estado como promotor de derechos. No hay dudas de que esa política se debe ejercer y se ejerce dentro de Cambiemos.

A su vez, existe un progresismo estético que no es capaz de interpretar las buenas políticas del gobierno de Cambiemos en términos sociales.

Una aspiración mía es que Cambiemos pueda sintetizar toda esa diversidad de pensamientos: pensamiento liberal, más progresista, más socialdemócrata, y que dentro de esa diversidad y riqueza podamos consolidar un frente político capaz de gobernar.

Un partido diverso que dentro de su misma dinámica pueda cambiar de hegemonías: eso será bueno para la democracia y el país. Aun si el peronismo vuelve a gobernar dentro de ocho años. Si se encuentran con un frente político como Cambiemos, con diferentes corrientes de pensamiento dentro de su dinámica, pero con raíces en la ley, la república, el desarrollo económico y la idea del Estado como promotor de derechos sociales y de generación de riqueza dentro del sector privado, pienso que Argentina tiene buen futuro.

—¿Qué aprendiste de Fernanda Reyes?

—La disciplina del trabajo. En la política abundan las personas que utilizan todo como un medio, y mi hermana —Fernanda—, con su vocación de trabajo, su inteligencia y capacidad de compromiso, me hace ver lo que hago como un fin en sí mismo.

—¿Alguien sobreestimado y alguien subestimado?

—Creo que el poder de daño del PJ esta sobreestimado. Y considero que hoy en día se subestima la consciencia del pueblo argentino para no volver al pasado. Aun en crisis y en dificultades, la gente va a confiar en Cambiemos y va a apostar por la continuidad porque sabe que todo lo que nos pasa son los problemas de la solución.

—¿A qué periodista respetás o cuál te parece destacable?

—Me gusta la nueva generación. Quizá tengo empatía con ellos por la edad. Nico Wiñazki, por ejemplo. Me gusta cómo analiza la realidad política Santiago Kovadloff . No se lo puede considerar solo como un periodista, pero cuando escribe sobre lo que pasa en el país tiene una lucidez interesante.

—¿Qué pensás cuando algunos periodistas intentan constantemente equiparar al kirchnerismo con Cambiemos?

—Los periodistas cumplen funciones, y me parece bien que sean críticos y distantes.

También es posible que se sobreestime a el periodismo. Me parece bien que se critique tanto al kirchnerismo como a Cambiemos. Pero no convalido que la equidistancia sea un valor en sí mismo, no da certeza moral ni política.

Por ejemplo, en los casos de corrupción, las diferencias son evidentes. El kirchnerismo fue un proceso político que desde la entraña del poder se organizó para saquear el país. Muchos de esos funcionarios hoy están presos o procesados. Desde el centro del poder político se avanzó sobre los recursos públicos y eso no pasa en Cambiemos. Con el kirchnerismo, cuando aparecía una noticia sobre un funcionario que podía ser sospechoso de corrupción se agrupaban de manera automática para protegerse. Era con el pueblo o contra el pueblo. Cuando en Cambiemos surge una situación de estas, encuentro en todo el gabinete, no solo en la Coalición Cívica y en Lilita, preocupación, necesidad de aclarar y rendir cuentas. Es un cambio sustancial.

—Sé que leíste a Sartre y te gustó mucho su novela Las manos sucias. ¿Cómo te llevás con esa relación entre el ser y el deber ser? Esa diferencia entre los intelectuales y el barro de la política.

—Ahí está la idea del pragmatismo y el romanticismo.

Cuando hay personas que ponen en juego su prestigio y asumen el riesgo, en este caso, de armar una coalición como Cambiemos para hacer que el país cambie de rumbo, no se trata de pragmatismo, como muchos piensan, sino de romanticismo.

A veces el pragmatismo está en el lugar cómodo, en la bandera, en la frase hecha que pareciera ser romántica. Sin embargo, esto asegura el interés pragmático de los que buscan seguir haciendo política durante años sin asumir riesgos. En cambio, siento que Lilita asume un riesgo con mucha dificultad en la construcción de Cambiemos. Ahí veo un gran romanticismo por su causa que es la República.

—¿No le temés a la dictadura de lo políticamente correcto?

—Sí, estamos llenos de eso. Y para los jóvenes que estamos en esto es como el pecado. Porque cuando no te das cuenta, estás metido en esa ensalada. Según mi opinión, lo único que hay que hacer es volver al lugar de cada uno, en soledad, y pensar: «Bueno, pará». Tenemos que evitar ser políticamente correctos. Quienes actúan con su real pensar y sentir son más auténticos y hacen mejor política. Cuando me proponen un diálogo de estas características, me erotiza, aunque mi pensamiento sea opuesto al del otro. Hay que tratar de ser auténticos.

—¿Qué pensás del aborto? ¿Se va a aprobar en el Senado?

—Estoy favor de la legalización. De ese modo, vamos a tener mejores políticas de salud pública y mejor relevamiento.

Eso no quita que haya un mar de contradicciones. Se trata de uno de tantos dilemas de la humanidad. Y como en todo dilema, ambas posturas tienen razones sólidas y bien argumentadas. Como también hay razones banales, autoritarias e interesadas en ambas partes. Ahora bien, al contemplar los argumentos de las dos posiciones, me inclino por la legalización.

Siempre que se reguló sobre la vida y la muerte, se reguló sobre dilemas. El tema del aborto se discute y tiene antecedentes en todo el mundo. La postura contraria a la legalización ya tolera la idea del aborto no punible cuando existe riesgo de muerte para las mujeres o en el caso de violaciones. Y quienes están a favor de la legalización toleran que sea ilegal de la semana catorce en adelante. Eso se debe a que ambas posiciones están reconociendo el dilema.

Tampoco hay que llevar los razonamientos al extremo. No hay que caer en la idea de la permisión moral con respecto al aborto. Eso está más relacionado con una cuestión cultural y con esta idea de la propiedad del cuerpo. Me suena bien, pero todo lo que tenga que ver con la propiedad en condiciones de desigualdad puede ser muy perjudicial para aquellos que están en desventaja. Muchos de posición muy marcada de izquierda afirman que «somos dueños de nuestros cuerpos». Ojo, porque eso puede dar lugar a situaciones difíciles en contextos de desigualdad manifiesta. Respeto mucho los buenos argumentos de las dos posiciones. Como dilema, yo lo resolví por un lado y lo sostengo, pero no podría ser agresivo con quienes discrepan.

—¿Cómo te llevás con quienes evalúan una foto en lugar de apreciar la película entera? Me refiero a cualquier circunstancia.

—A la larga, quedan los políticos, y en el medio pasan los que hacen política de manera circunstancial. Estos últimos miran la foto y sacan la ventaja corta. El político es quien comprende el proceso y construye su identidad. Hay quienes hacen política y creen que su identidad se agota en una única decisión, como si una decisión totalizara su identidad política.

Veo que los políticos los políticos que no son más que personas que le dedican la vida a las causas del otro en términos cívicos no tienen esa preocupación. Como creen fuertemente en sus convicciones pueden construir su identidad política con el paso del tiempo. Por eso Lilita los marea tanto a muchos. «¿Cómo es esta mina? ¿Es de izquierda, de derecha? ¿Cómo puede hablar en defensa de los inmigrantes y de la propiedad privada, pero a la vez marcar a los empresarios la obligación de competir y así promover una ley como la de defensa de la competencia?».

En fin, los que están en la corta miran la foto y aprovechan la oportunidad de destacarse. Los otros van a perdurar, exitosos o no según los parámetros de la época. Pero pienso que son los que quedan.

—¿Cómo es tu relación con la grieta? ¿Ves que en el futuro comience a cerrarse o superarse?

—No hay duda de que la grieta fue una propuesta del kirchnerismo para tomar posición rápido sin exigir mayor profundidad de pensamiento. Es decir, o sos blanco o negro, y listo. Y del otro lado también se la empezó a alimentar. En ambos lados hay quienes viven de la grieta. Hay que terminar con esto porque es un sinsentido. Se le pone fin de muchas maneras. Primero, al no promoverla. Segundo, debe haber justicia y claridad respecto de lo que pasó en los últimos doce años. Así, quienes defendieron el Gobierno kirchnerista podrán diferenciar: «este está condenado, este no». La dimensión de la justicia para sellar la grieta es muy importante.

Y la otra forma de cerrarla es que el gobierno de Cambiemos sea exitoso. Si tenemos éxito político y económico, se deja atrás la idea de que la Argentina es todo o nada, blanco o negro. Un fracaso del gobierno de Cambiemos, o una caída de este, como muchos amenazan o intentan provocar, sería profundizar la grieta.

—¿Algunos amenazan con derribar el gobierno de Cambiemos?

—Sin duda. En realidad no se trata derribar el Gobierno. Se trata de confirmar un sistema político según el cual no se puede gobernar si no se es parte de la corporación. Si nosotros terminamos con eso, terminamos con ese mito. Y no es un mito de cuatro años, sino de sesenta.

—¿El PJ es el responsable de ese mito?

—En mi opinión, el PJ está en proceso de recomposición. Hay un sector del PJ que quiere que el proceso de Cambiemos se acelere o se desmorone, y otro que está dispuesto a respetar el tiempo democrático. Pero de cualquier modo no quieren que Cambiemos pueda gobernar. Y yo creo que podemos hacerlo bien al marcar el lugar del Partido Justicialista.

Lo mejor que le puede pasar a la democracia, al país y al Partido Justicialista es que el proceso de Cambiemos sea exitoso.

—¿Qué deseás para los próximos treinta años en Argentina? ¿Qué país te gustaría tener?

—Sueño con la prosperidad económica: Que cada uno esté mucho mejor de lo que está, y que los que menos tienen, estén diez veces mejor. Porque la desigualdad en el país no puede continuar. No solo es inmoral por los que viven en la miseria, sino que es intolerable vivir con esta desigualdad. También deseo que nos queramos más entre nosotros, que como argentinos podamos elegir adversarios comunes a todos nosotros. Pero no otras banderas ni otros pueblos, sino que nuestros adversarios sean nuestros flagelos.

NOTA: RAMIRO GAMBOA / SENDERO ELEGANTE

VIDEO: JUAN MANUEL CAFFERATA / SENDERO ELEGANTE

FOTOGRAFÍA: FRANCESCA DARGET / SENDERO ELEGANTE

COLABORACIÓN: IGNACIO RODRÍGUEZ VELASCO / SENDERO ELEGANTE 

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