Martín Caparrós: «Que Tinelli sea pensado como Presidente es un signo del desastre»

En unos días, el veinte de septiembre, se estrena Soledad, la película dirigida por Agustina Macri, la hija mayor de nuestro Presidente, (quizá la hija del mandatario que más disimula su existencia) y protagonizada por Vera Spinetta, hija del músico inevitable, Luis Alberto Spinetta. El libro narra la vida de una argentina que se convirtió en una de las referentes máximas del movimiento anarquista italiano: Soledad Rosas. La película se basa en el libro escrito por Caparrós en el año 2003: Amor y Anarquía. Quince años después, la creación de la película reúne a tres apellidos pesados: Caparrós-Macri-Spinetta. “Mi apellido sería el más liviano de los tres”, dice Martín quien ya vio la película hace un mes en Buenos Aires y le pareció que estaba muy bien. “Fui a verla con un poco de susto, porque en el momento en que alguien decide tomar algo que uno ha creado para transportarlo a otro medio, ahí hay muchos riesgos de que en ese trayecto se pierdan o se confundan cosas. Por eso, estaba un poco asustado. Así que, primero fue un alivio y, sobre todo, un gusto ver que la película está muy bien hecha, muy bien contada, la verdad que tiene un estilo y una forma que se adapta muy bien a la historia que está contando. En un momento en que hay tantas películas y series que se parecen todas mucho en cuanto a la imagen y a la forma de contar, yo creo que esta tiene un toque de distinto que le va muy bien y funciona. La actuación de Vera Spinetta es, de verdad, impresionante”, elogia Martín.

Y con una mirada franca, que intenta destruir la tiranía de los prejuicios, cuenta que cuando lo llamaron para proponerle que querían hacer algo con el libro, Caparrós no sabía quién la iba a dirigir. Cuando le dijeron que iba a ser Agustina Macri, preguntó a algunos amigos cineastas si la conocían, y qué opinaban. “Un par de amigos en quienes confío me dijeron que era alguien muy serio, responsable y demás. Nadie tiene por qué hacerse cargo de sus ancestros, es decir, todos nos hacemos cargo de nuestros ancestros, pero no somos nuestros ancestros. Somos nosotros mismos. En el caso de Agustina estuvo claramente demostrado que esto es su trabajo”, dice con un alivio que entusiasma.

Soledad Rosas decidió viajar a sus veintitrés años hacia Europa y no regresó nunca más a su país de origen, país amenazador, oscurecido por el hambre y el recuerdo de una dictadura. Por ese mismo terrorismo de Estado, Caparrós se fugó a sus dieciocho años hacia Francia, donde estudió Historia en la Universidad Sorbona de París, y retornó a la Argentina durante la primavera democrática de Raúl Alfonsín. “Hay tantas cosas que haría si la vida fuera interminable. Vivir por ejemplo”, dice el cronista hiperviajero que tomó la posta de Sarmiento, Hernández, Cané, Arlt, Borges, Cortázar, Walsh y Eloy Martínez para contar historias de Kishinau, París, Monrovia, Amsterdam, Johannesburgo o Barcelona.

“Sigo soñando con escribir un buen libro alguna vez”, dice uno de los artistas de la palabra más agudos de Iberoamérica. Si la adultez es el nombre de la resignación, él se aleja de esa idea porque quiere seguir haciendo lo que hace hasta donde pueda, y busca hacerlo cada vez mejor. Nunca dejó —ni deja— de maravillarlo el privilegio de que personas —variadas personas, diversas personas, dispares personas— le cuenten sus historias, sus vidas.

“Nunca deja de sorprenderme la cantidad de temas que tantas personas pueden contarte si te ven dispuesto a escucharlas. Hay pocas cosas que las personas quieran más que alguien que los escuche; no hay ninguna que nos sirva más que sentarnos, tener paciencia y escucharlos. Horas si es necesario, días: escucharlos”, dice quien recibió el premio internacional más antiguo en el campo del periodismo: el María Moors Cabot que entrega la Universidad de Columbia.

Hace más de veinte años, recorría Bolivia y entrevistaba a quien se convertiría en el primer presidente de origen indígena de Bolivia, un sindicalista cocalero: Evo Morales. Hace más de veinte años, escribió la historia más horrible que contó en su vida: el sistema de prostitución infantil en Sri Lanka. Hace más de veinte años, retrataba el sitio del planeta donde puede comprarse todo lo que en el mundo puede comprarse: Hong Kong. Lo hacía desde el diario que cambió la fisiología del periodismo: Página 12. Y lo hacía en una sección hecha a su medida: «Página 30». Durante la última semana de agosto del año 2018, a las doce del mediodía de un miércoles cualquiera, nos encontramos en un café de Barcelona, mientras el suave viento catalán ondeaba las palmeras y el mar brillaba con un azul inverosímil.

Tiene un discurso claro de sí mismo: consiste en dudar todo el tiempo de sí mismo. “Desconfío de la gente que tiene discursos claros sobre sí mismos y sobre cualquier otra cosa. Lo que me gusta es justamente lo contrario: la interrogación, la duda y la puesta en cuestión permanente”, dice mientras charlamos. No toma café, porque acaba de tomar mate hace pocos minutos, en su única casa medianamente estable y medianamente suya.

“Me gustaría que el mundo estuviera organizado según los principios anarquistas, en el sentido de que no hubiera poder y no hubiera gente que tuviera más poder que otras. Sin duda, me parece que ese es el deseo último. El problema es que para llegar a eso se necesitan todavía siglos de evolución. No lo vamos a ver ni vos ni yo. Sin embargo, me parece bien como propósito ir reduciendo la cantidad y la calidad de poder que los que hoy tienen poder, pueden llegar a tener”, construye, evoca, reflexiona Martín.

Caparrós, nunca pensó en matarse, a diferencia de Soledad Rosas. “Para empezar, mi vida es lo único que tengo y es lo único que tenemos. Me gusta demasiado todo esto como para tener, con respecto a la idea de terminarla, otra cosa que no sea bronca. Me da mucha bronca que se acabe, entonces, nunca haría algo para que se acabara. No viví una situación en donde todo fuera tan espantoso como para llevarme a pensar que es peor vivir que no vivir”.

A la distancia, la Argentina se le hace diferente. Si bien es una distancia relativa porque visita su país de origen con cierta frecuencia, lee los diarios todos los días y muchos de esos días concluyen con la compañía whatsappera de sus amigos o de su hijo Juan, quien se recibió de politólogo hace dos años, en la Universidad de Buenos Aires. De todas formas, la distancia le da a todo ciertos matices diferentes. “Para empezar, muchas veces, todo lo que pasa cuando estás ahí —en la Argentina— te parece tan radical, urgente y decisivo que visto de lejos suele sonar un poco menos central. Pero, al mismo tiempo, desde España se ven más claros los esfuerzos que hacemos por jodernos la vida, hacemos esfuerzos para que sea cada vez más difícil vivir en la Argentina. Creo que es así por muchas razones, desde las más personales hasta las más generales.

Por un lado, hablando de lo general, hemos conseguido construir uno de los grandes fracasos de los últimos cien años. Argentina es un país que, se suele decir: «tiene todo para que le vaya bien en muchas cosas» y, habiendo leído bien mucho, durante mucho tiempo, creo que le va cada vez peor. Todo el tiempo le va cada vez peor. Eso es relativamente difícil de conseguir y lo estamos haciendo de una manera extraordinaria. Y, por otro lado, en lo personal, vivimos muy tensos, muy enojados y muy peleados con cualquiera. Yo creo que hay veces en que vale la pena estar tensos y enojados, si uno logra dirigir esa atención y ese enojo hacia quien corresponde, pero para construir. Cuando estoy en la Argentina me da la sensación de que para muchos de nosotros se ha transformado en una condición permanente la cólera al momento de dirigirse a cualquiera en la calle, y es una tontería que hace que todo sea mucho más difícil.

Si tuviera que recomendarle un libro al presidente Mauricio Macri, Caparrós le diría que leyese Argentinismos, un texto en el que escribe sobre el país y del que Macri, quizá, podría sacar alguna idea mejor que las que tiene. 

“Uno de los aprendizajes del niño argentino es aceptar que el país se va todo el tiempo a la mierda”, dice Nito, protagonista de la novela Los Living. Nito habla desde el corazón, pero piensa todo el tiempo, al igual que su creador, Martín: “Tenemos esa sensación de que todo se va al carajo repetidamente y nada consigue revertir esa sensación. En julio, estuve en Buenos Aires y lo que pude ver es que esta última crisis de abril y mayo, más la corrida del dólar y todo esto que sigue todavía fue muy brutal en el sentido en que sigue pasando lo mismo: siguen jodiéndose las mismas cosas y continúan sin solucionarse las cuestiones de base que tendrían que arreglarse. Y creo que esta vez —justamente por ese efecto de repeticiones y el «país calesita” (concepto inventado por Caparrós y parafraseado por decenas de periodistas, intelectuales y políticos)—  desanimó mucho a muchas personas. Pocas veces había escuchado y visto tanto desánimo como en estas últimas semanas en la Argentina, y creo que tiene algo que ver con esa sensación de que no encontramos la forma de salir y sucede que el país se sigue degradando y degradando». 

Nito, su personaje de Los Living, también dice: “casi todo en la vida del argentino y la Argentina: algo que el primer día, te parece estupendo fuente de inagotable gozo; el tercero, una cumbre; el séptimo, más o menos bien; el undécimo, la intriga de por qué era que te gustaba tanto y, a partir del vigesimotercero, te resulta perfectamente abominable”. “A un montón de gente le está pasando eso con Macri, a mí no. Nunca me pareció extraordinario. Pero lo curioso es que me parece que Macri se benefició de un fenómeno muy clásico de la política: cuando empezó a perder capital político Cristina Kirchner, alguien lo fue recibiendo. Es lo que suele pasar en política, lo curioso de la situación actual es que me parece que eso no está sucediendo. El capital político que está perdiendo Macri, por mirar las encuestas, no lo ataja nadie. Entonces es pura pérdida, pura entropía. Eso tiene que ver con el hecho de que, en general, cuando un gobierno o gobernante pierde, hay un sector relativamente importante que se alegra porque quiere decir que a ese sector le va a ir mejor, porque ataja ese capital y piensa que lo va a usar. Claramente, como te digo, eso es lo que hizo Macri hasta el 2015. Pero ahora no está pasando, porque el kirchnerismo, que podría ser quien recibiera ese capital, está estancado, tiene un tope estancado y después no hay otro. Por consiguiente, es simplemente energía política que se disipa y se pierde. Por lo tanto, produce esta sensación de anomia, donde nadie ve una salida, ni una solución”, dice Martín en un café de Barcelona atendido por un mozo argentino que se escapó de la Argentina hace ya más de diez años.

Una dinámica económica delicada para el Gobierno, y un poder Judicial que avanza sobre Cristina diseñan un escenario magnífico para la emergencia de un outsider como Marcelo Tinelli: «Si Tinelli pudiera ser candidato razonable para presidente, yo entonces me volvería a vivir a la Argentina solo para poder volver a irme. Así de desesperado y aterrado. Pero me parece extraordinario, es un signo de la mayor inmadurez política que uno pueda suponer: el hecho de que pueda pensarse en alguien como candidato sin tener ni idea de cuáles son sus ideas políticas, económicas o sociales. Nadie sabe qué propondría Marcelo Tinelli para el país. Sin embargo, se habla de que él podría ser candidato para dirigirlo, se hacen encuestas y hay gente que dice que lo elegiría. Es una muestra, para decirlo amablemente, de la estupidez en la que hemos caído. Quiere decir que un tipo, por el hecho de hacer durante veinte años un programa de chistes malos y mujeres semidesnudas, puede ser pensado como candidato. Eso es un signo del desastre”, dice.

¿Qué significa el sujeto Marcelo Tinelli para los argentinos? Caparrós escribió en 1988, algo que nos recuerda en Barcelona, ciudad abierta al mar y refrescada por la brisa de los atardeceres treinta años después: “El éxito que ya estaba empezando a tener el programa de Tinelli era gracias al triunfo del «muchacho común». La televisión durante mucho tiempo pretendió, con mayor o menor éxito, estar mostrando todo el tiempo algo  extraordinario: gente distinta, gente mejor, gente que sabía hacer mejor ciertas cosas. Sin embargo, con Tinelli lo que entró de lleno en la televisión, y en la cultura argentina, es el hecho de que no se necesita hacer mejor ciertas cosas, simplemente lo que vale es hacer las cosas igual que todos, de esa manera mediocre en que las hacen todos. Creo que eso fue lo que hizo que funcionara”, dice el hijo de dos psicólogos de izquierda, Martín Caparrós.

Los hijos les fallan a los padres de forma más directa y más precisa; los padres, a los hijos de infinitas formas. ¿En qué le fallaron los padres a Caparrós? No tiene ningún reproche específico con respecto a sus padres, aunque con sus ojos humedecidos nos cuenta que su padre murió muy joven, a los 58 años, por tanto pudo disfrutarlo poco, aunque compartió el tiempo suficiente para destacar una virtud y un defecto: “La virtud sería la importancia de la reflexión, el intento por entender cosas. La mala sería que no entendía dónde estaban los límites”. Las primeras brisas del atardecer se perciben y Martín esclarece una posible equivocación que cometió con su hijo: “lo podría haber visto más”.

Crítico del sistema educativo argentino, Caparrós entiende que casi todos los que pueden mandan a sus hijos a colegios privados. La educación pública, cada vez más en la Argentina, es para los que no pueden pagar otra cosa. Y eso es patético, porque una de las cosas que nos constituyó durante toda la primera parte del siglo XX como país fue esa educación pública y para todos. Casi todos nos ubicábamos de la misma manera, compartíamos cosas y buscábamos cosas para estar juntos, ahora lo que buscamos es formas de estar separados.

“El peronismo ahora no solo tiene que ser nacional, popular y democrático, sino que también feminista”, dijo Cristina Kirchner, mientras se debatía la legalización del aborto en el senado argentino. “Es otro de sus chistes malos”, dice Caparrós. Es curioso que pueda hablar de un movimiento que ella misma llama «peronismo», nombre derivado del apellido de un señor al que sus seguidores o adoradores llamaban «el hombre» o «el macho». Es curioso que un movimiento basado en la reverencia «al hombre» y «al macho» del general Perón, pueda creerse feminista. A mí me hubiera gustado que CFK lo hubiese pensado en los doce años anteriores a 2015, cuando tenía el poder suficiente como para cumplir con algunas de las reivindicaciones básicas del movimiento feminista. Estoy hablando justamente del tema de la legalización del aborto. Ahora parece que ella es pro legalización del aborto, sin embargo, durante los doce años en los que tuvo todo el poder para conseguir que esa ley se aprobara en los parlamentos, sobre los que ella dominaba absolutamente, no lo hizo sino todo lo contrario. Bloqueó todas las opciones e iniciativas para que se discutiera la ley. Por tanto me parece que es cierto que nos toma por idiotas, y tiene razón en muchos casos, pero no tan idiotas”.

A Martín lo excita la idea de que podemos hacer un mundo mejor. “No solo es posible hacerlo, sino que lo hacemos. No tengo duda de que el mundo actual es mucho mejor que el mundo de hace cien años. Hace cien años exactos, en Europa, se mataron veinte o treinta millones de personas en una guerra. Hace como cuarenta años que no hay una guerra en serio de esas magnitudes. Parece que por el momento estamos logrando que no las haya. Pero más allá de eso, está claro que vivimos mucho mejor, la gente vive mucho más. Malo era que hace cien años la esperanza media de vida en el mundo era cincuenta o cincuenta y cinco años y, ahora son setenta u ochenta. Ahora, sí el mundo es mejorable, por supuesto, sigue siendo muy injusto y sigue habiendo cantidad de cosas que habría que cambiar. Aunque nada me hace pensar que no vamos a seguir cambiándolas. Quizá, no siempre tanto como queremos ni en los tiempos en que queremos. Yo estudié historia y mucho de lo que me acuerdo es de cómo era el mundo en distintos momentos de su desarrollo y está claro que hay una línea general que mejora las cosas. Y después hay, como siempre, lo que Giambattista Vico llamaba los «corsi e ricorsi”: vamos y venimos, vamos y venimos en el corto y mediano plazo. Pero en el largo plazo mejoramos”, dice quien cree que la justicia es imaginable en un mundo evidentemente injusto.

Albert Camus decía que “no hay necesidad del juicio final porque las personas bastan para ello. Conocí algo peor que el juicio de Dios, el juicio de los hombres: para ellos no existen circunstancias atenuantes y hasta a la buena intención la imputan al crimen”. ¿Cómo lidia Caparrós con el ojo ajeno? “Me importa bastante lo que diga alguna poca gente a la que respeto y me importa muy poco lo que digan los demás. Trato de entender cuando me critican personas que respeto, pero después esta especie de circulación un poco disparatada de discursos que se violentan cada vez más en las redes sociales y en los medios no me importan mucho”, dice quien tuvo su primer trabajo a los 16, en el diario Noticias

Si se me cruza un huevón por la calle que te dice: «¡ah! porque usted y no se qué y qué se yo». Digo: “¿por qué le vas a hacer caso? Alguien tiene que ganarse el derecho de decir, y ese derecho se gana diciendo cosas que valgan la pena ser escuchadas. Mientras no esté claro que lo que decís vale la pena ser escuchado, yo en principio no lo escucho. Una sola aclaración: esto no va solamente para las críticas, sino también para los halagos”.

Si hubiese un partido de los que no están seguros de tener razón, a Caparrós le gustaría integrarlo. Él me recomendó no escribir un reportaje de preguntas y respuestas —el clásico formato question and answer— sino tratar de narrar lo que pasó, lo cual incluye preguntas y respuestas, pero también incluye otra cantidad de cosas. He aquí el intento de retratar a una de las plumas más agudas del continente, quien luego de la entrevista se va a comprar pan y a escribir una de sus columnas para el New York Times.

NOTA: RAMIRO GAMBOA / SENDERO ELEGANTE

PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL: CATALINA GIORDANO – NATALIA GARCÍA  / SENDERO ELEGANTE

FOTOGRAFÍA: CATALINA GIORDANO / SENDERO ELEGANTE

COLABORACIÓN: LILIANA VELASCO – JUAN ZINGONI / SENDERO ELEGANTE 

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