La infancia es el lugar al que Fernando vuelve como a un espacio ideal. Cuenta, sentado en su despacho del Congreso de la Nación, a las 17 de un jueves, cómo amaba jugar al Scalextric: “En Avellaneda, había buenas pistas, de las grandes, y se organizaban unas competencias muy interesantes”. Apasionado de la Fórmula 1, pensó que iba a estudiar ingeniería y a especializarse en el universo automotor. Creía que aquello era la felicidad.
Jugaba al Scalextric con sus primos “era nuestra compensación de chicos pobres”, dice. Caminaban por las calles del conurbano: de la pista de Avellaneda a la de Lanús y de ahí a la de Gerli: “Competíamos, teníamos coches de tracción eléctrica diferentes que elegíamos según el tipo de pista, el tipo de goma. Éramos como ingenieros y la pasión nos duró unos cuatro, cinco años de la infancia”.
“¡¡¡El Lole marcó un récord!!! Acabo de medir el tiempo con mi reloj”, decía emocionado, a sus trece años, Fernando Iglesias en el circuito nueve del Autódromo de Buenos Aires. Su ídolo de la infancia fue el expiloto, y luego gobernador de Santa Fe y senador nacional, Carlos Alberto Reutemann, quien marcó el primer lugar en la grilla de salida de su debut en Fórmula 1. Fernando fue testigo de la gesta del Lole.
Mientras se filtra un sol tibio por las ventanas y se oye el alboroto de las palomas, Fernando recuerda el viaje anual en tren a Quequén, a la casa de sus abuelos, en donde su mirada era testigo de la riqueza de la provincia de Buenos Aires: “campos sembrados, vacas lecheras y un puerto fabuloso del que todos los días salían barcos a alimentar el mundo”.
El futuro parecía un lugar tranquilo para Fernando, aunque la realidad no es una línea recta sino un sistema de bifurcaciones. ¿Vieron Alicia en el País de las Maravillas? Fernando dice que Avellaneda se convirtió en eso: otro mundo. Al igual que la provincia de Buenos Aires. Pero sin el conejo blanco ni la oruga azul ni el Gato de Cheshire. Un lugar azotado por una plaga, como la ciudad de Orán en la novela La Peste, de Albert Camus.
—Si la provincia de Buenos Aires fue destruida por una plaga, ¿cuál fue?
—La plaga en la Argentina fue el facilismo, el pensamiento mágico, la idea de que somos los campeones del mundo y que las cosas se arreglan sin esfuerzo. El peronismo se sube a todo eso. El peronismo lleva en sí el gen de lo peor de la Argentina que es esta mezcla de cinismo por un lado y de fundamentalismo por el otro, cosas típicas del psicópata; en el mundo, entre las personas normales, o sos un cínico o sos un fundamentalista que cree que tus ideas son las únicas que valen; las dos cosas juntas no pueden ir. ¿Quién las junta? El peronismo, una combinación fatal, cinismo y fundamentalismo: el cínico era Perón, la fundamentalista era Evita; el cínico era Kirchner, la fundamentalista era Cristina; el cínico fue el PJ, el fundamentalista fue La Cámpora, y el cínico fue López Rega y fundamentalistas fueron los montoneros.
Intento comprender a Fernando: sus intenciones, sus dificultades, sus tragedias. Tres de sus primos con quienes jugaba de chiquito a los Scalextric murieron: «Tengo seis primos de un lado de la familia, y la mitad falleció. Dos murieron en Florencio Varela y uno, en Avellaneda. Los tres murieron por episodios de inseguridad. Eso fue lo que pasó en la provincia de Buenos Aires: crearon un agujero en donde hundieron a millones de personas”.
Al igual que sus colegas Mark Twain, Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez —todos ellos periodistas—, quienes desarrollaban un periodismo intencional, Fernando desarrolla una actividad política intencional: se fija un objetivo e intenta provocar algún tipo de cambio. Lucha por algo.
Tiene algo personal con el peronismo, advierte. “Me crié en Avellaneda y la destruyeron, la provincia de Buenos Aires fue destruida. Soy hincha de Independiente, y con Moyano en el club, hay pedofilia y denuncias de lavado de dinero del narcotráfico. Mi tío Pancho, quien era peronista, era secretario general del sindicato de jaboneros; hoy el secretario general de jaboneros está detenido porque tenían una quinta en donde había trata de personas y prostitución. Donde tocaron han hecho un desastre”.
En el 2017, Macri lo convocó personalmente para que integrara un lugar en la lista de los diputados nacionales del oficialismo. Un pacto que los comprometió a trabajar juntos para enterrar al peronismo: “Supongo que lo que Macri vio en mí es una capacidad de comunicación acerca de cuáles son los contenidos básicos de lo que Cambiemos intenta hacer en el país”, dice con pudor.
Piensa —me dice— que con Cambiemos vamos hacia una República: “Vamos hacia una República, un país integrado al mundo de forma inteligente, que defiende sus intereses, pero integrado al mundo, no aislado, en donde reina el Estado de derecho, en donde hay libertad para que la oposición y el periodismo expresen lo que se les dé la gana. Y donde la economía sea una economía razonable sin un populismo desquiciado como el que tuvimos durante doce años, que no es sustentable. Una de las dos grandes promesas que ha cumplido el gobierno es la de terminar un mandato después de noventa años en los que solamente el peronismo o los militares podían gobernar, y sacar el país adelante, normalizar las variables macroeconómicas sin provocar un enorme crac en la estructura social”.
Las nubes de Buenos Aires se mueven como locas de un lado a otro. En su escritorio, veo un portarretrato con la foto de enrolamiento de su papá, de 1945. También hay una foto con su mamá y su papá en Quequén, cuando Fernando tenía tres años. Se hallaba en la mejor de las situaciones.
En ese mismo lugar, reposan los restos de sus padres y de quince familiares. Su madre, harta de ser la única que llevaba flores a los cementerios, pidió permiso al resto de la familia para cremar a todos y arrojar las cenizas en el lugar donde —textual de su mamá— más felices habían sido: el mar resplandeciente de Quequén. Fernando va dos veces por año y les tira unos claveles.
La luz del día se extingue como un fósforo y Fernando habla sobre la conocida nombrada y parafraseada pesada herencia:
—Es un gobierno que recibió déficit primario, déficit fiscal, déficits provinciales, comercial, de infraestructura y energético, que la Argentina sólo ha alcanzado en su historia antes de sus grandes catástrofes. Antes del rodrigazo, antes de la hiperinflación, antes del 2001, del 2002. Nadie puede pensar que en una circunstancia como tal en cuatro años se pueda hacer lo que uno quisiera. Simplemente, se trató de atajar penales, de evitar que el país se desmandara, de ir reordenando la macroeconomía y ahora trataremos de reelegir. El modelo de país que quiere Cambiemos va a empezar a verse en un segundo mandato.
Fernando entiende que a un olvido deben oponersele muchas memorias, y que a una historia falsa, hay que cubrirla con historias reales:
—La Argentina no puede mágicamente pasar a ser Suiza. Cuando crees eso, apoyás a alguien que te lo prometa, que es lo que ha hecho la Argentina: creer en encantadores de serpientes. Como fue Perón, como fue Menem, como fueron los Kirchner que han prometido y siguen prometiendo que, de un día para otro, se puede dar vuelta la situación. El país ha tenido una transformación importante porque por algo también llegó Cambiemos al poder; por algo en 2017, cuando la situación económica era mejor aunque tampoco era ideal, se pudo lograr un buen resultado electoral. Confío en que este año los argentinos continuaremos dando pasos hacia adelante para entender que la realidad es lo que es, somos lo que somos, no somos un país del primer mundo, no somos los campeones del mundo de nada, no ganamos un mundial desde 1986, y hay que seguir laburando y tratar de ir mejorando de a poco, no hay otro camino. Lo dice el Presidente todo el tiempo, no hay atajos, cada vez que agarramos un atajo nos terminamos cayendo por el barranco: mejor sigamos por la ruta.
Sigue cayendo la tarde sobre el Congreso. En el despacho, nos acompaña su jefe de asesores, Nicolás Simone. En todos los rincones, encuentro fotos, libros, diplomas, premios y reconocimientos. Esta la foto de la jura como Diputado nacional de 2007 y, a su lado, la de 2017. “Con más arrugas y menos pelos”, sonríe Fernando. En ambas eligió no jurar por Dios ni por la patria, sino por la Constitución.
Confía en que la Argentina debe seguir el camino de los Estados Unidos en donde se desarrolló la economía del conocimiento. Presenta como ejemplo a California y a empresas como Google, Apple, Facebook y Amazon. “La tasa de desempleo en los Estados Unidos es del 4 %, casi equivalente al pleno empleo, de los más bajos del mundo. Si no tenemos desarrollo de la economía de la información, no tenemos salida posible”, sostiene.
—Si nuestros peores días fueron peronistas, ¿cuáles fueron nuestros mejores?
—Es cierto que las fiestas peronistas también han sido momentos de alegría y de euforia en general. Entre el 1946 y 1949, los primeros tres años de Perón crecieron mucho el empleo, el salario, la redistribución del ingreso; lo mismo pasó en los primeros tres, cuatro años de Menem. Y también en los tres primeros años de Kirchner con tasas chinas. Lo que pasa es que las fiestas se pagan, y lo razonable en un país no es ir de fiestas a depresiones; lo razonable es tener un crecimiento a largo plazo y sostenido. Creo que este gobierno ha dado los méritos y está llevando a cero los cinco grandes déficits que ha tenido la Argentina y que han condenado a nuestra sociedad, y a nuestra economía, a la decadencia: el déficit primario, el de la cuenta comercial, el energético, el infraestructural y el institucional.
Toda gesta requiere de trabajo colectivo, y se precisa de un espíritu de colectividad, de cooperación, de buena voluntad, de comprensión recíproca.
—¿Quiénes son los aliados de Fernando?
—Mis aliados son todos los que quieren una república, un Estado de derecho y un país normal dentro del contexto del siglo XXI. La Argentina no necesita hacer cosas muy originales ni geniales, tiene un buen potencial, tanto desde el punto de vista de sus recursos naturales como de su gente; lo que necesitamos es dejar de hacer cosas excepcionales y, más o menos, hacer las cosas que se hacen en los países razonables del mundo y no hablo de Suiza, hablo de Chile.
Con la voz metódica, prolija, él afirma que Stolbizer sería una excelente política en Chile, y Miguel Lifschitz lo haría muy bien en el Uruguay. “Pero la Argentina es la Argentina, y hay un fenómeno decisivo que es el peronismo, y el escenario político argentino se ve más con un manual de psiquiatría que con un manual de política. Porque acá no es un problema de izquierda, derecha, ¡acá el problema es que hay un psicópata que es el peronismo! Y las actitudes políticas se definen por cómo reacciones frente a un psicópata. Hay quienes se hacen psicópatas, hay quienes se hacen aliados del psicópata, hay quienes hacen como Felipe Solá, miran para otro lado, y hay quienes salen a enfrentar a los psicópatas, ahí está muy clara cuál es la alternativa”.
—El socialismo de Miguel Lifschitz, de Roy Cortina o el radicalismo de Lousteau ¿tienen lugar dentro de Cambiemos?
—No veo motivos para que estén afuera. El problema es que vienen con una concepción en algunos aspectos muy populista, son ellos los que se ponen muy críticos y, en algunos casos, oportunistas. El de Lousteau no es un caso de desacuerdo ideológico, es un desacuerdo de conductas. Es un chico que tiene su talento, que no es estúpido, pero viene de una trayectoria de funcionario del peronismo bonaerense, ministro de economía K; después pasó a estar en Cambiemos, fue embajador, después te larga la embajada y vino acá y quiso que lo dejaran competir. Ese tipo de conductas ya no tienen lugar en la política, la gente las repudia; sobre todo, cuando se hacen con una cierta descalificación, con pretensión de impunidad con el pasado e hipotética posición de “coreacentrismo”, de que no estoy ni con unos ni con otros, pero jugué con los unos y quiero que me dejen jugar con los otros; eso no es un mérito.
—Tres mujeres podrían estar en la historia y, al mismo tiempo, las tres tienen la posibilidad de no estar: Gabriela Michetti, Carolina Stanley y Patricia Bullrich. ¿Cuál de las tres es la preferida de Fernando?
—Las tres son buenas candidatas, cada una con sus virtudes. Conozco más a Patricia Bullrich, con quien fui compañero de fórmula en la Coalición cívica. Desde el punto de vista de los ministerios, probablemente sea la mejor, tiene una gran imagen pública y merecidamente. Sin embargo, creo que las tres tienen una muy buena imagen y la decisión la debe tomar el Presidente.
Se siente escuchado por el Presidente, con quien habla por Whatsapp, pero también por el Jefe de Gabinete, por sus compañeros de bancada y también por el peronismo. “Recibo con alegría los insultos del peronismo porque uno tiene que enorgullecerse, a veces, de los amigos y, a veces, de los enemigos”, asegura.
“¿Tienes enemigos? Bien. Eso significa que alguna vez has luchado por algo en tu vida”, dijo Churchill. La frase del líder británico parece encajar perfectamente en la personalidad de Fernando: “Si el estanilismo y el kirchnerismo son de izquierda, estoy feliz de estar en la otra vereda. No tengo problema de que los que saquearon el país me acusen de gorila, y que los que han sido blandos y cómplices o furgón de cola, como ha sido la izquierda, me digan que soy la derecha”.
Sin medias tintas, entiende que Maduro es un dictador, y que Trump es el presidente de un país democrático que, hasta ahora, ha respetado las reglas de la democracia. No le cae nada simpático, pero no le parece que sea un dictador ni mucho menos. Acepta que la virtud de Macri no es la oratoria, aunque asegura que necesitamos más ingenieros que hagan y tilda a Cristina como una “oradora horrenda”.
Fernando repara las heridas de la vida escuchando tango y jazz: Osvaldo Pugliese, Duke Ellington y Miles Davis, sus preferidos. Usa Spotify en donde encuentra nuevos artistas, como Tom Waits y Chet Baker. Tiene unos parlantes en una vieja tablet que le regaló su novia y la escucha no bien llega a su casa. Amante del cine, adora el cine italiano y su película favorita es Una giornata particolare, de un autor que admira: Ettore Scola. Del cine nacional: La ciénaga, Luna de Avellaneda y Buenos Aires Viceversa ocupan su podio.
Los españoles son un pueblo que tiene virtudes y defectos, y una de sus virtudes es que son tipos corajudos: eso heredó Fernando. Si no hubiera sido político, hubiera continuado con su carrera de entrenador de equipos profesionales de volleyball, aunque lo entusiasma ser el presidente del Consejo del World Federalist Movement, desde donde promueve la edificación de una democracia global vigorosa.
Coincide con Albert Camus en que, en los hombres, hay más cosas dignas de admiración que de desprecio. “Es admirable que un animal que va a morir le encuentre un sentido a la vida y haga tantas cosas creativas”.
La noche empieza y se abre un cielo escandalosamente azul. Despido a Fernando, luego de que tomó aliento para abrir el delta de su memoria y de sus ideas.
Contra la fugacidad, la letra. Contra la muerte, las historias.
NOTA: RAMIRO GAMBOA / SENDERO ELEGANTE
FOTOGRAFÍA Y PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL: LUCAS BAYLEY / SENDERO ELEGANTE
COLABORACIÓN: LILIANA VELASCO – JUAN PABLO CHIODI – CAMILA MIELE / SENDERO ELEGANTE
Fernando Iglesias es el político más inteligente, muy lejos de cualquier otro, de todos los que conozco y he conocido en vida. Y tengo 84 años.
Fernando Iglesias siempre me parece un hombre con el que puedo hablar de cualquier cosa y de temas comunes. Que nunca pero nunca me va a cagar
Lucidi y valiente, Fernando. Hay que bancarse criticar al peronismo con solidez.
Además de coincidir, lo admiro y trato de aprender.
uno de los polìticos mas formados y creibles.
Me encanta Fernando! Siempre con pruebas en la mano refutando las críticas.