POR GUIDO GRASSELLI
Leo la nota de Marou Rivero. Charló con Sendero Elegante y contó uno de sus recuerdos infantiles indelebles: cuando se mudó de Catamarca hacia Río Cuarto, todos sus amiguitos rubios gringos de ojos claros le decían Pocahontas. Quizá no sea tan malo que la llamaran así.
Si miramos hacia atrás, podemos ver una gran evolución de las princesas de Disney. Durante muchos años, han sido la representación de la feminidad y del comportamiento que supuestamente debía tener una mujer: eran sumisas, ingenuas, perpetuaban los cánones de belleza inalcanzables y siempre estaban a la espera de que “el príncipe azul” llegase a rescatarlas.
¿Qué pasaría si Blancanieves se estrenase hoy en los cines? El panorama cambió bastante con respecto a 1937, y probablemente hoy, se cuestionaría por qué la protagonista es forzada a la servidumbre solo por ser más bella que su madrastra mientras continúa alegre y bondadosa, por qué casi no habla a pesar de ser el personaje principal, por qué tenía que ser un príncipe el único capaz de despertarla con un beso o, incluso, por qué no había diversidad de género —en vez de personalidades— entre los 7 enanos que la acompañaban. También sería muy cuestionada La cenicienta (1950), quien sufría maltrato en su hogar, y la única escapatoria que tenía era casarse con el príncipe que conoció en una especie de rifa de solteras que organizó el rey; o La bella durmiente (1959) donde nuevamente es un príncipe el encargado de romper el hechizo con un beso y salvar a la princesa.
Por suerte, a lo largo de los años, las princesas de Disney evolucionaron, y hoy vemos más heroínas, que ya no son solo doncellas que necesitan ser salvadas, sino que se admira su valentía, su inteligencia, su seguridad y determinación para enfrentarse a problemas reales. La abanderada de este cambio radical, tal vez, haya sido Pocahontas (1995). Si bien antes de su estreno existieron otras princesas que le fueron ablandando el camino —Jasmín en Aladdin (1992) rompió con un estereotipo al ser la primera princesa no caucásica, por citar un ejemplo—, Pocahontas fue la primera en poner sus ideales por encima del amor y decidió quedarse con su gente mientras dejó ir a su príncipe amado.
De esta manera, se abrió el camino a nuevas princesas que llegaron, como Mulan (1998) que falló en la principal tarea que tenían las mujeres en ese momento —casarse— y se metió en el ejército disfrazada de hombre demostrando que es una mujer fuerte e independiente y que está a su misma altura; o Elsa y Anna, en Frozen (2013), en la que el acto de amor verdadero que salva a la princesa es entre hermanas, y no el de un príncipe como estábamos acostumbrados. Hasta que, finalmente, llega Moana (2016) para terminar de “desprincesar” el personaje femenino, una joven segura y ambiciosa que se embarca en una peligrosa aventura y, por primera vez, vemos a una princesa que no necesita un príncipe a su lado.
Pensándolo bien, por más que Marou se había sentido “rara” cuando la llamaban Pocahontas en su infancia, quizá, no fuera tan malo después de todo. Peor sería que la identifiquen con Blancanieves o con La cenicienta; mejor Pocahontas, ¿no?
El príncipe azul probablemente —ojalá— haya muerto, ellas ya no lo necesitan: son fuertes, aventureras y tienen coraje.
POR GUIDO GRASSELLI
ARTE: ROCÍO PÉRSICO