POR: FABRIZIO SANGUINETTI
El peronismo. El movimiento, el partido, la leyenda, el mito. Su estudio y su pensamiento excede a la figura de su creador y líder, Juan Domingo Perón. No podemos dejar de remitirnos a él. Perón-ismo, dos partes de un concepto que se conjugan en uno mismo: el creador y su influjo, el jefe y su estela, el hombre y sus acciones, el adalid y sus recuerdos. Hablar del peronismo es hablar de un drama nacional, de una historia infinita que nos excede, pero que a su vez los argentinos y las argentinas sabemos de qué va. Animarse a pensar qué es el peronismo, o incluso afirmar soy peronista tiene significación específica de acuerdo al momento particular de nuestra historia.
Cuando un tema se nos presenta como infinito sólo podemos elegir algunas partes, algunas piezas del rompecabezas de lo eterno, de lo que nunca acabará ¿Por qué resuenan? ¿Qué las hace tan poderosas? La verdad está allí donde uno menos se los espera. Allí vamos.
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En su formación, el joven Perón aferrado a constantes lecturas y escritos, sabe que el entrenamiento físico del cuerpo y el uso de las armas, deben perfeccionarse con una inquietud intelectual perseverante, que lo acompaña el resto de su vida. A su praxis política le corresponden ideas compuestas de una educación sólida. Partiendo de los textos de los grandes estrategas germanos, Clausewitz y von der Goltz, los primeros años de la carrera de Perón lo encuentran dictando clases de Historia Militar en la Escuela Superior de Guerra. En sus primeros escritos, como los Apuntes de historia militar contienen conocimientos clásicos sobre la guerra ordenados en citas abigarradas, mientras que en Toponimia patagónica de etimología araucana se expresa la vocación de un militar interesado en el territorio.
Perón es también un cronista. En Lo que yo vi de la preparación y realización de la revolución del 6 de septiembre de 1930 se aprecia un relato urbano y la descripción del entonces capitán que asiste en su calidad de subordinado al golpe que derroca a Yrigoyen. Otro cronista —de mayor calibre— llamado Roberto Arlt también es partícipe del hecho y los relata en una de sus aguafuertes. Mientras que el autor de Los siete locos se refugia en el subterráneo con dirección a la estación “Sáenz Peña”, el militar emprende un viaje en auto blindado hacia el congreso. Por esas picardías de la historia, ambos que estaban a pocos metros, no llegan a cruzarse. El militar y el escritor, el periodista y el guerrero, unidos por la narración del acontecimiento.
Trece años más tarde, Perón participa de otro golpe militar, esta vez, contra el presidente Ramón Castillo. Entran en la historia un nuevo grupo de militares. Irrumpen los nombres: Ramirez, Farrel, González, Mercante, Perón, es la hora del Grupo del Oficiales Unidos (GOU). Hijos del ascenso social y de la clase media yrigoyenista, apoyan con más énfasis el desarrollo de la industria pesada y de la Defensa Nacional. La revolución de 1943 se enmarca dentro la tradición golpista, que comienza con Uriburu en 1930, lo que realmente les importa a los militares es recomponer el caos y la descomposición civil, el vacío de poder ¿Qué tiene de distinto la revolución de 1943? La movilización de las mayorías populares. El coronel Perón desde su rol en la emblemática Secretaria de Trabajo y Previsión integra las Fuerzas Armadas al movimiento obrero.
El 17 de octubre de 1945 los militares no disparan contra el pueblo, no saben en nombre de quién reprimirlo. Entregar el gobierno, es entregárselo a la Oligarquía, quien les recuerda sus orígenes anómalos y que pretende que la Corte Suprema oficie de gobierno de transición. Entre un civil y un militar, el Ejército prefiere al militar. En las elecciones presidenciales del 24 de febrero de 1946, se impone la fórmula Perón-Quijano con un 52% de los votos contra los contrincantes Tamborini-Mosca de la Unión Democrática.
Perón logra una alianza del pueblo con las Fuerzas Armadas. Unidad inestable, frágil, precaria. Y que logra promover con relativo éxito hasta 1951. Asciende en su rango, y entiende que para “neutralizar” a las FF AA debe equiparlas y modernizarlas (el Ejército triplica su cantidad de soldados para 1952), a la vez que, el líder sabe ver que su coalición de poder debe estar apoyada por la organización popular y el fortalecimiento de las estructuras productivas.
Por mayor estabilidad que logre un proyecto político, su hegemonía es precaria, nunca incólume. En el año 1951, Perón enfrenta un intento de golpe encabezado por el general Menéndez. El presidente tiene el apoyo de la Infantería, de donde provienen sus únicos dos ministros de Guerra. La Marina y la Caballería son los sectores más adversos de las FF AA. Pero focos de resistencia popular impiden el avance de la ofensiva de Menéndez, la clase obrera encabezada por la CGT, declara una huelga general y prepara barricadas que impiden el avance de las Fuerzas Militares. El apoyo, le da Perón oxígeno para su segundo mandato. El gobierno está a salvo, por ahora.
El 16 de junio de 1955, el general sufre una nueva estocada. Irrumpen en la Plaza de Mayo bombardeos de aviones de la Marina. Bajo el lema Cristo vence, el objetivo de la Marina es asesinar a Perón y terminar con su gobierno. Las horas del gobierno están contadas.
Cristo vence. Retrocedamos y pensemos en esa frase. La revolución del 43´ se pronuncia como una comunión entre los valores de la Iglesia y de las FF AA con el propósito de recomponer el orden social: aúna los preceptos fundamentales del catolicismo con el nacionalismo. Las instituciones armadas están descreídas y la defensa nacional negligentemente imprevista. La educación de la niñez y la instrucción de la juventud, sin respeto a Dios ni amor a la Patria, anuncian en su proclama. Evidenciamos un mensaje, la formación de un bloque antiliberal que se constituye alrededor de un mito, el mito de la “nación católica”.
El mito se va arraigando en amplios sectores de la sociedad. Asciende un sector integrista, que invoca a la doctrina social de la Iglesia y da lugar a un Estado orgánico digno de la tradición papal. Se cuestiona la rigidez de las jerarquías eclesiásticas a través de medios masivos de comunicación: son las voces clericales de los sacerdotes Dionisio Napal y Gustavo Franceschi en Radio Belgrano y Radio Splendid y el diario El Pueblo, que opacan otros matices disonantes —de corte liberal— dentro de la Iglesia.
La espada y la cruz logran por fin una consistencia a partir de una afirmación confesional-nacionalista. El mito de la “nación católica” no articula, antes de 1943, un verdadero nuevo orden. Gustavo Martínez Zuviría (conocido también bajo el seudónimo Hugo Wast), escritor y poeta, de raigambre nacionalista, quien alcanza notoriedad por sus numerosas novelas, varias de ellas adaptadas al cine, es nombrado como ministro de Justicia e Instrucción Pública y es quien impulsa la educación religiosa en las escuelas. Perón, por su parte, continua lo iniciado en las escuelas, pero en el terreno social. Hay que extender la hegemonía propugnada por el catolicismo, que prevé los peligros del comunismo.
El padre Virgilio Filippo, lúcida pluma católica de la época, denuncia las estrategias de una conspiración “Judeo-Masónico-Comunista-Internacional” contra los intereses de la nación. Cuando Perón asume como presidente, Filippo no vacila en usar su influencia para trabajar por la cristianización efectiva del Movimiento, a la vez que el general no duda en convocarlo al gobierno. En 1948 Filippo asume como diputado por la Capital Federal, y promueve una ley que prohíbe la masonería (sin éxito).
Pero la relación de Perón con la Iglesia promete un conflicto. El general no se limita a seguir una tutela religiosa, la cual no reconoce la necesidad de seguir avanzando más radicalmente en las modificaciones sociales que el líder desea implantar.
El espíritu del peronismo, basado en la adoración de las masas a su benefactor y sustentado principalmente en el culto a la difunta Eva Duarte —jefa espiritual de la Nación—, se traduce en los contenidos de la enseñanza escolar que hasta entonces estaban sólo contemplados por los criterios curiales. Perón, violando su indiscutible astucia, parece perder el control de la situación y se ve arrinconado por una Iglesia que busca marcarle la cancha. Deroga una serie de medidas provocativas: equipara legalmente a los hijos legítimos con los ilegítimos, deroga la ley de enseñanza religiosa, elimina la subvención a los colegios confesionales y promueve el control sanitario en los prostíbulos. La consolidación del mito de la nación católica apela a la soberanía del pueblo de Dios, no así a la Iglesia como institución.
Los bombardeos a la Plaza de Mayo producen 308 muertes y un número adicional que no pude ser identificado debido a la gravedad de las mutilaciones recibidas. La Ciudad está desolada. El conflicto entre el peronismo y la Iglesia pasa a ser entre el peronismo y el antiperonismo, engrosado por una creciente contienda que, por fin, encuentra una vía efectiva por donde manifestarse. Comienza una guerra santa al grito de Perón o Cristo y cuyo símbolo se reproduce en grafitis, panfletos y distintivos con una V que sostiene a una cruz. Por la noche, una turba furiosa decide vengarse. En nombre del justicialismo (no así por orden de Perón) incendian a la Curia Metropolitana, destruyendo su Archivo Histórico. La marcha sigue y producen disturbios en la Catedral de Buenos Aires, para luego avanzar a las iglesias de San Francisco, San Roque, Santo Domingo, San Ignacio, la Merced y la Piedad… nombres sacros que dan cuenta que Dios es justo y Cristo vence.
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Como si fuera una partida de ajedrez, al peronismo lo ponen en jaque. Pero el peronismo pone en jaque a otros sectores, pateando el tablero donde se mueven las piezas de la política. Uno de ellos, es sin dudas la izquierda. La representación de la clase obrera que el peronismo ocupa sagazmente, socava las bases de apoyo de la izquierda. El peronismo es un hecho inevitable, no una teoría. Imposible soslayarlo.
El peronismo se asume como una fuerza popular, con vocación de disputar las bases obreras. Las izquierdas no se pueden mantener ajenas al fenómeno, es la hora de mezclar las cartas y barajar de nuevo. Las bajas en las filas de los militantes son significativas. Es hora de tomar medidas en el asunto.
El Partido Socialista (PS), heredero de las luchas y de procesos políticos y sociales europeos del siglo XIX, critica al gobierno no sólo en su política económica, sino que reprueba su carácter cultural y moral; el movimiento es una dictadura demagoga, con rasgos clericales, aventureros y corruptos. El dirigente don Américo Ghioldi, se pregunta en el 37º Congreso del Partido: ¿El general Perón ha hecho inactual el programa del Partido Socialista y le ha quitado razón de existencia? ¿Por su presunta gestión ya no habrá más nada que hacer en el campo de la legislación obrera y de los progresos colectivos en los términos y por el método concebido tradicionalmente por el socialismo argentino? El PS es un partido de principios, y Ghioldi convoca a aferrarse a ellos, sin importar las circunstancias del momento. Su base de apoyo se veía solapada, no obstante, la consigna es resistir. Pero la intransigencia tiene sus consecuencias. El Partido Socialista de la Revolución Nacional se enfila detrás del justicialismo y se escinde del PS en 1953. El deseo por las masas toca la puerta, los preceptos se quedan atrás.
Es que si de separaciones hablamos no podemos dejar de lado al Partido Comunista (PC). Separado del PS en 1918 y supeditado a Moscú, es el mayor damnificado con la pérdida de su base, apoyada en los sectores sindicales. Si al principio su secretario general, Victorio Codovilla, anuncia que el Partido tiene la histórica tarea de librar y ganar nuestra batalla a los nazi-peronistas y a las fuerzas reaccionarias que lo sostienen, más tarde, toman un nuevo rumbo. Se hace un nuevo balance, argumentando que en el movimiento peronista conviven sectores democráticos y progresistas con otros proto fascistas. El PC debe apoyar a aquellas medidas que son consideradas positivas en el combate contra el imperialismo, siempre y cuando se mantenga la autonomía del PC. Autonomía que se ve relegada cuando el deseo por las masas vuelve a tocar la puerta en 1952. Esta vez es el dirigente Juan José Real quien decide entablar un acercamiento con el peronismo aprovechando un viaje de Codovilla a la URSS. El intento de Real no sólo fracasa, sino que también es expulsado del Partido, acusado de “conspirar con la burguesía”.
Mientras que algunas corrientes del trotskismo acusan de bonapartismo al movimiento, otras, mutaron al nacionalismo marxista. Lo interesante es que, con el paso de los años, y, sobre todo luego de la caída de Perón en 1955, se acentúa una vocación por interpretar, una y otra vez, a la izquierda en clave peronista o al peronismo en clave izquierdista.
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En el Orden del discurso Michel Foucault define a la doctrina como la aprehensión en común de un sólo conjunto de discursos, que tiende a la difusión, y que tiene como única condición el reconocimiento de las mismas verdades y la aceptación de una cierta regla —más o menos flexible—. ¿Qué lugar hay para el pensamiento crítico en un pensamiento tan estático? Más bien, poco. Durante el primer peronismo son pocos los intelectuales y artistas que se reconocen propiamente como peronistas. Uno puede pensar en el escritor Leopoldo Marechal, el actor Enrique Santos Discépolo, el cineasta Hugo del Carril o el filósofo Carlos Astrada. Relaciones sino esquivas, solapadas. La doctrina dicta sus textos, basta con que el seguidor los lea. Si hay alguna inquietud, será cuestión de consultar los propios escritos del general, como La comunidad organizada o Conducción política.
Pero es a partir de las voces de nuestras letras y de nuestro arte que sedimentan una cultura que nos forja, y que conforma nuestra identidad.
En La fiesta del monstruo Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares describen un panorama, relatado en primera persona, donde se aprecia una movilización que proviene desde el sur del conurbano bonaerense con dirección a la Plaza de Mayo. Los “sangüiches” de salame y las milanesas fritas describen las procesiones de un grupo de militantes ingresando a los ómnibus que pasan por Berazategui, Fiorito, Villa Domínico, Tolosa… mientras el protagonista relata que con esta lengüita de Campana y, hombro a hombro con los compañeros de brecha, no quise restar mi concurso a la masa coral que despachaba a todo pulmón la marchita del Monstruo. El peronismo como representación del orden de lo patético y de lo puramente sentimental, como relata Borges en otro texto publicado en Sur, revista literaria dirigida por Victoria Ocampo, L’illusion comique. La ilusión cómica de un peronismo que se presenta en la historia argentina a dos voces: una, como criminal, con torturas y persecuciones, otra, de carácter escénica, llena de tonterías y fabulaciones
El peronismo como teatro del absurdo, donde los roles se invierten, como en el Tema del traidor y del héroe, otro cuento de Borges, en el que el héroe irlandes Fergus Kilpatrick es él mismo un traidor. El impostor y el ídolo son la misma persona, pero su pueblo lo necesita. La potestad de determinar quién es el traidor y quién es el héroe en nuestra historia resulta arbitrario, un acto de fé que no encuentra ningún basamento sólido, ni siquiera para quien dictó Las 20 verdades.
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Voces que resuenan de un pasado aparentemente lejano. En la Argentina la persistencia del peronismo es indiscutible. Pese a que parezcan archivadas en un cajón polvoriento de la historia, todavía tienen cosas para decirnos.
Su “desorganización organizada” permite la realización de grandes cambios programáticos y coalicionales. Su estructura es habilitante de enormes transformaciones y disputas que lo desbordan y la exceden, pero que, en última instancia, son sus deudoras. Lo interesante es ver quiénes son aquellos que pretenden ser los garantes del peronismo verdadero, potestad que nadie puede poseer, ni siquiera el propio Perón.
Cuatro son los vectores por los que confluye su dominio actual: poder territorial, los legisladores, el sindicalismo y los movimientos sociales. Los cuatro tienen tensiones o divisiones internas, pero sobre todo pujas y lógicas divergentes entre sí. A través de rever su propia historia y revalorizar sus propios orígenes, el movimiento podrá reveer sus propios alcances y limitaciones: su carácter organicista, apoyado en la confluencia (tensante) entre fuerzas de seguridad y poder popular, su confluencia con la religiosidad popular, su interpretación como una corriente emancipadora y de izquierda, que es excedida y presionada desde adentro y desde afuera, y su necesidad para seguir reflexionando en torno a él, más allá de que provenga de sectores disonantes. Porque el peronismo es un atolladero al que estamos condenados a seguir pensando.
POR: FABRIZIO SANGUINETTI / SENDERO ELEGANTE
Todo bien pero el obrero con la hoz y el martillo nada que ver, aca los trabajadores somos cristianos y peronistas