Manual de supervivencia para leer encuestas

POR PAULA BRANKEVICH / SENDERO ELEGANTE

 

Vivir en el siglo XXI es vivir en la era de la información: nos bombardean mañana, tarde y noche con noticias en diarios, televisión, portales y redes sociales; leemos notas, vemos videos, y escuchamos podcasts. Pero cuando lo hacemos, ¿chequeamos si es cierta la información que consumimos? 

 

La era de la información también es la era de las fake news, los bots y los trolls. Todo el tiempo circulan noticias con datos falsos, o distorsionados, con citas fuera de contexto, o con fotos de otro tiempo. Por ejemplo: el video ralentizado de la ministra Patricia Bullrich, o la noticia en la que aparece un fragmento de un texto que se dice es de “Sinceramente”, el libro de Cristina Fernández de Kirchner, pero pertenece a “Cristinamente”, del periodista Carlos Reymundo Roberts.

 

Por eso debemos ser muy cautelosos con la información que recibimos: preguntarnos de dónde viene, quién la produce y, sobre todo, qué reacción busca generar en nosotros. Para ayudarnos, existen plataformas, como “Chequeado” o “Reverso”, que se dedican a verificar la información.

 

Las encuestas, por más “científicas” que se nos presenten, no escapan a estos cuestionamientos: que sean populares no significa que sus resultados sean indiscutibles.

 

Encuestas, ¿amigas o enemigas?

 

Las encuestas se convirtieron en una parte central en las campañas electorales: nos permiten detectar tendencias y son fundamentales para planificar las estrategias de campaña de los candidatos. Sin embargo, de acuerdo con el consultor Gustavo Córdoba, “sólo el 5% de las encuestas realizadas llega a los medios; hay mucha producción de investigación que no se publica, y lo que muestran los periodistas no siempre es lo que realmente circula en el mundo de la política”.

 

Muchas veces, se ven en los medios sondeos que no coinciden con los resultados electorales, lo que nos genera una infinidad de cuestionamientos.

 

¿Reflejan la opinión de “la gente”? ¿Son buenas anticipando resultados? ¿Para qué sirven si no “aciertan”? ¿Manipulan la voluntad de quien las lee? Todas estas preguntas pueden contestarse con una única respuesta: las encuestas no producen cambios ni predicen hechos, sólo son una herramienta que refleja una realidad.

 

Las encuestas “congelan” las preferencias de los electores en un momento determinado; son una técnica de recolección de datos cuantitativos. Como tales revelan tendencias y regularidades, pero no generan conclusiones por sí solas, ni mucho menos pueden predecir el futuro. 

 

Gustavo Córdoba señala que las encuestas, de hecho, son siempre señaladas como las culpables cuando hay un resultado que no estaba previsto y que, en realidad, esto no es así.  Lo importante son las tendencias, no los resultados exactos.

 

Quienes sí “predicen” son los procesadores de estas encuestas, que manipulan la información e interpretan los resultados: les agregan valor, les dan sentido, los contextualizan y los utilizan con un determinado propósito.

 

La falta de rigurosidad profesional con la que se manejan los medios de comunicación, entonces, resulta ser un gran problema. Córdoba explica que “los medios, al no realizar un abordaje correcto de la metodología de cada encuesta, terminan comparando mediciones que no tienen nada ver entre sí”.

 

La consultora Celia Kleiman concuerda con esta idea  y afirma que los medios deberían seleccionar las encuestas que publican y filtrarlas con parámetros de calidad. Asegura que hace falta que los periodistas se interioricen más en el manejo de esta herramienta estadística si pretenden informar con ella: “Deberían hacer un buen workshop de cómo leer encuestas. Hay muchos tips para aprender.”

 

También podemos pensar que los medios no siempre se equivocan por error, sino que se manipulan los resultados para darles un determinado uso político, para instalar un tema en agenda, o para posicionar mejor o peor a un candidato. Si vivimos en la era de las fake news, entonces no es algo difícil de creer.

 

De hecho, uno de los argumentos más utilizado para limitar el uso de las encuestas en períodos electorales es que la difusión de los resultados ayuda a los indecisos a definir su voto en las urnas. Por lo tanto, se esperaría que cada campaña difundiera resultados en los que sus candidatos parecieran victoriosos, contaminando la esfera de la opinión pública con datos falsos o manipulados.

 

Hoy, estos argumentos pierden fuerza ya que no se ha probado que las encuestas manipulen el voto de los electores. Córdoba afirma que, de acuerdo con la investigación académica, “en el 90% de los casos las tendencias electorales están fijadas de antemano en las campañas modernas”. Además, la influencia de las encuestas es cada vez más escasa. Años atrás, el peso de una encuesta publicada era mucho mayor, hoy son un elemento más del paisaje de la información del cual el votante dispone.

 

Centrales o no en la definición del voto, las encuestas se difunden en los medios y por eso es importante aprender a leerlas. Es posible confiar en ellas si conocemos cómo están hechas.

 

¿Qué ver cuando miramos encuestas?

 

Lo primero que tenemos que mirar es la muestra, o sea dónde se recolectó la información. Obtener datos del total de la población es muy costoso y requiere de mucho trabajo, por eso, en general, se consulta sólo a una parte de la misma. Esta selección debe ser representativa del universo de estudio, por lo que debe realizarse de forma probabilística y aleatoria. Es importante también su tamaño: para que la muestra sea fiable, el mínimo de casos analizados debe rondar las 1000 unidades. Además, estas observaciones tienen que realizarse considerando todo el territorio ocupado por el universo de estudio; es decir, si se pretende hablar “de los argentinos”, una muestra realizada únicamente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires no resultará representativa del total del país.

 

«Para que la muestra sea fiable, el mínimo de casos analizados debe rondar las 1000 unidades«

 

Lo segundo es el margen de error. Generalmente está muy escondido en las presentaciones de las encuestas, e incluso ausente, a veces. Lo que nos permite es observar cuánto puede alejarse un dato de su estimación real: por ejemplo, si la intención de voto de un candidato es de 20 puntos, con un margen de error de +/-5, ésta puede entonces ser en realidad de 15 o de 25. 

 

Según Celia Kleiman, si la diferencia de los resultados es menor al margen de error, entonces esa encuesta no sirve. De hecho, nos habla de una “regla de oro de la estadística”, donde una diferencia numérica no necesariamente es diferencia: 30 a 33 no es diferencia, si hay un 3% de margen de error.

 

Es importante también prestar atención a la fecha en que se realizó la encuesta. Como las encuestas solo “retratan” las opiniones de un determinado momento, y la decisión sobre el voto es cambiante en el tiempo, se debe mirar qué tan nueva o vieja es una encuesta para hacernos una idea de cuánto pudo haber cambiado esa tendencia.

 

Además, hay que observar qué tan grande es el porcentaje “no sabe o no contesta”: es imposible asegurar qué votaría ese parte del electorado. De hecho, cualquier proyección que se hace sobre ese porcentaje es absolutamente subjetiva. Kleiman afirma que algunos asumen que estos indecisos van a tener el comportamiento de los que se definen, o que pueden actuar como lo hicieron previamente (qué votaron en la última elección); pero no resulta necesariamente así. “Por algo se encuentran indefinidos”, dice. Entonces,, si ese porcentaje es muy alto, la proyección de la encuesta es inválida.

 

Por último, aunque sea de difícil acceso, el cuestionario con que se realizó la encuesta siempre nos dice mucho sobre la misma, ya que si las preguntas son tendenciosas puede que los resultados se encuentren sesgados. Kleiman explica que “se necesitan categorías de respuestas correctas. Por ejemplo, no podés preguntar por partidos políticos por un lado, y candidatos por el otro. Esto confunde a los encuestados y puede arrojar errores en los resultados”.

 

¿Dominadores o dominados?

 

Vivimos en el mundo de la información, sí. El universo digital ya nos alcanzó y cada vez vamos a contar con más datos para analizar. Además, el uso de redes sociales para bombardearnos con datos y noticias ya es moneda corriente.

 

Sabemos que los medios pueden ser tendenciosos, que inventan encabezados, que resaltan números con la intención de manipularnos. Pero no hay que tener miedo a informarnos si contamos con las herramientas para discernir qué información nos están ofreciendo.

 

Estamos a menos de 30 días de las PASO, y las encuestas abundan. Sabemos que no hay que esperar exactitud en los números que arrojan, sino un panorama del contexto en que nos encontramos. Es nuestra oportunidad para hacer uso de ellas. 

 

Un buen ejercicio es el de comparar las encuestas que andan circulando y para que se diviertan les dejamos una página para revisar: el Observatorio de Encuestas de La Política Online.

 

POR PAULA BRANKEVICH / SENDERO ELEGANTE

Arte: Rocío Belén Pérsico / Sendero Elegante

 

Revista Sendero

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