Cerati: la disrupción en el ADN

POR: ANDRÉS BETEMPS

 

“El infierno son los otros”, sentenció Jean-Paul Sartre. A lo que se refería el filósofo francés es a que el hombre está en constante lucha contra la identidad que los otros le confieren, aquello que dicen que él es. Las miradas ajenas son los barrotes que lo alejan al hombre de su “verdadero ser”.

 

Sin embargo, toda gran cárcel tiene su vía de escape. En el caso de la cárcel sartreana, esa vía es el arte: encerrarse, mutar (proceso creativo mediante), y reaparecer bajo forma nueva. 

 

 

Si hay un artista que resumió el eterno desmarque de la identidad que le han impuesto, ese fue Gustavo Cerati. “Siempre es hoy, es parte de mi ser”, canta en “Cosas Imposibles”, haciendo gala de su autoconocimiento. Y es que a lo largo de su carrera el líder de Soda Stereo ejerció una mutación constante, dejando obsoleto, disco a disco, todo intento de escrutinio. Las distintas aristas de su carrera terminarían por converger en las grandes obras conceptuales de su carrera solista. En Amor Amarillo (1993),  Bocanada (1999), Siempre es hoy (2002) y Fuerza Natural (2009) conviven la canción pop con el rock, la electrónica con el sample, y los destellos de folklore con aquel sesgo de masividad que lo había llevado a la conquista del mercado discográfico latinoamericano con Soda. 

 

Después de la década del 70, donde el rock argentino estuvo signado por una actitud defensiva ante la sangrienta dictadura militar, tres post adolescentes de crestas de pelo batido y ojos delineados que estudiaban publicidad en la Universidad del Salvador llegaron para patear el tablero. Cuando todo indicaba que la forma de hacer rock era la denuncia y la trinchera, Soda Stereo demostró que los estribillos pegadizos como slogans publicitarios y una fuerte apuesta por la imágen eran los elementos exactos para la banda de sonido de la recién inaugurada primavera democrática. 

 

Como plantea el periodista Juan Morris en su biografía “Cerati”, la clave consistió en que estos tres jóvenes totalmente despolitizados trajeron una frescura y una liviandad que el rock nacional ansiaba. Y es que su educación musical se había basado en atrincherarse en una casa del baterista Charly Alberti en el barrio de Núñez y escuchar e imitar los looks de bandas extranjeras como The Police, Siouxsie and the Banshees o David Bowie, lejos de toda influencia local. Los estribillos de “Te hacen falta vitaminas” y “Sobredosis de TV” pronto empezarían a circular por las radios y atraer la atención de la juventud.

 

Fue ese sonido fresco y liviano el que llevó a Luca Prodan, cantante de Sumo, a catalogarlos de “chetitos” con “la guita de papi”. Lo del italiano era una chicana destinada a atraer la atención de los medios a la escena under, que Sumo y Soda compartían con bandas como Los Abuelos de la Nada y Virus. Sin embargo, se estaba inaugurando una dicotomía que tendría gran aceptación en el imaginario rockero de la década. Por un lado, el rock “del palo” de Pappo, Sumo y Los Redondos, por el otro “los caretas” de Soda Stereo. 

 

A pesar de esta falsa rivalidad, las cosas siempre caen por su propio peso. Amén de su búsqueda compositiva, el adjetivo “careta” rápidamente le quedó chico. El mismo Indio Solari, a quién se posicionó históricamente como antítesis de Cerati, destacó en varias ocasiones la creatividad de su trabajo solista. Con el tiempo, Gustavo se fue abriendo paso entre los gigantes de la escena setentista, cuyo público alguna vez lo miró de reojo. De esto dan cuenta su participación en el legendario show de “Las Bandas Eternas”, de Luis Alberto Spinetta, la participación de Ricardo Mollo en una versión de “Crimen” interpretada en Obras en 2006, o  las zapadas con Charly García y Pedro Aznar. “Fue un arquitecto de la música”, declaró Charly después de su muerte, el 4 de septiembre de 2014, hace exactamente 5 años. Su discografía terminaría siendo la más elegida en la encuesta “Costumbres Argentinas” en la que votaron 20 mil argentinos, apenas por encima de la de Charly pero años luz por delante de la de los Redondos y Luis Alberto Spinetta.

 

 

Mención aparte merece la inolvidable versión de “Zona de promesas” en la que Mercedes Sosa hace las veces de Lilian Clark y le canta a un Gustavo que busca refugio en su madre. Y es que la casa de sus padres fue el lugar al que siempre volvió, incluso de grande, cuando necesitó un descanso del mundo real. No hay nada mejor que casa.


La marca de Gustavo en la música argentina se grabó a fuego con la llama de su propia trayectoria. Hombre de orgullo, solo cuando se demostró a sí mismo que con su carrera solista también podía alcanzar el éxito masivo, como con el disco Ahí Vamos (2006), aceptó volver a reunir a Soda Stereo. Con la gira “Me Verás Volver” podría dar un último “gracias totales” junto a la banda que lo había llevado al estrellato, en el Estadio Monumental del barrio de Nuñez, a pocas cuadras de la casa donde se había iniciado aquella aventura casi 25 años antes.

 

 

POR: ANDRÉS BETEMPS

DISEÑO: ROCÍO BELÉN PÉRSICO

Revista Sendero

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