Movilización popular, laburantes con las patas en la fuente, y Perón liberado de su presidio en la Isla Martín García: mito fundante del peronismo e historia repetida. Hasta acá, nada nuevo bajo el sol. Pero hay más, está el otro lado del 17 de octubre ese dark side que solo Rodolfo García Lupo supo y quiso contar: la operación de inteligencia militar.
Aquel joven Perón, ¿Oficial de Inteligencia?
“Mi tesis es que Perón fue un oficial de Inteligencia del Ejército”, afirma Rodolfo García Lupo en una entrevista en la revista Nómade (2006), y la biografía de Perón no parece contradecirlo; venía movidita la vida del joven Juan Domingo. En 1930, fue el Jefe de Operaciones del golpe militar de José Félix Uriburu y tuvo a su cargo el desalojo de la Casa Rosada. Años después, durante la Guerra del Chaco iniciada en 1932, Perón fue el enlace argentino con el comando militar paraguayo, donde Argentina participó en las sombras, violó su declarada neutralidad, y apoyó a Paraguay contra Bolivia.
En 1936, Perón es enviado a Chile como agregado militar en la Embajada argentina. Su tarea es asistir a actividades protocolares, pero por detrás se dedica al espionaje: lo invitan a eventos, confraterniza con militares chilenos y envía reportes a Buenos Aires. “Perón tenía un plan ambicioso: buscaba acceder a una copia del Plan de Operaciones chileno, en el que estaba detallado el despliegue militar ante una hipotética guerra con Argentina”, afirma el historiador Adrián Pignatelli.
Spoiler alert: Perón es ascendido a teniente coronel y debe volver a Argentina antes de llevar su plan adelante. Eduardo Lonardi lo reemplaza en el cargo, intenta realizar la misión de espionaje y es descubierto por las fuerzas chilenas. Lonardi –recaliente– confiesa que todo el plan fue de Perón. Y en 1955, le llegaría su revancha y sería Lonardi quien encabece el golpe contra Juan Domingo.
Pero esto no es todo en la vida de Perón, que parece no se aburría. En 1938, es enviado a Italia –un año antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial– para perfeccionarse y estudiar la coyuntura europea. El propio Perón definió así a su tarea en una charla con el historiador Félix Luna: “El Ministerio necesitaba tener una información cabal de ese proceso sangriento y apasionado que sería la Guerra. Me mandaron, pues, en misión de estudios y me dijeron que eligiera el país adonde iría. Yo elegí Italia, por una cuestión personal, porque hablo el italiano tanto como el castellano… ¡a veces, mejor!”. Su viaje lo llevaría a estar en la Plaza Venecia de Roma en el momento que Mussolini les declaró la guerra a los aliados e hizo ingresar a su país en la Segunda Guerra Mundial como aliado de los nazis.
Perón tuvo lo que se dice una agenda ocupada: estuvo en el Golpe del 30´, en la Guerra del Chaco, fue espía en Chile y viajó a la Italia de Mussolini. “Nadie está en todos esos lugares calientes dentro y fuera del país al mismo tiempo si no tiene una función militar estricta”, analiza García Lupo.
Entre la espada y la pared
Los años pasaron y Perón –ya ascendido a teniente general– formó parte del golpe de 1943 en el que primero Rawson, solo por tres días, y luego Ramirez llegaron a la presidencia. Después de un cambio de poder al interior de la coalición militar que dio el golpe, en febrero de 1944 Edelmiro Julián Farrell llega a la presidencia y Perón logra convertirse en ministro de Guerra, secretario de Trabajo y Previsión Social, y vicepresidente, con una característica bastante peculiar: ocupó los tres cargos a la vez. Un fenómeno, tiraba el centro e iba a cabecear.
Desde su lugar, Perón impulsó mejoras revolucionarias en las condiciones de vida de los obreros: convenios colectivos de trabajo, la indemnización por despido, el reconocimiento de la jubilación y Estatuto del Peón, entre otras medidas. Buscaba una alianza estratégica con los sindicatos y la clase obrera. Pero los problemas no tardarían en llegar: la Segunda Guerra Mundial terminó y la política argentina de neutralismo empezaba a ser un problema cada vez mayor. El país estaba a punto de estallar.
El 19 de septiembre de 1945 –diez días después del fin de la Segunda Guerra– se realizó en Argentina la “Marcha por la Constitución y la Libertad” encabezada por sectores opositores, que exigían el fin del gobierno de Farrell y Perón y la entrega del poder a la Corte Suprema de Justicia. Fue el primer acto opositor masivo y congregó a más de 200 mil personas que marcharon al grito de “¡pueblo libre, prensa libre!” y “el nazi de ayer no puede ser el demócrata de hoy”. Participaron desde el Partido Comunista y el Partido Socialista, hasta el Partido Conservador y la Unión Cívica Radical (UCR). Pero el descontento no solo era de la oposición política: en agosto de ese año, la Bolsa de Comercio y la Sociedad Rural habían condenado la política socio económica de Perón. Incluso la Federación Universitaria Argentina había llamado a la huelga y mantenía numerosas universidades ocupadas contra el gobierno.
Pero faltaba alguien en la fiesta: Estados Unidos también intervenía cada vez más fuerte en la política argentina. Por aquellos días, llegó al país Spruille Braden, designado como embajador norteamericano, “con la idea fija”, según su colega británico David Kelly, “que había sido elegido por la Providencia para derrocar al régimen Farrell-Perón”. Incluso, el historiador Félix Luna asegura que el embajador norteamericano Spruille Braden estuvo presente en la “Marcha por la Constitución y la Libertad”.
“El Ejército argentino comprendió que el fin de la guerra le traería problemas a muchos altos mandos que deberían responder por su política de neutralidad o su abierta simpatía por los derrotados”, sostiene García Lupo. En su libro “Últimas Noticias de Perón y su tiempo”, García Lupo cita una carta de Victoria Ocampo al escritor francés Roger Caillois -su amigo y amante- donde ella le dice que hay que insistir en llevar a Perón ante el Tribunal de Nuremberg, y que quien la impulsaba en esa dirección era nada menos que el embajador de Francia. “O sea que lo que venía para el Ejército argentino era muy grave. Porque no se trataba sólo de Perón: había un conjunto de generales y coroneles que estaban en la mira de los Estados Unidos”, afirma García Lupo.
Dentro del Ejército, sin embargo, Perón generaba cada vez más dudas. Su acercamiento a los sindicatos y su “demagogia” los alejaba del proyecto peronista. Pero al mismo tiempo, la destitución de Juan Domingo podía implicar una victoria tan determinante para la oposición civil que terminaría por desalojar a Farrell y a la elite militar del control del aparato estatal. La marina, por su parte, estaba caracterizada por un antiperonismo radicalizado. Incluso se diseñó un plan para secuestrar y asesinar a Perón.
Jaqueado por Estados Unidos y ante la presión civil y de los militares, el 8 de octubre el general Ávalos, en representación de un conjunto de oficiales, le solicita al gobierno de Farrell la renuncia de Perón. Él la acepta, dimite de sus cargos, y el 13 de octubre es arrestado y recluido en la Isla Martín García. En esos días de presidio, Perón le escribió a Evita: “Ahora sé cuánto te amo y que no puedo vivir sin ti. Esta inmensa soledad está llena de tu presencia. Escribí hoy a Farrell, pidiéndole acelerara mi excedencia y, tan pronto salga de aquí, nos casaremos y nos iremos a vivir en paz a cualquier sitio”. En criollo: “vendo todo y me voy a la mierda”. Parecía derrotado y entregado. ¿Se sentía así o fue parte de una maniobra para engañar a Farrell? Andá a saber.
La solución de Perón: 17 de octubre
El panorama era complejo, pero: ¿quién dijo que todo está perdido? Perón hacía meses impulsaba la idea de levantar un gran partido de masas y legitimar con elecciones democráticas al gobierno militar de Farrell. La propuesta era usar la fuerza de las masas movilizadas para contrarrestar la presión civil interna y la intervención norteamericana.
El 16 de octubre, al anochecer, una junta médica del Ejército viajó hasta la isla Martín García para hacer una revisión de Perón y, por “cuestiones de salud”, dispusieron su traslado al Hospital Militar Central, en Palermo. Pero los movimientos no solo se daban dentro del establecimiento médico: en las afueras del lugar, sindicalistas cercanos a Perón movilizaban a los trabajadores. Y el 17 de octubre de 1945, miles de trabajadores se dirigieron desde el cinturón suburbano –Avellaneda, Berisso, Ensenada, y otras localidades- , coreaban el nombre del preso más importante del país, en aquel entonces, y reclamaban su libertad, mientras la Policía Federal dejaba a los manifestantes cruzar el Riachuelo y llegar a Plaza de Mayo. Hacia el atardecer, la plaza se encontraba colmada.
El general Ávalos no quiso reprimir, pese a sectores del ejército que aguardaban dispuestos a hacerlo. Farrell y Ávalos estaban encerrados y necesitaban a Perón para destrabar la situación. Se reunieron en el Hospital Militar con él y pactaron que hablaría a los manifestantes para tranquilizarlos, que no debía hacer referencia a su detención y que, además, les pediría que se retiraran. A cambio, Perón exigió la renuncia total del gabinete, el retiro de Ávalos y la ratificación de la convocatoria a elecciones presidenciales para febrero de 1946.
Casi a la medianoche, Farrell salió al balcón de la Casa Rosada y se dirigió a la multitud para anunciar la palabra de Perón. “Desde esta hora, que será histórica para la República, que sea el coronel Perón el vínculo de unión que haga indestructible la hermandad entre el pueblo, el ejército y la policía”, dijo Perón desde el balcón de la Rosada. “Sé que se han anunciado movimientos obreros. En este momento, ya no existe ninguna causa para ello. Por eso les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo”.
En resumen, una junta médica el 16 de octubre a la noche lo trasladó de vuelta a Buenos Aires; los sindicatos movilizaron el día siguiente, la Policía Federal permitió la manifestación y logró desplazar del poder a los altos mandos militares que tenía en contra. Según García Lupo, “la estrategia funcionó, millones de votos lo respaldaron y la cuestión de dónde habían estado los militares argentinos durante la Segunda Guerra Mundial se perdió en el pasado. Perón tuvo la suficiente serenidad como para salvar al Ejército argentino de tener que dar explicaciones internacionales. Es una demostración de valor de un político impresionante y al mismo tiempo de adaptación”.
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