ALBERTO PRES(ID)ENTE

POR SANTIAGO BOCCO

 

¿Alberto? ¿Alberto Fernández? ¿Vivo? 

 

Una mañana perdida de un sábado perdido de mayo nos enteramos que Alberto Fernández era el candidato a presidente por el Frente de Todos, acompañado por Cristina Fernández De Kirchner como vicepresidenta. Faltaban cinco meses de la elección presidencial; nacía la dupla Fernandez – Fernandez.

 

Fue como una bomba que sacudió a  propios y ajenos. Una de las tantas jugadas sorprendentes del peronismo; un mercado que no sabía qué responder; un gobierno nacional que no sabía qué hacer; un periodismo que no supo tener la primicia; un peronismo que entraba en vigilia.

 

Fue un retorno bello de la política. Una gambeta messiánica a un gobierno que solo atajaba errores. Como esa vez que viste al arquero adelantado y le pegaste desde Saturno y fue gol. Podría no haber pasado. Generalmente nunca pasa. El deseo siempre corre más rápido que la acción. Pero esta acción le ganó al deseo y terminó en un baile impensado. ¿Quién se imaginaba que esa fórmula, que salía del desagravio a un hombre que sobrevivía mediáticamente puteando a su propia compañera de fórmula, iba a sacar el 48% de los votos?

Tío Alberto

“Cató de todos los vinos, anduvo por mil caminos y atracó de puerto en puerto”, cantó Joan Manuel Serrat en ese discazo llamado Mediterráneo. Alberto encarna al peronismo tradicional. Representa el desarrollo del peronismo en la historia de la democracia desde su retorno. Más allá de un breve paso por la función pública alfonsinista, Alberto fue menemista y antimenemista, duhaldista y antiduhalidasta, y kirchnerista y antikirchnerista; escaló en funciones y poderes, según avanzaron los tiempos. El viejo truco peronista (casi nunca falla) de limpiar el propio pasado con las propias manos que fueron parte de ese pasado. Está donde tiene que estar.

 

Funcionario de la Superintendencia de Seguros hasta el año 1995 (renunció un tiempo antes que Domingo Cavallo, con quien lograría ganar un puesto en la legislatura porteña a principios de siglo), se subió a lo más alto de la ola kirchnerista que ninguneó y vociferó (con razón) contra esos años neoliberales. Estuvo donde tenía que estar.

 

Casi diez años después, desde la Jefatura de Gabinete, proclamó el resurgimiento económico del país kirchnerista y coronó como propia la salida de la crisis del 2001, e intentó borrar de la historia a la gestión presidencial de Eduardo Duhalde, bombero real de aquel incendio. Alberto fue funcionario en su gestión provincial y parte del armado presidencial que terminó derrotado en las elecciones frente a Fernando de la Rúa. Estuvo donde tenía que estar.

 

Del kirchnerismo fue la voz oficial hasta la pelea con Néstor y Cristina. Armador de las campañas presidenciales de 2003 y 2007 -y con cinco años a cargo de la Jefatura de Gabinete de Ministros, gestión donde chocan luces y sombras-, Alberto terminó enemistado con las personas a las que defendió a capa y espada. Se tragó distintos sapos, se fumó operaciones en su contra y terminó dentro de la lista de traidores al proyecto. Estuvo donde tenía que estar.

 

Salió de su estudio jurídico para asesorar a Sergio Massa en las campañas legislativas de 2013 y en las presidenciales de 2015.  Como la tradición peronista más justicialista lo indicaba por esos años, reivindicaba los años dorados kirchneristas (manifestó un dolor inmenso por la muerte de su “amigo” Néstor) y tiraba alcohol a la nafta cristinista que encendía el fuego de un gobierno en llamas. Estuvo donde tenía que estar.

 

Caminando por la cuerda de los sin votos, fue jefe de campaña de la aventura senatorial de Randazzo en 2017 (¿alguien se acuerda que sacó sólo el 4%?).  Aceptó un reencuentro con Cristina luego de años de cruzadas en 2018. Un café que tapó puteadas y volvió a ser el operador histórico que siempre fue. Un hijo del armado electoral peronista que, después de varios años, terminó como candidato a presidente del mismo  partido. Estuvo donde tenía que estar y sacó el 48% de los votos.

 

Hubo otro que se autobiografió una historia similar. Una historia legislativa. Una historia de defensa y conversiones. También estuvo donde tenía que estar. También recorrió la trama peronista democrática. Embocó muchos triples desde su banca en el Senado. 

 

Pero eligió al revés. Eligió romper. Eligió romper y perdió. Eligió mal. Miguel Ángel Pichetto perdió y la historia la escriben los ganadores. Perdió y lo hizo para que ganara su propio partido. Qué ironía. El peronismo no tiene memoria, pero tampoco olvida. Quizá alguna embajada europea lo espere después de tantos años al servicio de un partido que vuelve a gobernar también gracias a él.

 

Fuerte y al medio

Existe un viejo lema en el fútbol: los penales se patean fuerte y al medio. La campaña electoral de Alberto fue básicamente eso. No se necesitó mucho más. Un gobierno que cae por sí solo y un presidente que cae con él. 

 

Cristina estuvo en boxes. Guardada. Con poca participación. Escribió Sinceramente, un bestseller para enamorar y contener aún más a los propios; presentaciones del libro y no mucho más. El barco que se hundía era el de los otros. No había necesidad de meterse al mar. La economía devastada blindó su mala imagen y sus causas de corrupción.

 

No se necesitó ir por todo. No se necesitó levantar el tono, más allá de que se cuele algún dedito levantado en un debate. Alberto siempre se caracterizó por la moderación y la mantuvo a lo largo de la campaña. 

 

Fue a todos lados. Habló con todos. Acercó y unificó al peronismo. Amigó a enemistados y cerró la grieta de los propios. Nada más. Alcanzaba con eso. Qué no se puteen los suyos y ya estaba. Los marcianos, por izquierda o por derecha, no mueven el amperímetro caliente de votos. Fueron por la ancha avenida y la ancha avenida del medio fue albertista.

 

Se dio el lujo de llamar amistosamente “Héctor” al supuesto enemigo principal del kirchnerismo: Magnetto. Fotos con todos los gobernadores, visitas a Córdoba (¿Schiaretti es de Todos o de Cambiemos?). Qué importa. El principal responsable de la victoria peronista es el gobierno.

 

Un gobierno que creía y se sostenía en Vidal. Pero no podía ni Mariu ni nadie. Un porteño se subió a un Clio y sacó casi cincuenta puntos bonaerenses. Ese que Pichetto dijo que era un hombre del PC. Chicanitas para la tribuna macrista tuitera. Favs y retuits, pero los votos fueron para otro lado. Si los resultados electorales fueron un baile, el DJ de la noche fue el propio gobierno.

 

Un gobierno triste. Un gobierno que no supo qué quiso hacer. Nunca se animó a explorarse políticamente. La bebida que más se tomó estos años fue deuda. Deuda para pagar deudas viejas y cubrir gastos. Gastos para acrecentar planes sociales. Planes sociales para personas que eligieron votar a Alberto.

 

Es la economía y siempre lo será. Macri agarró una economía en coma y le entregó un certificado de defunción. Un minuto de silencio. Crece Chile y crece Bolivia. Argentina se cuelga en el podio de los países inflacionarios. Por fin tenemos una medalla.

 

“¡No se inunda más!” es el resumen de estos años macristas. Elegir una obra de su gestión municipal para tapar su gestión presidencial. Volver a Capital fue esconderse. La Avenida Juan B. Justo no se inunda más, pero está inundada la economía del país y algunos barrios del conurbano bonaerense. ¿No se inunda más?

 

Alberto termina la elección ganando en primera vuelta. La unidad peronista y la economía fueron el sostén de una campaña sostenida por los errores de los demás. Se mantiene la eterna duda de cómo será su gobierno. El peronismo es un vestido que se usa acorde a la coyuntura histórica, y la coyuntura actual (con una Latinoamerica golpeadísima) hace imposible hacer un análisis previo.

 

Solo los resultados económicos verán si se hará un necesario, aunque electoralmente complicado ajuste o una salida más heterodoxa a este panorama difícil. La deuda acrecentada y el enorme gasto público requieren una solución quirúrgica y desconocemos si habrá un cirujano que esté a la altura de un Remes Lenicov.

 

Macri se retira copando plazas. Es un rockstar hablándole a su público. Se dio vuelta la tortilla y terminó siendo él quien le reza a sus intensos kirchneriándola a la inversa. Está en él ser el líder de una oposición con un capital fuerte o ceder el liderazgo a Horacio Rodriguez Larreta, cómodo intendente y gran gestor de una Ciudad que tampoco necesitó balotaje. Reza para que no vuelvan más. Para terminar con los 70 años de peronismo. Llegaron para terminarlo y terminaron con uno de candidato a vice.

 

That’s all, folks!

 

Arte: Juan Manuel Cafferata

 

POR SANTIAGO BOCCO

ARTE: JUAN MANUEL CAFFERATA

Revista Sendero

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