POR THIAGO CARRERO
“Pero no podés ser ídolo si sos demasiado perfecto, viejo. Si no tenés ninguna fulería, si no te han cazado en ningún renuncio. ¿Cómo mierda la gente se va a sentir identificada con vos? ¿Qué tenés en común con los monos de la tribuna? No, mi viejo”.
Roberto Fontanarrosa, en Lo que se dice de un ídolo.
“No tenemos que ser parte de esta corrupción, la Copa está armada para Brasil”, expresó Leo Messi tras el partido por el tercer puesto ante Chile por la Copa América 2019, en el que la Selección Argentina ganó 2-1 y un día antes de que Brasil se coronara campeón. El capitán no solo vio la roja por una disputa con el volante chileno Gary Medel, sino que tampoco regresó al campo de juego a recibir la medalla y luego, en la zona de vestuarios mientras dialogaba con la prensa disparó contra la CONMEBOL más fuerte que cuando ejecuta un tiro libre.
Curiosamente, ese acto de rebeldía contra la autoridad del fútbol sudamericano le valió el elogio de hinchas a los que no terminaba de seducir por su actitud más introvertida. Cuando no se puede ganar, la tribuna argentina se aferra a simbolismos patrióticos como la furia de Messi en San Pablo; sino preguntenle a Juan Sebastián Verón que sufre el efecto contrario por «tirar para atrás» en un partido contra Inglaterra en el año 2002, cuando no superamos la primera ronda del Mundial Corea-Japón.
Cuando Leo se inyectaba en su habitación hormonas de crecimiento en cada pierna, ¿habrá pensado que llegaría a dónde está hoy? ¿Esperaba que todas sus acciones fueran evaluadas por el tribunal de la opinión pública? “No soñaba todo lo que viví: fue mucho más grande de lo que podía llegar a imaginar. Viví un millón de cosas y por ahí no lo disfruté como lo tendría que haber disfrutado”, confesó el rosarino.
Messi nació en Argentina, pero a los 13 años fue a jugar a España; más allá de los 20 años que lleva vividos en Barcelona, la Pulga nunca dudó de ponerse la camiseta de la Selección, y cargó con una mochila: la comparación incansable, imposible e injusta con Maradona. Como si pudiera haber otro Diego. ¿Para qué queremos a otro? La búsqueda insoportable de diferencias y coincidencias, vivir del recuerdo y no vivir el presente desvían nuestra vista de un fenómeno extraordinario: poder disfrutar a Messi, el mejor jugador del mundo.
Acerca de esta comparación incesante, el periodista y relator Miguel Simón analizó: “La comparación es un juego periodístico, de la gente y es parte del folcklore nacional inevitable, pero si lo pensamos un poco más en profundidad, no tiene mucho sentido. Messi se alejó de ese examen a partir de tener un estilo propio. Además, es muy difícil el paralelismo por lo que significó Diego para una generación, y lo que significa Messi para la actual: hay un componente emocional y sentimental; el título del mundo que consiguió Maradona hace que para sus contemporáneos Messi no resista ninguna comparación; pero quizás en el futuro tampoco Diego esté a la altura para los chicos que han disfrutado la mejor versión de Messi”.
«Cuando no se puede ganar, la tribuna argentina se aferra a simbolismos patrióticos, como la furia de Messi en San Pablo».
Fue campeón de todo con el Barcelona de España, el único club donde jugó: desde el título de la liga española hasta la Champions League, además del Premio al mejor jugador y al más goleador. Sin embargo, aún no es merecedor de ser profeta en su tierra, como Diego. El gambeteador por excelencia sufre la marca personal más pesada: la crítica constante, pero no porque sea discutido, sino por ser el mejor del mundo. Siempre se le exige más.
“Se debe a la distinta forma de jugar de los equipos, pero ante todo tiene que ver con una propuesta diferente, con compañeros con los cuales no se entrena semanalmente, con otro conocimiento, con otro aprovechamiento de Messi dentro de la cancha”, considera Simón, el relator que narra la mayoría de los partidos del Barcelona en la liga local y en la Champions League. “En la Argentina tampoco tiene tantas posibilidades de mostrar virtudes por una cuestión cuantitativa de los partidos que disputa y, además, en el Barcelona como mucha gente ve highlights (compactos fragmentados de goles y asistencias) y no ve el partido entero, cree que Messi juega de una manera excelente todos los partidos y no es así”, agregó.
«La búsqueda insoportable de diferencias y coincidencias, vivir del recuerdo y no el presente desvían nuestra vista de un fenómeno extraordinario: poder disfrutar a Messi, el mejor jugador del mundo».
La Selección no gana un Mundial desde México 1986 y no obtiene un título desde la Copa América de 1993. Ante la frustración de alcanzar una sola final del mundo en 28 años y no ganarla, se busca un culpable. Poca responsabilidad recayó en la dirigencia de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), que contrató a ocho técnicos en diez años, la mayoría con el estilo opuesto a su antecesor. La culpa, la mirada de reojo, los “fracasados” son la generación de jugadores encabezada por Messi “y sus amigos”, que a pesar de la debacle dirigencial —que continúa— llegó a disputar una final de un mundial y dos de Copa América consecutivas, entre 2014 y 2016.
«Ante la frustración de alcanzar una sola final del mundo en 28 años y no ganarla, se busca un culpable».
No fue suficiente. Lo importante es ganar. Tan importante es, que nos olvidamos de cómo hacerlo. El mejor jugador del mundo en un momento dijo basta: “Uno de los mayores errores de nosotros es creernos los mejores: en muchas cosas estamos lejísimos”, declaró Leo y, a partir de ese momento, todo se puso cuesta arriba.
«Lo importante es ganar. Tan importante es, que nos olvidamos de cómo hacerlo».
Las eliminatorias, que solían ser un trámite para la Selección, fueron una odisea. Tuvo que volver a poner las cosas en orden: tres goles a Ecuador en la última fecha. Argentina estuvo a tres puntos de quedar afuera del mundial de Rusia 2018. De ser casi eliminados, a quedar terceros en la eliminatoria. Con Messi quizá no se ganarán mundiales, pero con él al menos podemos ilusionarnos; sin él mejor, ni gastarse. Somos un equipo de la media. Messi nos eleva, nos hace mejores, hasta la exageración de pensar que todo será mejor, que se solucionarán todos nuestros problemas, que bajará el dólar y que no habrá más inflación. Todo eso y más hasta que pierde, y pasa todo lo contrario. “Somos un país decadente, con jugadores que no sienten la camiseta”, dicen los abanderados de la argentinidad al palo.
“En algún momento pensé que Messi podría llegar a colapsar con el tema de la mochila —admite Miguel Simón—, pero hoy descarto la idea. Es tan apasionado del fútbol que no sólo no abandona, sino que va a amistosos en lugares lejanos y en medio de un momento crítico para el Barça, no tiene ningún problema y juega casi todos los partidos. Realmente en ese aspecto de compromiso dentro y fuera de la cancha, lo de Messi con Argentina es admirable”.
Maradona tendrá su gol contra Inglaterra en el mundial de México, Messi, por su parte, el triplete ante Ecuador para lograr la clasificación milagrosa a Rusia y/o el gol ante Nigeria en el Mundial para no quedar afuera en primera ronda. Uno simboliza la gloria eterna, otro la salvación. Si reclamamos “que juegue Messi y 10 más”, no le pidamos la gloria eterna a Leo, como si no se tratara de un juego de once contra once; como si no nos hubiera dado esa esperanza que mantenemos siempre que juega la Selección, por más difícil que sea el contexto, de que todo se puede solo por el hecho de que él juegue para la Argentina.
«Maradona simboliza la gloria eterna; Messi, la salvación».
Pasada la sanción de tres meses sin jugar y una multa insignificante aplicada por la CONMEBOL, el DT de la Selección Argentina, Lionel Scaloni, convocó al «10» para los amistosos de la fecha FIFA que se juega este viernes a las 14 ante Brasil y el próximo lunes 18 de noviembre, frente a Uruguay, aunque está en suspenso por cohetes lanzados desde la Franja de Gaza hacia Israel, el país donde se disputará el partido.
Después de 132 días, Messi vuelve a ponerse la camiseta albiceleste, volverá a ponerse la cinta de capitán, volverá a bancarse las críticas en el instante que suene el pitido inicial (si no se lo critica antes por no cantar el himno), porque así es él, no se conforma y va por más: “Yo demuestro mi cariño a la Selección de otra manera y el que diga lo contrario, me da lo mismo. No le tengo que demostrar nada a nadie». Juega como nadie, pero siente como todos; se enoja, putea, habla en caliente, se toma un descanso y se va, lo aclama todo un país, vuelve, nos hace un poco más felices, y lo vuelven a putear por no ganar un Mundial. Messi es el ejemplo de la bipolaridad que produce el fanatismo por el fútbol. Es la esperanza ante la locura de nuestro fútbol. Es el argentino que más que sufre la argentinidad.
«Messi es el argentino que más que sufre la argentinidad».
POR THIAGO CARRERO