DECONSTRUIR EL FORTNITE

POR J. M. CAFFERATA

 

En el imaginario popular, los varones y las mujeres tienen distintas experiencias al entrar en el mundo de las tecnologías de la información y comunicación (TIC). Por ejemplo, se percibe que los varones aprenden a usar la computadora varios años antes que las mujeres y se autoperciben más habilidosos con las TIC. Además, le dan distintos usos. Mientras que a los varones se los asocia con la programación, la robótica y los juegos de estrategia y combate, las mujeres son vistas como más propensas al uso de redes sociales y juegos donde abunda lo rosa, el maquillaje y la cocina. Pero, ¿qué tan cierto es esto? ¿Por qué no nos imaginamos a los niños varones rompiéndose la cabeza para ver qué Emoji poner en su perfil? ¿Por qué las niñas dicen que consideran al GTA como un juego “de varones” porque “es muy de matar”?

 

Estas son algunas de las preguntas que intenta responder Carolina Duek, doctora en Ciencias Sociales, investigadora del CONICET y presentadora de radio. Con una habilidad envidiable por cualquier padre o madre logra ponerse en el mismo nivel que los jóvenes para averiguar sobre cómo juegan y qué piensan del género opuesto. Les puede sacar charla sobre lo que sea: el nuevo video del youtuber del momento, las actualizaciones de la última temporada del Fortnite o cómo rankear las películas de Barbie. Al ganar la confianza de los pibes con este shock postgeneracional, es capaz de extraer información muy valiosa y rica que ni los adultos más cercanos podrían entender.

 

Carolina Duek es doctora en Ciencias Sociales (UBA), Magíster en “Comunicación y cultura” y Licenciada en Ciencias de la comunicación (UBA).

 

¿De qué se trata tu investigación?

—Tiene como objetivo identificar a nivel nacional las desigualdades de género en el uso de tecnologías digitales. Logramos viajar por todo el país e hicimos grupos focales [método de entrevista donde un moderador dirige la discusión de un grupo reducido de personas] con un diseño metodológico bastante original. Mediante una combinación de voces, lo que planteamos fue no solamente tomar lo que dicen los chicos sobre sí mismos, sino qué dicen todos los que los rodean: sus padres, madres y docentes. Eso nos permitió construir lo que se llaman tecnobiografías, algo así como historias de vida focalizadas específicamente en la relación que los chicos y chicas tienen con la tecnología.

 

Entonces esta primera etapa nos mostró que la percepción de los chicos sobre la tecnología está muy vinculada con los estereotipos de género vigentes. Encontramos que hay una concepción de que las chicas realizan determinadas acciones con la tecnología y se vinculan de determinada manera y los varones de otra. La herramienta metodológica nos permite corrernos de eso y entender que una cosa es lo que dicen los chicos y chicas ante la primera pregunta, por ejemplo, “¿qué te gusta hacer con la computadora?”; pero cuando te tomás una hora más para escucharlos, ves que el interés por programar es de todos, las formas de representación son mucho más variadas, las formas de presentación de sí también. Cuando les preguntaba a unas chicas “¿a qué juegan?”, al principio decían que jugaban “juegos de chicas”, que van a una página que se llama JuegosDeChicas.com. En realidad, también juegan al Fortnite, al Clash Royale, pero no lo elegían para contar.

 

¿Cómo hacen para ver cómo se piensan los géneros entre sí?

—Nosotros trabajamos en escuelas públicas y privadas. Hicimos grupos focales, entrevistas individuales, combinamos herramientas metodológicas para poder tener la mayor cantidad de voces y calidad de voces para armar este Tetris que es la vida cotidiana de chicos y chicas. Dividimos en varones y mujeres para trabajar sobre sus representaciones hegemónicas. Una de las actividades de los grupos focales era dar una cartulina, dividirla en dos y pedir a los varones que se dibujen a sí mismos usando la tecnología y del otro lado que dibujen a las chicas de la misma manera; a las chicas le pedíamos lo inverso.

 

En todo el país nos aparecían las mismas imágenes. Fue bastante espectacular. Los colores que eligen las chicas para dibujarse y dibujarlos eran los mismos. Los colores que eligen los varones en todo el país son los mismos. No hay ningún rosa en una cartulina de varón, ni siquiera en la parte de las mujeres. Es bastante fácil de predecir el género del grupo que dibujó tal cartulina. Ahí aparece una relación de las chicas mucho más cercana con el WhatsApp. En las entrevistas personales los varones dicen que lo recontra mil usan, pero en los dibujos, solo las chicas usan WhatsApp. Ellos se dibujan a sí mismos jugando a la PlayStation y en las chicas NUNCA aparecen los juegos de consola, aunque juegan. Entonces ahí lo que encontramos fue una gran distancia entre la presentación de sí y la representación de los otros. Capaz hay una chica que le encantaba jugar al FIFA, pero lo cuenta a los 45 minutos de empezada la entrevista. No lo cuenta NUNCA en el minuto uno, salvo que quiera diferenciarse. Tenemos un caso de una chica que dice “yo soy gamer”. Minuto cero. Había una estrategia de presentación de sí de “yo voy a mostrar que elegí decir esto como un puntapié distinto”.

 

Son entrevistas muy ricas, la investigación nos demuestra año a año y paso a paso que esta idea de que los chicos, chicas y adolescentes no quieren hablar, o no les importa, es falsa. Cuando uno se sienta y los escucha, no paran de hablar. Y eso es bastante fabuloso. Aunque fue un efecto no buscado, también tiene que ver con desarmar un estereotipo. Si vos le preguntás a un adolescente de 15 años construido estereotípicamente apático, que nada le importa, que todo le parece lo mismo, y le preguntás, “che, contame, ¿jugás al FIFA?”, “sí”, “¿en qué modo jugas, qué torneos?”, te dice, “ay… ¿cómo sabés eso?”

 

«La investigación nos demuestra año a año y paso a paso que esta idea de que los chicos, chicas y adolescentes no quieren hablar, o no les importa, es falsa».

 

Ahí hay una cuestión que tiene que ver con derribar estereotipos: “el mundo adolescente NUNCA se va a vincular con el adulto”. Hay que preguntar en sus propios términos, ir con las lecturas hechas, pero no de bibliografía. La semana pasada di una charla en un colegio a chicos de sexto y séptimo. No se quedaban quietos. Los docentes estaban escandalizados, pero yo estaba tranquila. Abrí una ronda de 10 preguntas que me quisieran hacer para ver si se callan. Empezaron. “¿Conocés tal juego?” Y yo les contestaba, “sí, ¿qué querés que te cuente? ¿Las armas, los mapas, esto, lo otro?”

 

Hay una sorpresa en los niños, porque hay una escisión entre el mundo adulto y el infanto-juvenil. Parece imposible que una anciana de 40 años como yo pueda hablar del League of Legends. Digo cosas como, “el Fortnite me parece sobrevalorado, no es un gran juego”, y te contestan, “¡qué decís!” Y les explico por qué, y lo comparo con el Counter-Strike, y dicen, “¡aahh!”. Termina la evaluación que hicieron de mí y se callan. ¡El diseño metodológico de mi proyecto de CONICET como investigadora es esto! No es estar al día para estar actualizada, usar el ahre. No; es efectivamente correrme de la perspectiva de la tía antropóloga de “contale a la tía quién es Gaturro”. No, no, vos me decís que leés Gaturro, y yo te voy a decir, “mirá, la persona que escribe los chistes de Gaturro roba ideas, no es buena persona. Mostrame tu libro favorito de Gaturro y te voy a encontrar un ejemplo de plagio”. Obvio, no tiene nada que ver con Gaturro puntualmente, sino con no solo decir, por ejemplo, “ay, ¿te gusta Harry Potter?”, sino también, “sí, yo soy de Ravenclaw, porque esto, lo otro y aquello”. Te cuento todo.

 

Y no tiene que ver con hacerme la piola o hacerme la joven, sino que si yo no soy capaz de entender todas las palabras que usa un niño conmigo, no tengo que investigar más esto. Por supuesto que a veces digo “no conozco este juego, no lo sé, lo anoto y lo busco”, porque hay una oferta desmesurada. Pero lo mainstream no se me escapa, porque es parte de mi investigación. Le digo a los chicos, “¿ustedes saben de qué trabajo?” —dirían los especialistas en retórica, la parte de la captatio, la búsqueda de la atención—, “¿ustedes saben que a mí me pagan por jugar juegos?” Que no es totalmente cierto, pero tampoco es falso.

¡Todos van a querer ser investigadores del CONICET!

—“Ay, ¿qué estudiaste?” “Estudié un montonísimo de años”. Y no tiene nada que ver con una cuestión de “ahh, ¿te pagan para eso? Eh, ¡con mis impuestos!”.

 

Si bien analizo el juego, el género, la escuela, las relaciones y los vínculos que se establecen entre chicos y chicas, entre chicos y adultos, entre las generaciones, entre los juegos, entre las formas de usar las redes sociales, yo siempre estoy analizando la cultura contemporánea, los marcos hegemónicos de interpretación y las variables que intervienen. Lo hago a través del juego, de la identificación del género. No me interesa tanto el Fortnite, sino ver de qué manera el Fortnite ocupa un lugar relevante en la cultura contemporánea, y por qué en realidad el Fortnite es una excusa y porque hoy es el Fortnite y mañana es el “Tronklite”, y pasado es el [ininteligible].

 

¿Disfrutás investigar sobre el Fortnite, jugar al Fortnite, ver memes, ver series de Disney?

—Sí, claro, la paso re bien. Me quema un poco la cabeza a veces, como cuando veo la decimoctava película de Barbie.

 

Holasoygerman es un tipo de 26 años que logra conectarse con los niños como ningún adulto, ya sea padre, madre o docente, puede hacerlo. ¿Qué pasa ahí?

—Cuando yo escribí sobre Germán, yo anticipé que su viraje a la autoayuda era inminente. Y así fue. No porque soy un crack, sino porque estoy entrenada para ver la matriz enunciativa, interpretativa. El mundo busca la autoayuda. Todos los libros y publicaciones que están de moda respecto del género, respecto de los youtubers, tiene una matriz de autoayuda de fondo que es inconfundible, que tiene que ver con directrices para ser feliz, para evitar el bullying, puestas con imágenes de Fortnite, de Minecraft. Me parece interesante todo el fenómeno de youtubers jóvenes porque están muy vinculados con las modas y tendencias de los juegos, de los videojuegos, de los challenges.

 

Si los pibes molestan, los padres deberían decir, “a ver, hagamos el callate-por-10 minutos challenge”.

—A mí me lo hacía mi abuelo a eso con “el juego de no hablar”.

 

¿Alguna respuesta de los chicos y chicas durante las entrevistas con la que sigas soñando?

—Sueño siempre con mis entrevistados. Hubo algunos casos en la última investigación que me dejaron bastante angustiada de chicos que la estaban pasando re mal y los adultos no le daban bola. Casos de bullying bastante complejos, relaciones padre-hijo y madre-hijo muy angustiantes. Me fui a llorar al baño después de alguna entrevista, y eso que tengo mucha experiencia. Hay muchos chicos que están muy solos. Y eso es bastante angustiante en algún punto. Como adulto, como investigador, como persona. No está tan bueno.

 

«Hubo algunos casos en la última investigación que me dejaron bastante angustiada de chicos que la estaban pasando re mal y los adultos no le daban bola».

 

Vos sos científica, ¿no? Pero obviamente, los científiques son personas…

—A veces sí.

 

…que tienen objetivos propios. Creo que un científique busca en algún punto cambiar la realidad. Supongo que con esta investigación vos querés buscar recopilar datos y analizarlos de forma que se pueda generar un cambio, una política pública que trate de trabajar los estereotipos.

—Sí; de hecho, en todos mis proyectos de investigación acreditados, el último objetivo específico siempre es directrices para políticas públicas. Lo que pasa es que también hay una gran distancia —que no sé qué tendría que pasar para que eso cambie— entre lo que el Estado financia en investigación y lo que el Estado escucha de esa investigación. Por eso con mi equipo tenemos una enorme convicción de comunicación pública de la ciencia. Una de las tradiciones de la academia, lamentablemente, es la tendencia a moverse en ámbitos de congresos científicos que escuchan científicos y pares científicos y todo científico. Deberíamos tratar de pensar de qué manera comunicar públicamente lo que hacemos. Ahí tenemos una apuesta muy fuerte y nuestro equipo trabaja bocha. Tenemos muchísimos eventos; vamos a escuelas secundarias de todos los lugares; enviamos material de resultados a todas las escuelas del país con las que trabajamos; tenemos línea abiertas con muchísimas organizaciones de menor a mayor. Nadie te va a llamar y decir, “che, hola, acá vemos que tenemos un proyecto acreditado, ¿qué resultados tenés?” Para mí sería como, “mamá, llegué”. Pero no pasa. No entiendo muy bien por qué no pasa.

 

«Hay una gran distancia entre lo que el Estado financia en investigación y lo que el Estado escucha de esa investigación».

 

¿Se puede investigar científicamente por qué no pasa?

—Los campos de ciencia siempre se pensaron y se ejecutaron por fuera del interés público. De hecho, cuando en 2015/16 hubo un gran ataque a las ciencias sociales, a través de las redes sociales puntualmente y por otros medios, y una deslegitimación absoluta de los temas y problemas que investigamos, lo que había era un reclamo de, “¿con mis impuestos te pago para que hagas estas boludeces?”. Yo fui atacada puntualmente mediante redes sociales. Tuve una gran ventaja de que tengo una columna en un programa de radio, y me dieron el espacio para contar, explicar, hablar, decir de qué manera nos evalúan en CONICET. Si cualquiera se enterara la evaluación que nos hacen en CONICET, se daría cuenta de que —uno puede no estar de acuerdo y puede no entender— estamos sometidos a evaluaciones muy estrictas, anuales o bianuales, que tenemos que trabajar un montón. Hay una falta de conocimiento sobre lo que hacemos y ahí aparece nuestra responsabilidad. Por eso nuestro equipo tiene la convicción por comunicar. Por ejemplo, hay un programa de CONICET La Plata que me encantó, y debería hacerlo en todo el país: Ciencia sin guardapolvos. Fuimos a escuelas a contar qué hacen los científicos sin guardapolvos, que esto es algo que los propios científicos nos miran con cara de “ah, sos de sociales, ustedes hacen boludeces. No, si no trabajas con gérmenes y bacterias no son nada”.

 

¿Desde las ciencias exactas te lo dicen?

—Y, ahora menos, pero cuando yo era becaria, sí, había cierto desdén. No somos una gran comunidad como científicos. ¿Por qué? En primer lugar, porque estamos atomizados en centros de investigación. Hoy vos y yo estamos acá, en mi oficina, que es un espacio cualquiera; no tengo un investigador cerca para hablar, ni para vincularme. No estoy en un edificio en el que digas, “arriba hay alguien que labura Infancia y Educación y abajo hay alguien que labura Tecnologías”, y yo le toco la puerta y digo, “escuchame, estoy buscando bibliografía sobre esto”. No pasa. Eso es parte de la estructura del sistema científico argentino que… ¡es lo que hay! Ojo, yo no soy de las que dicen “en Europa tienen tal cosa y tal otra”. O sea, yo hice una estancia posdoctoral en Bélgica, y sí tenía oficina, piso y era tipo “che, [golpea la mesa] estoy buscando material sobre tal cosa”. “Tomá”.

«Es mentira que los adultos de hoy atravesamos el mayor desafío de cómo educar y convivir con niños y niñas. Es falso.»

¡Está bueno eso!

—Está bueno, pero soy muy poco romántica con eso. Creo que hay que trabajar con lo que uno tiene. ¿Quejarse, reclamar, organizarse y agremiarse en pos de una mejora de la ciencia? Sí, pero mientras tanto, es lo que tenemos. No hablo de conformismo. Hablo en el sentido de que DETESTO les investigadores que vienen de afuera y dicen “porque en Boston”. Amigo, estuviste 6 meses. O te quedas allá o venís acá y luchamos para mejorar esto. Reclamemos, organicémonos, vamos con todo. Pero no quiero escucharte más hablar de “porque en Bélgica me tocaban la puerta en la biblioteca”. Estamos a 5 mil millones de años de eso. Me parece mucho más importante pedir que tengamos en la UBA un proyector por aula para, en una carrera como Ciencias de la Comunicación, poder mostrar ¡UN video! en clase, que me toquen la puerta en la biblioteca. Hay demandas distintas.

 

¿Qué pasa con les científiques y su inhabilidad de manejar proyectores?

—No, los proyectores ANDAN MAL. Algo les pasó. Es como el PowerPoint. Hay algo que conspira contra la felicidad nuestra.

 

Les niñes escuchan a les youtubers y los siguen como cualquier otro ídolo. ¿Es necesario desde el Estado, con ayuda de profesionales y científiques, armar un canal con contenido pedagógico como fue Paka Paka, pero en formato de youtuber o influencer?

—Ahí aparece una dimensión que me preocupa mucho. La condición indispensable de que todo tenga un fin pedagógico. Lo que muestran los consumos de los chicos y chicas en las redes es que ellos no quieren estar todo el día vinculados a los contenidos relevantes, significativos, súper educativos. Quieren boludear un poco. Nosotros también queremos boludear un poco.

 

«Los chicos y las chicas no quieren estar todo el día vinculados a los contenidos relevantes, significativos, súper educativos. Quieren boludear un poco. Nosotros también queremos boludear un poco».

 

Lo que pasó con Zamba se puede comprobar empíricamente. El Ministerio, y luego Secretaría de Educación, dio de baja Zamba por estar identificado con los gobiernos anteriores, pero las escuelas de todo el país lo siguen usando. ¿Los docentes son peronistas o kirchneristas? No; porque no hay material educativo que permita trabajar las efemérides. Entonces ahí lo que tenés es un espacio de vacancia. Yo lo que creo es que los estados nacionales tienen que trabajar espacios de vacancia. ¿Qué es lo que no hace el mercado? Bueno, no trabaja sobre igualdad de género. Vamos a trabajar eso. ¿Qué no hace el mercado? Y, no te hace un dibujito animado sobre San Martín. Hagámoslo. Ahora bien, ¿me parece que está bien solamente ocupar espacios de vacancia? No. Pero si el Estado se pone a competir con el mercado, pierde.

 

En una de mis discusiones con Fernando Salem, creador de Zamba, en un café de Avenida de Mayo, —nos miraban todos porque nos agarramos a los gritos; después nos abrazamos, estuvo todo bien— yo le decía, el Ministerio de Educación no puede promover un dibujito animado que deje a la Señorita Silvia en una posición tan negativa. ¡La maestra que los lleva de excursión a todos lados es una tarada sistemática! Dice a todo que no, está enojada, los caga a pedos. ¿Por qué la muestran así? Pero no había otros trabajos sobre efemérides; así surgió Zamba. Uno podría decir, “no estoy de acuerdo sobre cómo abordaron Sarmiento”. Perfecto. Hacé otro. Pero lo que creo es que más que generar un youtuber alternativo, el Estado tiene que producir otro tipo de contenido.

 

Igual hay youtubers alternativos que saltan con contenido progre.

—La mirada progre la construye un adulto que lo mira todo. Recuerdo que cuando hacía una investigación en el 2011/2014 rondaba una hipótesis que decía: “Paka Paka construye ciudadanos, Disney construye consumidores”, pero lo que daban las investigaciones es que los pibes hacían zapping y aparecía Paka Paka con alguna cosa que veían en la escuela, después Disney y Nickelodeon; o sea, era parte de la oferta. El dramatismo lo ponen los adultos. Los pibes ponen uno, se aburren, ponen otro, etc. La diferenciación del ciudadano/consumidor la hacemos los adultos, que tenemos una pregunta distinta sobre eso. No la hacen los chicos y chicas. No están ahí diciendo, “si pongo Paka Paka me estoy construyendo como ciudadano, si pongo Disney me estoy construyendo como consumidor”, no. Pasás de Gravity Falls a, en su momento SOS mediadores o Aquí estoy yo.

 

¿Qué tanto sigue vigente la teoría que dice que Disney es una máquina imperialista de generar consumidores?

—Esa bibliografía es de los ’70. En los últimos años Disney cambió. Tanto Disney como Nickelodeon y el resto de las empresas, lo que hicieron fue entender el mercado de una manera muy inteligente; contrataron especialistas, psicopedagogos, los mejores egresados… y los contenidos son bastante poco reprochables a nivel técnico. A nivel ideológico podemos decir otra cosa, pero nunca vas a ver en Disney un chico comiendo una hamburguesa. Jamás. Nunca. De hecho, una de mis críticas es que llega a ser inverosímil el nivel de corrección política. En todos los programas de Disney los chicos y chicas toman licuados de fruta, comen ensaladas; hay lo que yo llamo hiperpedagogización: “todo debe tener un saldo educativo”.

 

«En Disney llega a ser inverosímil el nivel de corrección política. Hay lo que yo llamo hiperpedagogización: “todo debe tener un saldo educativo”.

 

Había un programa de Disney Jr. hace muchos años que sigo usando de ejemplo con una nena que se llamaba Clarilú. El hit era Quiero una ensalada (bien condimentada). Esta idea —que el funcionalismo ya descartó en 1938— del efecto pleno de los medios sobre las conductas de los sujetos, en realidad es un gran guiño para el mundo adulto. Si Clarilú canta, “quiero una ensalada”, ¿los chicos van a ir corriendo a comer ensalada? No, pero ¿quién le va a decir que no a un chico que quiere ver un programa que te enseña a comer ensalada? ¿O Dra. Juguetes, que termina con una conclusión sobre la importancia sobre el alcohol en gel, las bacterias y la importancia de ver un médico? O sea, vos podés decirle que no al Fortnite, pero no le vas a decir “no, no quiero que aprendas cómo comportarte con el médico, y de qué manera los gérmenes…”, no va a pasar.Por ejemplo, Art Attack. Yo no tengo nada en contra de Art Attack. Es genial que haya tutoriales de arte; de hecho, Art Attack es previo y posterior a los tutoriales de YouTube. Por eso digo que la televisión hoy es una especie de tía copada que está siempre prendida, que está ahí y que no es un conflicto. Cada generación tiene otros desafíos. La de mi generación —tengo 40 años—, fue la tele, para la siguiente fue el cable, para la siguiente fue la computadora, ahora son las consolas con conexión online en tiempo real. Lo que sí queda claro es que todas las generaciones tienen desafíos. Esta idea romántica de que todo el pasado siempre fue mejor a mí me vuelve loca y me pone un poco nerviosa. Cuando un adulto dice, “yo estaba 8 horas jugando al fútbol y mi mamá no me rompía las pelotas”. Hoy te sacan la tenencia del pibe. Vos no podés dejar a tu hijo 8 horas en la vía pública. Es mentira que los adultos de hoy atravesamos el mayor desafío de cómo educar y convivir con niños y niñas. Es falso. Cada generación tuvo sus desafíos y es incomparable e incontrastable y contrafáctico pensar que somos la generación más demandada. Y eso aparece en la investigación, no es una opinión mía.

 

POR J. M. CAFFERATA

J. M. Cafferata

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