Por Juan Ignacio Zingoni
Durante noviembre y diciembre hubo una cantidad insólita de lluvias en algunas zonas del este de África. Como resultado, poblaciones en Etiopía, Yibuti, Uganda, Burundi, Kenia, Tanzania y Sudán del Sur quedaron aisladas por el agua y distintas áreas de estos países fueron declaradas “zonas catastróficas”. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en todo el 2019 “perdieron la vida al menos 280 personas solo por las inundaciones en África Oriental y más de 2,8 millones de personas fueron afectadas por las lluvias”. Kenia es el país más afectado: hasta mediados de diciembre se han registrado en esta región 132 muertos, 17.000 desplazados y grandes daños materiales a los colegios, rutas y centros de salud. Las inundaciones serían las más intensas en seis años en términos de profundidad y extensión del área afectada. A los resultados de las inundaciones se le suman más de 800 muertos debido a los huracanes “Idai” y “Kenneth” en estados del sureste africano como Mozambique, Zimbabue y Malaui.
«Las inundaciones están empeorando y están ocurriendo con más frecuencia», dijo Nhial Tiitmamer, director del programa ambiental y de recursos naturales del Instituto Sudd, un grupo de expertos de Sudán del Sur. Para muchas personas, los últimos años han sido las peores inundaciones de su vida y los alimentos ya no llegan a sus manos debido a que hay carreteras y puentes bajo el agua.
LA MAREA QUE SIEMPRE CRECE
Desde mediados de 2006, las inundaciones se vienen repitiendo cada año, seguido de un largo periodo de climas secos. La sequía es el principal problema en África Oriental y se estima que alrededor de 8,5 millones de personas padecen inseguridad alimentaria sólo en Etiopía, especialmente en la región de Somali. Sin embargo, cuando esta situación se termina la lluvia torrencial regresa con más fuerza. De esa manera, los habitantes de África Oriental sufren la combinación de una situación de vulnerabilidad compuesta por momentos secos y fuertes lluvias. Las inundaciones, lejos de aliviar los efectos de la sequía, han provocado muertes, desplazamientos masivos de población y daños considerables a los medios de vida de muchas comunidades.
Además de los peligros inmediatos que suponen las inundaciones para las poblaciones y las infraestructuras de estos países, hay que añadir sus efectos a corto y medio plazo. Ya se han detectado brotes de cólera y se teme que enfermedades como la malaria se extiendan aún más, como consecuencia del estancamiento de agua que atrae al insecto que transmite el parásito letal. Las lluvias, además, pueden causar las enfermedades contagiosas como el cólera, y en muchas partes de la región los acuíferos y pozos de agua han quedado sumergidos bajo el lodo y las aguas estancadas, mientras que las letrinas se han atrancado o desbordado. Si antes la salud de los habitantes de estas zonas ya corría peligro, hoy es menos esperanzador el panorama.
Vanessa Nakate es ugandesa, pertenece al movimiento de jóvenes activistas mundiales que luchan contra el cambio climático y, además, es la fundadora del llamado #RiseUpMovement: un hashtag, un movimiento social y una promesa que buscan darle repercusión a los desastres ambientales que acontecen en África y que no son reproducidos en los medios al mismo nivel que otros desastres ambientales que suceden en países del primer mundo. “Estas inundaciones destruyen granjas y la mayoría de las personas dependen de la agricultura para sobrevivir. Muchas personas pierden a sus seres queridos y siempre quienes más mueren son los niños. Las inundaciones son solo un desastre que está destruyendo vidas, familias y enterrando a muchos a una edad temprana. Es insoportable vivir en tales condiciones”, expresó Vanessa en diálogo con Revista Sendero.
ÁFRICA DEPENDE DE TODOS
Luego de un difícil diagnóstico sobre la situación en África, debido a que las inundaciones complican el acceso a las zonas afectadas, UNICEF publicó un informe donde expresa que necesitaría urgentemente más de 23 millones de euros para atender las necesidades inmediatas de los afectados en solo tres países de África: Etiopía, Kenia y Somalia. En estos momentos, según esta organización, lo primordial es asegurar el acceso al agua potable y el saneamiento, y fomentar su uso para prevenir la propagación de enfermedades relacionadas con el agua contaminada y tratar los brotes de diarrea y malaria.
Lamentablemente, hace tiempo que los pedidos de ayuda por parte de algunos gobiernos africanos hacia el mundo son solo gritos a oídos sordos. Como suele pasar en temas medioambientales, la ayuda o el cambio de actitud llegan post-catástrofe y pocas veces se previenen fatalidades. En septiembre del 2019, los países africanos intentaron que la ONU declare una emergencia climática mundial en la Cumbre realizada en Nueva York. Por parte de los representantes africanos también se dejó en claro que esperan que el resto de los países garanticen el cumplimiento de los objetivos del Acuerdo de París firmados en 2015 para reducir el calentamiento global. Entre China, Estados Unidos e India se reparte la mitad de las emisiones de dióxido de carbono. Sin embargo, Trump se ha retirado del acuerdo de parís y por otro lado, pese a sus intentos de energía solar, China continúa siendo muy dependiente del carbón. La situación no es esperanzadora. África necesita ayuda para que sus habitantes puedan sobrevivir a climas cada vez más extremos y también que el mundo aplique en conjunto políticas medioambientales que frenen el cambio climático.
Las altas temperaturas que toma el mar en el este africano hace que las lluvias no den respiro. Nadie puede exigirle a África cumplir con objetivos de desarrollo porque primero el mundo debe cumplir con objetivos ambientales para que la situación climática en ese continente no empeore. Metas como la erradicación del hambre y la pobreza en África para 2030 son inviables, ya que sus economías y ecosistemas se ven afectados por el cambio climático y por el negacionismo de varios países —de todos los continentes— ante las consecuencias de la contaminación ambiental.
POR JUAN IGNACIO ZINGONI