Ernesto duda y se ríe

POR RAMIRO GAMBOA

“Las personas que no sonríen son problemáticas para la humanidad. En cambio, las que sí sonríen suelen ser más buena gente”, dice el periodista Ernesto Tenembaum a Revista Sendero en una mañana de la última semana de diciembre de 2019. Acababa de hacer tres horas de radio y se había despertado a las seis menos cuarto. Poco antes, había estado en su cama —su proceso de elaboración siempre sigue de noche, su cabeza no para de funcionar— y, mientras se iba a dormir, pensaba en cómo explicar un indicador económico. Después de la charla, descansaría un ratito, iría al dentista y concedería otra nota. A pesar de considerarse una persona ansiosa —dice que si le ponés comida delante, se come todo—, su prestigio como columnista político es signo de su paciencia ante la dificultad. Sabe que, cuando dispone de poco tiempo para contar la actualidad, lo peor es perder la calma, y lo más adecuado es mirar mejor. Cuando argumenta todos los días en Radio con vos 89.9 de 7 a 10, semanalmente en Infobae y cada quince días en el diario El País, se expresa como si tuviera la eternidad por delante. Con Revista Sendero habló de sus cuarenta años en el periodismo, de su deseo por conocer Londres, China, Rusia, Marruecos y de su talento para cocinar mollejas a la parrilla. “Ha persistido en una primera línea periodística a lo largo de los años porque es una persona de características dialogales y porque razona con buena fe”, afirma Beatriz Sarlo. Desde siempre, y más intensamente desde el conflicto con el campo del año 2008, cultiva el equilibrio y la moderación, y es un bicho raro para quienes exigen posiciones más extremas: “Cuando lo ves a Alberto hablando de la grieta, dice cosas que yo vengo diciendo hace rato. La pelea para bajar los decibeles en la Argentina está generando efectos”, señala Tenembaum.

 

Nacido en La Plata en 1963, sus padres le pusieron Ernesto por el Che Guevara y, desde la adolescencia, capta la atención de los lectores, los asombra, los indigna, los hace reír o algo. A los 16 años, tuvo su primer trabajo en la revista Renacer, publicación del Max Nordau, un club judío platense estrechamente relacionado con la defensa de los derechos humanos. Allí publicó una entrevista a uno de los políticos más conocidos de la Unión Cívica Radical: Ricardo Balbín. Siempre concentrado en escribir notas que querría leer, estudió dos años de economía en la Universidad de La Plata, dejó la carrera y se mudó a Buenos Aires para estudiar psicología en la UBA, donde publicó para un periódico judío relativamente comercial: Nueva Sion. Tras recibirse, se pidió un cortado para preguntarse qué iba a hacer rutinariamente con su vida y empezó terapia. 

 

A sus trece años, vio la película Todos los hombres del presidente, que muestra cómo dos reporteros revelan el escándalo de Watergate, y supo que quería ser como ellos. Abrazaba esa visión del periodista héroe.

Ernesto ni siquiera pudo sospechar que, justo cuando no sabía qué hacer con su título de licenciado en Psicología, llamaría a su puerta Horacio Verbitsky —para él, primero venía Dios, y después, Verbitsky— para que trabajara en un nuevo proyecto: el diario Página/12. “Fue en el año 1987. Nosotros éramos unos nenitos, y veíamos a todos los monstruos del periodismo y a quienes admirábamos en Página: Miguel Bonasso, David Viñas, Juan Gelman. Era Disneylandia”, describe Alfredo Zaiat, economista, amigo de la adolescencia de Ernesto y con quien compartió sus primeros pasos en Página. Después participó de proyectos periodísticos que lo hicieron asumir con felicidad su papel de transgresor mesurado (parece un contrasentido, ¿no?): el programa de radio Rompecabezas, Revista Veintitrés, Día D, Periodistas, Tierra de locos. Ni entonces ni ahora dejó de creer en lo que creía cuando era un adolescente: “Cuando veo que se expulsa a una persona porque disiente, de inmediato me pongo de su lado. No creo ni en la dureza ni en el verticalismo ni en la agresividad con la crítica. Y no es una cuestión de estilos, sino de convicciones. La disidencia es algo que valoro muchísimo en las personas como alguien que es peronista y disiente dentro del peronismo, o alguien que es de Cambiemos, como Emilio Monzó, que está inspirado por sus principios y no por ser soldado de Macri. Con los ejércitos, no me llevo bien”.

 

Una persona tiene tiempo de ser muchas cosas antes de los cincuenta y cinco, ¿no? ¿Quién es Ernesto Raúl Tenembaum? Reynaldo Sietecase dice que es uno de los periodistas más inteligentes de la Argentina; María Julia Oliván lo define como honestísimo intelectualmente; Jairo Straccia elogia su tranquilidad de tipo transparente; Alfredo Zaiat lo pinta como muy provocador; Jorge Fontevecchia distingue su vocación por el psicoanálisis, esencialmente detectivesca; Beatriz Sarlo dice que tiene la pausa y la escucha del psicólogo; Gustavo Grabia distingue su conducción en radio: «es escandalosamente el mejor de los que he conocido»; Olga Wornat sostiene que, para Ernesto, el periodismo debe transgredir, y Romina Manguel lo sella como un tipo muy obse: “tiene un nivel de obsesión y de rigurosidad pocas veces visto”.

 

“Me gusta la línea de Editorial Perfil. Hay distintas opiniones, no hay verdades reveladas, no fue condescendiente con Macri ni con Kirchner. Además, Jorge Fontevecchia es un tipo muy valiente, incluso en la manera en que defiende sus medios económicamente. Lo respeto mucho”. / Foto: Juan Obregón.

 

Romina Manguel y María Julia Oliván empezaron a trabajar en Revista Veintiuno junto con Ernesto, quien era jefe de redacción, hace 22 años, en 1998 (las cosas pasan así, en ráfagas): “Siempre a las notas les faltaba algo, si tenían info les faltaba color; si tenían color, les faltaba info; siempre había una pregunta que no hiciste. Teníamos una hora, con María Julia Oliván, en que íbamos al baño y nos sentábamos a llorar las dos. Se nos pasaba, salíamos y seguíamos laburando. Lo digo con todo el cariño del mundo, porque es uno de mis maestros, y le estoy completamente agradecida: no creo que nunca me haya felicitado por nada”, evoca Romina Manguel a Revista Sendero.

 

“Le reprocho que, cuando editaba, reescribía siempre la nota con su estilo, y eso era un poco frustrante para los que recién empezábamos. Se notaba que era muy inteligente, culto, gracioso y MUY exigente. Me acuerdo de que, cuando empecé en Día D, me dijo que me dedicara a trabajar en la tele, que en eso era mejor que escribiendo. Con (el sitio web) Borderperiodismo, me di el gusto de demostrarme a mí misma que sabía hacer ambas cosas más o menos bien. Pero siempre le tuve mucho afecto y sentí que era mutuo”, cuenta María Julia Oliván mientras en la cara se le dibujan los recuerdos. “Si era así, habré hecho algo que estaba mal. Ese trabajo lo hice con mucha pasión, pero estaba muy presionado, me desbordaba todo el tiempo. Probablemente tendría que haberme dedicado más tiempo a cada uno, pero no tenía esa capacidad en ese momento. Si he sido cruel, fue un error”, responde Ernesto cuando le transmitimos los recuerdos —reproches y halagos— de sus excompañeras. 

 

“Somos muchos los que tenemos que estar agradecidos de la escuela de Lanata, de Tenembaum. Creo que nos hizo —y lo digo con modestia— buenos periodistas. Y nos hizo duros. Es difícil hoy que me dobleguen porque siento que hice la colimba con ellos. Tenés que estar frente a Lanata y a Tenembaum, y bancarte que te digan que tu nota es una bosta. Si te bancaste esa, después, ¿quién te va a venir a gritar?”, dice Romina Manguel.

 

“Tiene a mano el humor en todo momento, le gusta que hablen los que van a decir algo que él no comparte. Es un tipo que no necesita hacer bardo”, describe Jairo Straccia, periodista económico de su programa ¿Y ahora quién podrá ayudarnos? A eso, Ernesto responde: “Jairo es un fenómeno, un gran amigo, un gran periodista con un futuro espectacular que yo quiero mucho. De los periodistas jóvenes, es de los que más quiero y respeto”.

 

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Su crítica a la humillación pública, a la sensación de inferioridad y de aislamiento puede haber empezado en el lugar donde nació su historia: La Plata. Su mamá, Cecilia, es escribana, y su papá, Mauricio, es ingeniero, y ambos militaban en el Partido Comunista. Cuando estaban en el secundario y eran estudiantes, tuvieron que huir de la capital porque, durante el peronismo, a Mauricio, su papá, lo perseguían y lo habían prohibido en casi todas las escuelas del país. Sin embargo, en el Industrial de La Plata, hubo alguien del PC que le abrió las puertas para que estudiara. Los años de la infancia y de la pubertad son años formativos en los que uno es como una especie de página en blanco, donde cada cosa deja una marca. Y Ernesto vio cómo, en 1967, sus papás se fueron del Partido Comunista por diferencias y creció como observador privilegiado de la vida de un disidente. 

 

“Fue un papá bueno, presente, interesado en cómo me iba. Vivía con mucha intensidad mis triunfos, muy apasionado en la defensa de sus ideas, muy politizado”, explica Ernesto y parafrasea a Dumbledore cuando le confía a Harry Potter que «haber sido amado tan profundamente, aunque esa persona que nos amó no esté, nos deja para siempre una protección». Ernesto es fanático de la saga escrita por la escocesa J. K. Rowling, leyó todos sus libros junto a su hijo mayor y valora mucho la manera en que Dumbledore forma a Harry. “Dumbledore es uno de los mejores tratados de filosofía que conozco, sobre todo cuando reflexiona sobre la muerte y el amor. Es muy profundo lo que hace”, señala y, sin decirlo, quizá identifica a su papá con el rector de Hogwarts, y las palabras del mago de pelo largo y blanco transmutan el sufrimiento en belleza y lo ayudan a acarrear el dolor por la muerte de su padre en noviembre de 2018. 

 

Mauricio Tenembaum fue uno de los pocos argentinos en viajar a la Unión Soviética por el encuentro internacional de la juventud del PC, fue miembro fundador de la Comisión Provincial por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires y participó de la fundación del Movimiento Judío por los Derechos Humanos. Falleció el 14 de noviembre de 2018, a sus 88 años. En 2017, viajó a las Islas Malvinas, para reclamar por la identificación de los 123 soldados sepultados como NN en el cementerio de Darwin.

 

«No sientas lástima por los muertos, Harry. Siente pena por los vivos, y sobre todo, por aquellos que viven sin amor”, le sugiere Dumbledore a Harry. Los libros de Harry Potter facilitan la identificación al hablarnos de nuestras angustias más profundas: el temor a ser abandonados, la sensación de inferioridad y aislamiento, la angustia por la independencia respecto de nuestros padres y la culpa por dejarlos atrás para convertirnos en adultos.

 

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Cuando tenía doce o trece años, Ernesto se agarró a trompadas con un pibe que lo insultó por ser judío y entendió que cruzarse con esas personas es parte de la miseria de crecer. Después, en su novela Una mujer única, escribiría: “¿Quién le enseña a un niño de cinco años a pechar en un recreo, a cachetear al diferente, a marcar territorio, a conseguir de ese modo tres o cuatro incondicionales? ¿Quién crea, construye a ese predestinado, líder o resentido? Nunca me había molestado el tamaño de mi nariz, hasta que alguno de esos porongas se la agarró conmigo por eso. Una vez que, en un recreo, se desata ese proceso, no hay manera de contenerlo. Solamente hay una solución: partirles la cara, poronguear, dar una piña en el momento menos pensado, traicionarse a uno mismo. En la Argentina se poronguea en los recreos, en las cárceles, en los barrios, en los boliches, en las canchas de fútbol, y, naturalmente, en el peronismo, donde solo es jefe el que lo lleva en la sangre. El peronismo es el reino de los porongas. Ser un poronga, en casi todos los ámbitos, es ser alguien de temer, alguien a quien respetar. Algo me dice que, en los próximos tiempos, va a haber que inventar otro verbo, porque jamás me atrevería a decir que nuestra jefa poronguea. Pero cualquiera sea el neologismo elegido, está claro que ella lo hace mejor que todos los otros”.

 

“Huye de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque antes suelen provocar la muerte de muchos otros. Quizá la tarea de los que aman a los hombres consista en lograr que estos se rían de la verdad, que la verdad ría, porque la única verdad consiste en liberarnos de la insana pasión por la verdad”. Se trata de un párrafo que escribió Umberto Eco y que Tenembaum retomó en el último libro que publicó: Una mujer única (2014). También publicó Identidad, despojo y restitución; Enemigos; y ¿Qué les pasó?

 

Revista Sendero: ¿Cómo hacés para lidiar con los porongas sin poronguear?

 

Ernesto Tenembaum: No sé si lo logro, pero hay un momento en el recreo cuando sos chico en que tenés que dar una piña; si no, perdés. Desde ese lugar, ahí ya se puede negociar. Pero la paciencia, la moderación, la tolerancia son ejercicios cotidianos. Yo sigo mi camino. Griten, hablen, chiflen, que no voy a entrar en ese tono porque no es el que corresponde. 

 

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No fue condescendiente con el kirchnerismo ni tampoco con el macrismo. “Ernesto representa un ethos (conducta) de búsqueda de la duda, del equilibrio, de la profundidad, de tratar de tomar distancia de las propias preferencias. Todos esfuerzos que mucha gente no hace porque da menos trabajo ser parcial, visceral y quedarse en un extremo o en el otro”, asegura Jorge Fontevecchia, CEO de Editorial Perfil. 

 

De 2009 a 2013, Ernesto fue sometido a humillaciones cotidianas que provenían de la TV Pública y, más específicamente, del programa 678, al que asegura que jamás lo invitaron. Desde palabras más, Palabras menos, programa que condujo junto con Marcelo Zlotogwiazda por TN, se atrevieron a elogiar medidas de la gestión de Cristina, como la Asignación Universal por Hijo y la ampliación del calendario vacunatorio, y entrevistaron a funcionarios del oficialismo, como el exvicepresidente Amado Boudou. También cubrieron la desaparición de Luciano Arruga, criticaron a las patotas del INDEC, recibieron a los familiares de las víctimas de Cromañón y retomaron el caso de la docente atropellada en Santa Cruz, Martha Guillarmaz, por Daniel Varizat, ex funcionario kirchnerista. Ninguno de estos casos se debatió en 678. Lo que sí hicieron fue transmitir escraches públicos con la cara de Ernesto —entre otros periodistas— donde lo insultaban y aseguraban que era un mercenario financiado por Magnetto. Como si no se pudiera hablar de nada, preguntar nada, cuestionar nada porque siempre te tapan la boca con Clarín. 

 

“Amordazado, y no por una ley”, señalaba el cartel donde un dólar tapaba las bocas de Ernesto Tenembaum, de Nelson Castro y de María Laura Santillán. Fueron transmitidos por la Televisión Pública en modo de festejo.

 

Diego Gvirtz, quien fue productor ejecutivo de 678 y tuvo la idea original, fue amigo de Ernesto, produjo uno de sus programas y siempre lo invitaba al primer programa de TVR de cada año. “Ernesto era un tipo bastante progresista, pero después empezó a pensar un poco distinto de lo que pensaba yo con respecto al progresismo, sobre todo en cuanto al gobierno de Cristina. Ahí nos distanciamos. Empezó a plantear que teníamos un criterio bastante agresivo en 678, y la verdad que era un programa duro, un programa crítico y revolucionario en cuanto al periodismo de periodistas. Él me responsabilizó a mí por unos carteles en una plaza, y la verdad que yo no organizaba las juntadas de la gente de 678; eso excedía al programa. En mi vida se me ocurriría poner un cartel de Ernesto, le tengo un aprecio, un afecto y un respeto importante como para hacer esa pelotudez. Yo estaba en contra de eso, y la mayoría de los que estaban en el programa estaban en contra de eso. Ahí 678 se fue de las manos, es la verdad”, dice Diego Gvirtz en charla con Revista Sendero.

 

¿Por qué Ernesto fue tan crítico de 678?

 

678 tenía una posición distinta a la del establishment habitual y era un programa visto por mucha gente más allá de lo que dijera IBOPE. Cuando yo trabajaba en Canal 13, tenía el mismo grado de crueldad, pero ahí nadie me decía nada. Cuando la crueldad se volvió contra el poder real, dejé de ser un fenómeno. El programa se le paró de manos a ciertos sectores de poder a los que nadie se les había parado de manos. Uno de los errores de 678 era no tener más programas como el de Beatriz Sarlo. Porque si hubiéramos tenido más programas como el de Sarlo o el de Martín Caparrós, nos hubiéramos equivocado menos. Durante los últimos dos años, 678 perdió eficacia porque le faltó ser más democrático. 

 

¿Por qué los cuestionamientos hacia Ernesto no se los dijiste en privado, en lugar de decírselos públicamente a través del programa?

 

—En eso tenés razón, eso no lo discuto. Yo hacía TV, las críticas hacia él no eran personales, sino profesionales. Él también tenía mi teléfono y me podría haber llamado. Él tampoco llamó.

 

¿Lo invitaste alguna vez a 678

 

—Sí, nunca quiso venir. Lo invitamos muchas veces. En la primera época de 678, hablaba todos los días con él y estaba desesperado porque viniera. Cuando dejamos de hablar, no tenía sentido invitarlo.

 

¿Podrías haber intervenido para que no transmitieran los escraches a los carteles con la cara de Ernesto?

 

—Yo no iba a la plaza, no estaba de acuerdo. Nosotros éramos un programa que decía algo distinto de lo que decían los otros 250.000. Ir a la plaza hubiera sido hacer política partidaria pura, y yo no hacía política. No era mi objetivo; mi objetivo era hacer televisión.

 

¿Le reprochás algo?

 

—Haber dejado de hablar, es un reproche a los dos. Ahí hay un punto donde nos equivocamos o donde me equivoqué; alguna vez lo intenté llamar a través de Romina Manguel y me cortó; estaba como muy enojado. Supongo que en algún momento se le pasará, y nos sentaremos a tomar un café y a recordar anécdotas divertidas. 

 

¿Qué le dirías?

 

—Le pediría perdón si se sintió molesto por algo. 

 

“Yo le tenía mucho respeto a Gvirtz por el trabajo que hizo en TVR en la década de los noventa. Después hizo cosas que no me gustaron nada, me maltrataba mucho. Nunca entendí por qué se permitía hacer esas cosas, pero tampoco es tan importante”, contesta Ernesto. Es difícil descubrir algo oscuro de alguien a quien tenés cerca. ¿Cómo se lidia con eso? ¿Podés perdonar y seguir queriendo del mismo modo a un amigo después de conocer sus miserias, sus equivocaciones? A veces pareciera que a todos nos gusta encontrar alguien a quien odiar de modo conjunto. “Ernesto tiene misericordia, muuucha misericordia con quienes lo lastimaron; y es más exigente con quienes no lo lastimaron. Pero lo entiendo, uno usualmente les exige más a los amigos. A veces, Ernesto es como el cuento del hijo pródigo al máximo”, dice el cineasta Juan José Campanella, amigo de Ernesto desde hace catorce años. 

 

Mauricio Tenembaum levantaba a Ernesto, su hijo, sobre sus hombros, le pedía que esperara a que terminara un artículo de La Opinión para salir a jugar y lo llamaba para que viniera a tomar la leche, que se enfriaba. Eso le gustaba a Ernesto, sentarse sobre los hombros de su papá y durante mucho tiempo pensó que la humanidad se dividía entre los que habían sido llevados en los hombros de sus papás y los que no. Su papá fue el que sufrió ver a su hijo escrachado en la televisión estatal, y eso le generó antipatías muy fuertes, rechazos categóricos: “Mi viejo y mi mamá no quieren nada al kirchnerismo por cómo me trataban a mí. Traté de explicarle a mi papá que eso ya pasó, que no todos eran así. Pero para un padre eso era duro. Igual esos episodios son del pasado. Ya está. Fue una época donde todos nos equivocamos mucho, y, si uno se equivoca, tiene que entender que el otro también se equivocó”, aclara Ernesto sin toparse con el resentimiento. Beatriz Sarlo está convencida de que los estilos pesan en la constitución de los individuos entre sí y dice que no hay estilos más disímiles que el kirchnerista y el de Tenembaum. 

 

“Zannini fue a la cancha. Al mismo lugar donde había ido siempre, rodeado de las mismas personas, con las que nunca había tenido problemas. Apenas apareció, se desató un cantito ensordecedor: ‘Zanniniii, hijo de putaaaa, la putaaaa que te parióóóó, Zanniniii, hijo de putaaaa, la puta que te parióóóóó’. La condición humana tiene rasgos maravillosos y otros que, en verdad, no lo son tanto. La reverencia al poderoso y el impulso de patear al caído, que suelen ir combinados, forman parte del segundo conjunto”, escribió Ernesto Tenembaum al criticar los escraches que recibió la mano derecha de Cristina Kirchner, Carlos Zannini. En 2010, el gobierno para el que Zannini trabajaba lo había escrachado a Tenembaum.

 

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En su novela, Ernesto juega a ser Django, el héroe de Tarantino, y le encanta el pelo lacio que caía hacia uno de los hombros de Meryl Streep en Manhattan, y adora que el destino haya cruzado a Hugh Grant con Julia Roberts en Notting Hill para que fueran felices para siempre, y le duele que las historias de amor no terminen como en Desayuno en Tiffany, con un beso final bajo la lluvia. “Es un periodista con un escenario cultural amplio, que entiende muy bien que las diferencias estéticas pueden subsistir sin que eso implique un conflicto. Él afirma sus gustos frente a los del otro y les reconoce a todos esos gustos su legitimidad”, asegura Beatriz Sarlo. 

 

“Conozco pocas parejas de tantos años tan enamoradas; él siente devoción por su mujer, tiene un peso enorme en su vida”, cuenta Romina Manguel. Las cosas, a veces, suceden como en las películas, y Ernesto se enamoró locamente de Alejandra y se dio cuenta de que era lo único que le importaba en la vida: estaba perdido por ella. Era amiga de su hermana, y, cuando estaba en su casa, se quedaban hablando hasta las seis de la mañana de lo que fuera, fumaban porro juntos y la miraba dormir y leer siempre tan dispuesta a sumergirse en nuevas historias; y así fue como llegó su turno para aproximarse a la gloria, para admirar sus caricias en la espalda y su forma de hablar moviendo las manos; y caminaron bajo el sol durante casi treinta años, se casaron, tuvieron dos hijos —Juan y Gastón— y, después de muchos domingos en los que Ernesto se despertó enredado entre sus piernas, la extraña, aunque vuelva a las dos horas; le ruega que no se vaya y la ve bella, casi radiante, y debe aceptar que la ama, y la sensualidad de los abrazos aplaca el dolor que se acumula en la vida porque Ernesto siente dolor, pero no rencor, por las injusticias, y así tomó conciencia de que las mujeres como Alejandra prefieren una conversación inteligente a una musculatura sólida. 

 

El mayor miedo de Ernesto es que le pase algo a sus hijos, Juan y Gastón, y a su mujer, Alejandra.

 

A pesar de su fascinación por el cine, Ernesto dice que prefiere el mundo real sobre el ficcional. ¿Su película preferida? Nos habíamos amado tanto, de Ettore Scola.

 

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“Él ha criticado más al macrismo que al kirchnerismo, y el kirchnerismo le hizo mucho más daño que el macrismo”, asegura Juan José Campanella. A lo que Ernesto responde: “Fui mucho más duro con el kirchnerismo que con el macrismo porque los tonos míos eran terribles en la época de la grieta. Ahora, a la distancia, considero que un periodista no debería reaccionar de determinada manera porque la realidad te lastimó”. 

 

“Vientos de agua es deslumbrante, me emociona y también me erotiza”, elogiaba Ernesto a la serie televisiva que creó Juan José Campanella y que hoy está en Netflix. Desde ese entonces, año 2006, son amigos y ambos dicen que se quieren muchísimo. Tras leer la novela de Ernesto, Juan José lo convocó para que escribiera el guion de Entre caníbales (2015), una tira diaria donde trataban de manejar cada capítulo con la intensidad de un unitario. “Ernesto conoce mucho de las internas, del detrás del escenario. Aprendí mucho”, describe Juan. “Siempre le recrimino a Campanella que no me haya llamado a colaborar de vuelta. Le dije que me llamara gratis. Me hace muy bien hacer eso, me pone en otra dimensión”, remata Ernesto.

 

El expresidente Mauricio Macri no le concedió ninguna entrevista durante sus cuatro años de mandato. Quizá fue porque Ernesto escribió sobre el fideicomiso “ciego” de la fortuna de Macri que se transformó en un fideicomiso “tuerto”; o por sus críticas a las acciones de Shell que el entonces ministro de Energía Juan José Aranguren debió vender y contra las barbaridades que hizo con las tarifas de gas; o por las conexiones de Daniel Angelici con la barra brava de Boca y su vínculo con la Justicia, la posición de Gabriela Michetti sobre el aborto, el deterioro del salario, la devaluación, la inflación, el aumento de la pobreza o vaya a saber uno por qué. Sí tuvo dos off the record durante su mandato, porque a Macri lo conocía desde hacía tiempo y había tejido un vínculo. 

 

“No con Tenembaum, nena. Está con cara de orto todo el día”, le dijo Cristina Kirchner a la Negra Vernacci en 2017 cuando se estaban por sacar una foto con un cartel de Ernesto detrás. “Es el error de percepción más grande que se puede hacer sobre Ernesto porque es la persona con la que te podés cagar de risa las 24 horas”, asegura Jairo Straccia. Según Ernesto, Cristina se enojó: “Se ve que no me quería”. Y agrega: “La sonrisa y la amabilidad son una postura política. Tiene que ver con tratarse bien y con no creer que podés maltratar a otro porque no piensa como vos. Se debería ejercitar bastante más”. 

 

En Una mujer única afirmás que a Cristina todo le resulta peligroso. ¿Lo seguís pensando?

 

—Es una mujer en carne viva, demasiado intensa, con un peso enorme, con el peso de ser una gran líder de muchos años. Fueron 12 años de gobierno, no solo 8; y después la oposición, y después volver, y en el medio se le muere el marido y se le enferma la hija. Es una novela. Es un personaje con una intensidad fascinante. Ese es su límite también, hay momentos en que uno no da más. Es muy alienante la vida de un líder. Al mismo tiempo, no fue una buena gobernante. Tomó algunas medidas que estuvieron bien, pero recibió una economía consistente (en 2007) y la entregó destartalada. Perdió una oportunidad increíble para que el país lograra una estabilidad que no tuvo nunca. Es un personaje fantástico. 

 

“La llegada de Kirchner al poder fue un episodio muy alentador. El 25 de mayo dio un discurso ante el Congreso que me hizo lagrimear”, escribe Ernesto y cuenta que el  discurso de Alberto del 10 de diciembre, cuando asumió la presidencia, también le sacó algunas lágrimas: “Me pareció muy bueno. Con muchas dudas en algunas cosas, pero el alegato antigrieta que hace me conmovió”. Cuando lo describe, cree conocerlo bien y, sin embargo, lleva veinte años desconociéndolo, y lo analiza como una especie de interminable contradicción de la naturaleza. 

 

Alberto accedió a que Ernesto lo entrevistara minutos antes de dar el discurso en el Congreso: “Me significó una nota muy importante, me emocionó hacerla. Vi treinta años de trabajo en un instante. Me dije: ‘Esto está pasando porque laburé mucho’».

 

“Cuando uno empieza a enojarse tanto con los medios es como enojarse con el espejo. Puede ser que el espejo esté manchado y tengas que limpiarlo. Lo que no puede ser es que sea la causa central de tus problemas”, dijo Alberto Fernández luego de renunciar en 2008. ¿Sigue pensando igual?

 

—Alberto piensa muchas cosas, muchas de ellas contradictorias entre sí, y es un método. Con ese método, trata de reunir a todos. Un día dice lo que piensa Cristina y otro día dice lo contrario de lo que piensa Cristina. Y así en cada cosa: lo refugia a Evo Morales, pero no lo invita a la ceremonia; entonces, a los yankees les dice que no lo invita a la ceremonia y a Evo le dice que le da refugio, y así, en cada medida, es una cosa circular donde busca incorporar elementos contradictorios en el mismo discurso. Es algo nuevo y que vamos a tener que pensar como elemento central de su gestión. Es un método distinto al lineal, es un método de circunvalaciones. 

 

Un conductor militar manda, obliga. El conductor político persuade. Para mandar, se necesita voluntad y carácter; para gobernar, se necesita sensibilidad e imaginación. Eso decía Perón, y de eso se olvidó nuestra Jefa”, escribiste. Entre Cristina y Alberto, ¿cuál está más cerca de ser conductor militar y cuál de ser conductor político?

 

—Cristina es más militar que Alberto, pero Cristina no es una dictadora ni Alberto es un tipo sin carácter. A Cristina le gusta la adulación, la disciplina, el castigo al que disiente. Pero nunca se alejó de las reglas democráticas; tiene las dos tendencias, ahí convive un elemento setentista de ejército con uno ochentista de democracia y, según el momento, va más para acá, más para allá, pero no ha roto con el reglamento. Alberto es más de esencia democrática, aunque también puede ser cruel por momentos. En el kirchnerismo, la crueldad fue un método y, para Alberto, es una herramienta más entre otras. 

 

Cuando Néstor Kirchner era presidente, le decía a Tenembaum que, al criticar a su gobierno, se quedaba en la cosa chiquita del periodismo y no en lo grande de la política, en sumarse a la ola de la historia. ¿Qué quiso decir? “En esa charla, Néstor Kirchner me convocó a ser parte de su proyecto político. Fue un diálogo imposible, él creía en la construcción de un partido político sumando gente que lo obedeciera o negociara con él, y un periodista no puede, o no debe, hacer eso. Al menos el periodismo en el que yo creo no es así. Quienes tienen tendencias a la suma del poder público generan un ejército de personas que les temen y no los critican. No se dan cuenta de que la crítica los mejora. Si algo facilitó que Alberto llegara adonde llegó es que era crítico y no un soldado. Gran parte del actual elenco gobernante es crítico: Gustavo Béliz, Vilma Ibarra, Gabriel Katopodis y Sergio Massa. Creo en la crítica respetuosa, fundada, que puede escuchar el argumento contrario”. 

 

“No era parte de la izquierda aburrida de la redacción”, dice Olga Wornat, compañera de trabajo de Ernesto en Revista Veintitrés. “Yo siempre fui un tipo socialdemócrata, no un tipo de izquierda y dudo de ciertas verdades reveladas del progresismo. Me siento un tipo progresista, pero me hablás de Cuba, y no voy a hablarte bien. Para mí, Silvio Rodríguez es un tipo que colabora con un régimen dictatorial y que no expresa una crítica cuando muchos de sus amigos músicos y escritores están siendo perseguidos. Al progresismo le encanta, y, en esas cosas, soy distinto a mucha gente de izquierda”, responde Ernesto. 

 

¿Quienes defienden a Maduro son progresistas o son horriblemente reaccionarios? Hace muchos años que Tenembaum critica las prácticas de sometimiento, castigo, represión y disciplinamiento del dictador venezolano: “No hay duda de que es una dictadura: cierran medios, hay presos políticos. No me vengan con la excusa del imperialismo. Siempre se justifica eso por la agresión externa; si vos matás gente, metés gente presa, se exilian personas, estás haciendo algo que no se debe hacer. A un sector muy importante del progresismo le parece que de esas cosas no se puede hablar. Si no se puede hablar de algunas cosas, que no hablen. Yo hablo”, dispara.

 

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Ernesto dice que crecer es un laburo y que uno tiene que tener la mente abierta, aprender de todo y no dejar de jugar. Lanata le enseñó a reírse de sí mismo cuando trabajaron juntos en el programa de radio Rompecabezas, en el año 1995. Ernesto venía de hacer una beca de un año en la Universidad de Stanford, donde fue recomendado por Jacobo Timerman y Luis Moreno Ocampo: “La experiencia con Jorge fue bárbara. Estuvo bueno por esa cosa de creatividad, por su desmesura, para un tipo como yo que imaginaba una carrera más ordenada”. Define a Lanata como el Charlie Parker del periodismo: “Es el más talentoso que conocí en mi vida: un tipo que te arma a los 26 años Página/12 y marca la década de los ochenta; con Día D y revista Veintitrés marca la década de los noventa; y con PPT, los dos mil. Es un genio. Tiene una audacia y unas pelotas de novela. Trabajar con él fue muy estimulante”. 

 

¿Qué le criticarías?

 

—En 2015 debió haberse reinventado y hacer un periodismo más crítico con el gobierno de Macri. Pero si tengo que definir pulgar para arriba o para abajo, es pulgar para arriba toda su trayectoria. Después hay cuestiones de formas y de tonos en las que yo soy distinto; cada cual es quien es, pero es la gran estrella del periodismo argentino, sin duda.

 

La última vez que vio a Jorge Lanata fue a mitad de 2019, en un reportaje para Corea del Centro junto con María O’Donnell. “La nuestra no fue una amistad, pero sí una relación de mutuo respeto; él siempre valoró mucho mi trabajo, y yo le estoy muy agradecido”, afirma Ernesto.

 

 

Ernesto cursó una beca en la Universidad de Stanford porque siempre le atrajeron mucho los Estados Unidos, en especial, la literatura política estadounidense. The Making of the President, escrito por Theodore H. White, le fascinó, y dice que es la clave del nacimiento del reportaje político moderno.

 

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“Hay cosas que no podés hacer con alguien sin que concluyan en una amistad. Derribar a un trol de montaña de tres metros y medio es una de ellas”, escribe J. K. Rowling. Y si bien Ernesto y Marcelo Zlotogwiazda no cursaron juntos en Hogwarts, se acompañaron cuando el sueño de transformarse en periodistas prestigiosos solo podía ser eso: un sueño. Compartieron casi treinta años de periodismo en diferentes proyectos y construyeron, con el tiempo, una amistad que sobrevivió a las diferencias. 

 

“Ernesto tiene mayor capacidad de comunicación y es más sensible. De alguna manera, yo soy más frío y racional, y él es más pasional y sensible. Pero lo fundamental es que los dos creemos en el otro. Somos tan distintos que nos complementamos muy bien. Y, claro, somos buenos amigos”, le contaba Marcelo Zlotogwiazda a Luis Novaresio en julio de 2019.

 

Es probable que Ernesto se olvide de quienes lo lastimaron. Pero de quienes sí se va a acordar siempre, es de los amigos que lo bancaron. Y Marcelo fue eso: un compañero formidable que le proporcionó el periodismo y que tuvo el don de convertir en poemas todo lo que tocaba. Marcelo murió el 15 de octubre de 2019, y a Ernesto le gustaría tenerlo un poco más cerca. Lo extraña. Le hace falta. 

Para dejar de estar demasiado pendiente de lo que dicen los demás, Ernesto sugiere cumplir años. Según él, la risa fomenta la duda, y sirve para confundir a los que hieren y para poner en evidencia su necedad. Confía tanto en la risa que le adjudica poderes para liberar a los ciudadanos de los tirarnos y para aniquilar el miedo. 

Ernesto conoció —conoce— la hermosura de la libertad y la lucidez de asumir riesgos; y desconoce las etiquetas que solo sirven para tranquilizar conciencias frente a la complejidad del mundo. Nunca se mirará en el espejo y pensará “lo mejor ya pasó y ni siquiera me di cuenta” porque siempre está sediento de ser ya mismo lo que será mañana. Y mientras algunos cuidan que la verdad —su verdad— jamás sea tocada por la duda y afirman “Si Dios dudara, todos desapareceríamos”, Ernesto duda y se ríe.

 

POR RAMIRO GAMBOA

 

 

PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL: LUCAS BAYLEY

PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL: JUAN MANUEL CAFFERATA

 

PRODUCCIÓN AUDIOVISUAL: LUCAS BAYLEY

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