POR FABRIZIO SANGUINETTI
“La democracia es un abuso de la estadística, nada más”, responde Jorge Luis Borges en A Fondo, un programa de “interés cultural” de la televisión española. “Al menos, no creo en la democracia en la Argentina”, aclara un escritor que en los últimos años de su vida frecuenta mucho la televisión; populariza su imagen y deja frases “famosas”. Borges asiste a la radio y a la tevé; sin intimidarse y sin esquivar ninguna pregunta, por más tosca y elemental que sea. Pero Borges no tiene ningún reproche contra los grandes medios de comunicación; simplemente, asiste a debatir insidiosamente en contra del lenguaje periodístico.
Y es un debate que exige de cierta ironía. Una imagen de Borges que parece fugaz, elemental, y que aparentemente no deja cuestiones muy interesantes en el libro Borges, el memorioso. Una recopilación de entrevistas que le hace el periodista deportivo (y “bibliómano”) Antonio Carrizo en el programa “La vida y el Canto” en Radio Rivadavia. Carrizo es un gran admirador, que Borges toma un poco en joda, pero sabe que justamente en esa distancia que lo separa de Carrizo, hay algo interesante. Como la distancia que lo separa de Fanny, una empleada doméstica que trabaja por más de treinta años para la familia. Borges considera las preguntas de Fanny al nivel de Hesíodo, de Homero o de Virgilio.
Aunque a Borges le interesa más la interpretación de los simples que el diálogo intelectual, la crítica francesa queda encantada con Borges. Su nombre comienza a aparecer en la revista Learn, en artículos de Gérard Genette o Maurice Blanchot —los grandes críticos y semiólogos de la década del 60´—. Borges llega a Francia de la mano de Roger Caillois, que se exilia durante la guerra en la casa de Victoria Ocampo y participa de la revista Sur. Y con la “famosa” mención que hace el filósofo Michel Foucault al comienzo de Las palabras y las cosas, deja sentado tanto en Francia, como en la Argentina y el mundo, la advertencia final —como quien da un golpe a un gong— de que Borges es alguien que no se pasa por alto; más allá de sus posturas políticas altisonantes, que expresa en la televisión.
Foucault declara que Las palabras y las cosas se inspira en un tramo de El idioma analítico de John Wilkins, un texto en el que Borges piensa en mundo donde las enciclopedias dejan de clasificar los conceptos del lenguaje. El texto ya no puede ser tomado como un todo, sino que la escritura circula en un movimiento constante y se transforma en otros textos. No hay texto borgeano que no remita a otros textos. Borges inventa un método con su literatura que tiempo después otro filósofo francés, Jacques Derrida, populariza con el nombre de deconstrucción. Una herramienta útil para detectar fenómenos marginales reprimidos por el discurso hegemónico.
Pero Borges no piensa en sofisticadas herramientas semiológicas, sino en recursos del mundo clásico: la paradoja, el oxímoron, la hipálage, la hipóstasis. Viejas maniobras de la retórica, que Borges retoma con su risa satírica y tímida en el set televisivo. El rating que produce la presencia de Borges no hace más que describir el modo de una obra literaria que, ya desde sus comienzos, tiene a los medios de comunicación como su primer ámbito de circulación.
En la Revista Multicolor de los Sábados, el suplemento cultural del diario Crítica —el vespertino más popular de la Argentina por entonces— Borges publica sus primeros relatos ficcionales, que luego reúne en el libro Historia universal de la infamia. En El factor Borges, Alan Pauls sostiene que no hay un elemento Borges, sino que hay muchos y todos son fatalmente históricos. Hay una lectura “seria” de Borges y hay otra dimensión. Paralela y exhibicionista. Privada y teatral. Entrevistas periodísticas, conferencias y cartas, registros radiofónicos y folletos publicitarios. Donde se mueve Borges, no hay un sujeto: hay una figura. Un Borges on stage. Hechiza a públicos que jamás lo leen con el mero influjo de una imagen de “prócer cultural”.
Imaginar la nación
El escritor nacional. Una categoría que parece tan débil, tan frágil, tan (aparentemente) desatendida por los sectores populares. Una expresión que en algún momento pertenece a Leopoldo Lugones; alguien que acepta, trabaja, vive y se suicida por esa expresión.
En la Argentina del Centenario (1910), cuando parece que los valores criollos se encuentran amenazados por el inmigrante, Lugones piensa en una Argentina que tiene una antigüedad más lejana a la Revolución de Mayo. Una Argentina que tiene una base helénica. En un discurso en el Teatro Odeón de la calle Corrientes, Lugones canoniza al Martín Fierro como el texto fundamental de la nacionalidad argentina. A la conferencia no asiste el presidente, pero sí un general del Ejército Argentino.
La búsqueda del militar recorre toda la obra de Lugones. El golpe que derroca a Hipólito Yrigoyen (1930) —al que Lugones apoya— tiene una justificación dudosa. Ningún golpista puede creer que sus acciones políticas sean dirigidas por un poeta. Las voces de la nacionalidad parecen estar cada vez más lejos de Lugones siendo algo que, evidentemente, influye en su suicidio. El suicida deja un cadáver para señalar la omisión en la que incurren sus contemporáneos. Antes de morir, Lugones deja inconclusa su obra máxima, que es también una declaración política: una biografía de Julio Argentino Roca. La esfinge del militarismo modernizador y portador de la nación que se regenera por medio de las armas; en medio del interludio yrigoyenista que, para Lugones, entierra a la patria en el desmedro oscurantista.
No es casual que sea el Ejército el interesado en la formación del idioma. Es el Ejército el que tiene que reclutar soldados e igualar a inmigrantes, gauchos, mestizos, negros e indios. Bien lo saben Rosas, Mitre y Perón. Tres militares argentinos que escriben diccionarios pampas. El de Perón se llama Diccionario etimológico toponimia araucana; otra variante del interés militar por la lengua. La lengua es la que da órdenes y es la marca del territorio. La toponimia; el mapa militar, tiene muchos nombres de origen mapuche. Hay que entender su significado para entender su relación con las poblaciones del lugar.
La Generación del 37´ (Echeverría, Alberdi y Sarmiento) piensa en una lengua emancipada que revise su herencia cultural. La independencia de España supone un lenguaje basado en el castellano, pero con algo más. Un algo más que tenga una sonoridad propia, un léxico y una nueva gramática que pertenezca a lo que la vida intelectual disponga. La idea de la constitución de la nación a través de la lengua —y no con la espada—. De allí, el duro juicio con San Martín, que recién recupera Mitre. Domingo Faustino Sarmiento escribe a pesar de sus propios límites; como un acto de rebelión frente a su origen familiar y provinciano. En un país de analfabetos, Sarmiento convierte a la escritura en su capital político, despojado de poder económico y de un origen ilustre. En una Argentina sólo a medias, Sarmiento es un autodidacta que ofrece su modelo como espejo para la nación. Sarmiento es un escritor, ideólogo y político atravesado por el destino colectivo. Que ese destino para Sarmiento excluyera lo que él considera como la barbarie, —representada en Rosas—, significa que, por desdicha, no hay posibilidad histórica de imaginar un todo sin exclusiones. Tulio Halperin Donghi, en su biografía de José Hernández —autor del Martín Fierro— se pregunta cómo un militante social, general y periodista logra convertirse en autor de un libro tan fundamental ¿Cómo hacer entrar los textos en la historia?
Borges sostiene que si el Facundo se hubiera canonizado como el libro insignia, en vez del Martín Fierro, la historia argentina sería otra (y mejor). “Yo creo que Borges se equivoca, porque es en el Facundo donde está el momento más combativo y pendenciero del gaucho, más heroico. Y el Martín Fierro es un poema de la queja; del gaucho solitario que va a la frontera. Nunca asoma en Hernández la posibilidad de una rebelión en grupo, como sí aparece en el retrato que hace Sarmiento de Facundo Quiroga”, dice José Pablo Feinmann a Revista Sendero. El autor de Filosofía y nación se pregunta qué falla de las tradiciones filosóficas del país al que quieren interpretar; y qué falla en la nación, que no se alimenta de sus propias tradiciones filosóficas.
El idioma de los argentinos
Al comienzo de su adolescencia, Borges parte a Europa, y cuando vuelve, se encuentra con una Buenos Aires bien diferente. La ciudad cambia sustancialmente, pero conserva su color local. La grilla regular de las calles, el sistema eléctrico y una red de tranvías, incluido el primer subterráneo. La nostalgia por el tiempo de su infancia es el punto de partida de su escritura, en la que enlaza su pasado con una nueva modernidad estética. “No existe un escritor más argentino que Borges: él se interrogó, como nadie, sobre la forma de la literatura en una de las orillas de occidente. En Borges, el tono nacional no depende de la representación de las cosas, sino de la presentación de una pregunta: ¿cómo puede escribirse literatura en una nación culturalmente periférica? En una nación joven, sin fuertes tradiciones culturales propias, colocada en el extremo sur, en tierras finales que fueron la sede del virreinato menos rico, que tampoco pudo exhibir, como otras naciones latinoamericanas, grandes formaciones indígenas precolombinas”, agrega Beatriz Sarlo, autora de Escritos sobre literatura argentina.
En las tertulias que organiza Macedonio Fernández —filósofo de la paradoja y humorista surreal— Borges comienza a reunirse con una nueva generación de artistas. Las nuevas vanguardias estéticas (el expresionismo y el ultraísmo) son las que toma Borges para superar a Lugones, hasta entonces el máximo poeta argentino. Borges apoya a Hipólito Yrigoyen y participa de un Comité Radical, junto a Leopoldo Marechal, autor del Adán Buenosayres, una música literaria escrita en absoluta contemporaneidad con Borges, pero con otros acordes y escalas. Borges coquetea con el revisionismo histórico, una generación de pensadores que, en un acto de rebeldía, revisan la historia “oficial”, atacando a Sarmiento y pensando en un Rosas mítico.
En un intento de levantamiento cívico-militar contra la dictadura de Agustín P. Justo, Arturo Jauretche es encarcelado. En la cárcel, escribe El paso de los libres, un conjunto de poemas que dejan testimonio de la épica rebelión. Borges prologa el libro, que parece elogioso, hasta que años más tarde, Borges se vuelve a encontrar con don Arturo en la confitería Saint James. Un mozo se le acerca: “Dice el doctor Jauretche que tendría sumo interés en que usted fuera a sentarse a su mesa”. Borges responde: “Dígale al doctor Jauretche que el interés no es mutuo”.
En su juventud, Borges toma posturas políticas y escribe libros que, con el devenir historia argentina, termina desconociendo. El escritor nacional no es alguien que posea el lenguaje de un país: es alguien que tiene que re-crearlo.
Borges ve en su amigo, el pintor y escultor Xul Solar, algo parecido a lo que quiere hacer. Xul inventa el idioma “neocriollo”, con la intención de promover un lenguaje que unifique a todos los habitantes de Latinoamérica a través de jeroglíficos y grafos, que Xul incorpora en su pintura. Xul ilustra la primera de edición de El idioma de los argentinos, un libro de ensayos con el que Borges gana el segundo Premio Municipal, por la suma tres mil pesos de la época y se asegura “un año de tiempo libre”. Un texto que publica —en el mismo año y con el mismo nombre— Robert Arlt, un escritor que no tiene mayor relación con Borges, aunque alguna vez se cruzan.
En la Buenos Aires de Borges no están el transporte moderno o la electricidad. Pero sí en Arlt, que es hijo de inmigrantes lituanos. Arlt tiene que crear un idioma desde la técnica. La tecnología en él es un bullicio, es una metáfora de almas incandescentes que van al matadero. Para Borges (que no tiene mucha simpatía por los inmigrantes) el idioma nacional está ligado a la voz y al recuerdo de los ancestros.
En la casa de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, Borges conoce a Estela Canto. Una escritora militante del Partido Comunista, que termina siendo su pareja. Canto lo invita a Borges a practicar psicoanálisis. La terapia no termina de resolver todos los problemas de Borges, pero las sesiones lo ayudan a perder su timidez y se anima a dar conferencias. En el Colegio de Estudios Superiores, brinda una conferencia que años más tarde, en una versión taquigráfica, se titula como El escritor argentino y la tradición. Allí, Borges sostiene que la cultura argentina pertenece a la cultura occidental, pero que tiene algo especial —como la judía y la irlandesa—. Forma parte de Occidente, pero no se siente atada a sus cánones clásicos. Los argentinos pueden incorporar los temas europeos sin supersticiones.
El peronismo, el tango y el fútbol.
“La entidad que llamamos vida, tiene plaquetas que se chocan entre sí permanentemente. Supuestamente, buscaríamos la unidad de una vida, en una biografía que uno puede contar. Se puede tener una vida de derecha domiciliaria pero una vida de izquierda pública. O viceversa”, aporta Horacio González a Revista Sendero. El autor de Borges. Los pueblos bárbaros, cree que Borges se expresa de una manera elevada en su literatura y de una manera infantil en su opinión política. La opinión política es más fácil dejarla de lado, porque está hecha con ironía vulgar.
Cuando Perón asume su primer gobierno, a Borges lo desplazan de su cargo en la biblioteca municipal Miguel Cané, para nombrarlo como “Inspector de aves de corral”. Por aquellos años, Julio Cortázar publica su gran cuento, Casa tomada, en Anales, una revista que Borges dirige. Se dice que el cuento refiere a una extraña alegoría del peronismo; algo así como la casa de la oligarquía, que los “de abajo” comienzan a ocupar de a poco. Cortázar comienza a despegar con el otro gran escritor argentino; popular y reconocido. Cortázar lo lee a Borges y declara que quiere escribir en su lengua. Pero, en realidad, Cortázar busca lo que Borges rechaza: el shock del surrealismo. Lo fantástico en la literatura de Cortázar es que no es una respuesta a Borges; es, simplemente, diferente.
Con el derrocamiento de Perón en 1955, a Borges lo asignan director de la Biblioteca Nacional y como titular de la cátedra de “Literatura Inglesa”, en la Facultad de Filosofía y Letras. Un erudito de los libros que llega a estar rodeado de los mejores libros, justo, cuando se queda ciego. En “Borges y Perón”, David Viñas, sostiene que, mientras Borges concentra la línea “elitista-liberal”, Perón encarna la corriente “nacional-popular”. La clase media “liberal” vs. la clase media “populista”. Dos sectores que, se enfrentan, pero a menudo se ponen de acuerdo para exaltar el símbolo de una vieja Argentina.
Un día Borges decide reunir sus letras de milongas con la música de Astor Piazzolla y la voz de Edmundo Rivero en el disco El Tango. Un álbum que nunca llega a ser un éxito. Pero deja anécdotas que sí se hacen famosas, como cuando Borges se burla de Piazzolla y lo llama Astor “Pianola”. A Borges no le gusta el tango contemporáneo; añora la milonga y el tango antiguo, del arrabal de los recuerdos de su infancia.
Con el retorno de Perón a la Argentina, Borges se jubila de la Biblioteca Nacional y decide encontrarse con Ernesto Sábato. Es larga la discusión entre ellos, que parece molestarle más a Sábato que a Borges. Se reúnen en su departamento de la calle Maipú y tienen una serie de conversaciones bajo la iniciativa del periodista Orlando Barone (registrado en el libro Diálogos. Borges. Sábato). En el debate, Borges parece ser el vencedor, amparado por críticos y lectores, en tanto Sábato parece ser abandonado paulatinamente por ambos.
A los pocos días del golpe a María Estela Martínez de Perón, los invitan a Borges y a Sábato a un almuerzo en la Casa Rosada. A Borges no le parece convincente la carta que Sábato guarda en el bolsillo para respaldarse de cualquier posible requisitoria de Jorge Rafael Videla. Borges, más adentrado en la situación dictatorial, sale airoso del encuentro. Con el retorno de la democracia, ambos se arrepienten de aquel encuentro. No obstante, Borges condena la participación de Sábato en la Conadep y su famoso prólogo del Nunca Más. Borges cree que a los escritores no le competen esas cosas. Mientras que las posturas autoritarias de Borges parecen disiparse, asoma una nueva generación de escritores (Juan José Saer, Manuel Puig o César Aira) que no se intimidan por la sombra del gran escritor, aunque tampoco pueden eludirlo.
“Borges era un genio de la palabra. Me hizo reír tanto”, recuerda César Luis Menotti, director técnico de la Selección de Fútbol ganadora del Mundial 78´ sobre su encuentro con el escritor. Mientras dura el campeonato, Borges se va a cualquier parte donde no se hable de fútbol. En Esse est percipi, un cuento de Borges + Bioy, el fútbol es el protagonista. El texto es una crítica a la mediatización de la realidad y a las acciones cotidianas que sólo se legitiman a través de la mirada de un tercero.
Pero si Borges es el escritor nacional más popular, ¿a qué se debe su desencuentro con las grandes pasiones argentinas? En una de sus últimas entrevistas, ya viviendo en Ginebra, fastidioso tal vez por la consulta recurrente por su condición de argentino, Borges deja entrever a un periodista que no sabe quién es Diego Armando Maradona. Ocho días después de la muerte de Borges, el “Diego” le da forma a su obra cumbre: el gol con la mano a los ingleses. Una buena idea para el próximo cuento de Borges.
POR FABRIZIO SANGUINETTI