POR CINTIA ELÍN MARTÍNEZ
Impulsoras de la cultura, espacios para viajar en el tiempo; las librerías son y han sido durante décadas lugares de abstracción. La realidad se torna difusa y las horas parecen minutos para cualquier lector que las visite. Las hay chicas o grandes, oscuras o luminosas, ordenadas o caóticas, pero lo que todas ellas tienen en común es ese aroma a página recién impresa, la tan adictiva fusión de la tinta con el papel que resulta encantadora.
Sin embargo, no todo es magia y placer. En medio de la vertiginosa situación sanitaria y económica que atraviesa el país, comenzó a circular la noticia de que una prestigiosa editorial habría tomado la decisión de comercializar sus obras a través de Mercado Libre. Se trata del Grupo Planeta, la firma española fundada en 1949, que aglutina alrededor de sesenta y cuatro editoriales y ocupa el primer puesto en lengua española y el décimo en el mundo. La iniciativa generó gran descontento ya que tiende a correr del escenario comercial a las librerías, eternas mediadoras entre los títulos y sus lectores.
—Desde Planeta no se comunicaron para nada, tomaron la medida y nos enteramos cuando la librería Eterna Cadencia lo publicó —comentó Rodrigo Ariel Torres, socio gerente de Librería El Aleph, en comunicación con Revista Sendero.
Las redes sociales —ni lentas, ni perezosas— rápidamente hicieron eco de este acontecimiento y las opiniones negativas no tardaron en hacerse oír. Cobraron protagonismo los análisis poco optimistas acerca de las consecuencias que traería esta medida e, incluso, hay quienes llegaron a afirmar que esta significaría el fin de las librerías.
Las predicciones apocalípticas acerca del futuro de este rubro resuenan tanto como las que se hacen en torno a la industria televisiva o radial. Hace ya varios años comenzó el debate acerca de qué papel ocuparía el libro impreso ahora que las opciones digitales —los llamados ebooks— permiten acceder a muchos títulos desde la practicidad de un solo dispositivo. Sin embargo, pareciera que ese temor quedó descartado: las nuevas generaciones no han relegado por completo al papel. De hecho, según un estudio realizado por Sabrina Helm, profesora de la Universidad de Arizona, los millenials aún prefieren la tapa dura al formato digital.
Hoy la preocupación no pasa por los libros sino por la librería, último eslabón de la cadena productiva. Sus puertas estuvieron cerradas durante al menos cuatro semanas en todo el país y, tanto dueños como empleados, sufren el impacto de la crisis. Como en casi todos los rubros, los ingresos han disminuido. Según la Cámara Argentina de Papelería, Librerías y Afines (CAPLA), las ventas cayeron un 70 % respecto al mismo período del año pasado.
Al analizar la decisión tomada por Editorial Planeta, se evidencia que las ventas online se han potenciado durante la cuarentena. Mercado Libre pertenece al sector que ha salido favorecido con el confinamiento. Según la Cámara Argentina de Comercio Electrónico (CACE), durante el mes de abril la facturación por venta online creció un 84 % en comparación con un mes promedio del primer trimestre de este año.
—La medida no va a afectar a las librerías, son aliadas estratégicas. No es una falta de ética, ya que nuestros principales socios eran, son y serán las librerías y sus libreros. No dejaremos de abastecer a la librería y tampoco nos guardaremos títulos para nuestro canal —manifestó Santiago Satz, gerente de prensa de Grupo Planeta Argentina, en comunicación con Revista Sendero.
En paralelo, muchos salieron a defender al rubro bajo el hashtag #LasLibreriasImportan. Incluso hubo quienes aconsejaron a los libreros empezar una especie de boicot y dejar de vender los títulos pertenecientes a Grupo Planeta. La firma es reconocida a nivel mundial, ha publicado alrededor de seis mil títulos y más de mil quinientos autores.
Rodrigo Ariel Torres, socio gerente de Librería El Aleph, sostuvo su preocupación: “Me encantaría que todos los libreros nos pongamos de acuerdo para no trabajar más con Planeta, pero no lo creo. Ya ha pasado con otras editoriales. Se intentaba hacer boicots, pero duraban diez días porque aparecían otros libreros que no lo respetaban. Somos un gremio grande, pero poco unido”.
Torres comenta que esta iniciativa no lo sorprende para nada. Hace años que la editorial acciona de manera injusta centralizando sus ventas en las grandes cadenas de librerías.
—Ellos hablan mucho de librerías independientes, pero material para esas librerías no hay, y lo que es más grave, el stock no lo reimprimen hasta que no lo solicitan Cúspide o Yenny. Mientras tanto, todos los libreros chicos lo tienen faltante hace ya un mes. En el discurso dicen que cuidan a las librerías chicas pero en los hechos no nos cuidan en absoluto.
De más está decir que las librerías porteñas no son las únicas afectadas. Editorial Planeta tiene una notable presencia a lo largo de todo el país y, es por eso, que los efectos de esta medida repercuten también en el interior. Nadia Ramos, empleada de Librería Klas en Bahía Blanca, agregó: “Todas las editoriales hicieron siempre lo mismo. Hacen lo que les conviene. No creo que nos afecte, los libreros estamos siempre. A la gente le gusta venir a ver los libros y que les hagamos recomendaciones”.
En cuanto al stock que les envía Planeta, Nadia declaró que, después de la crisis del 2001, siempre hubo faltante para las librerías pequeñas: “Con las librerías chiquitas ya casi no trabajan. No las mantienen, no las tienen en cuenta. Les gusta trabajar con las grandes cadenas”.
—La medida surge ante la necesidad de llegar al mayor número de lectores posible. Ante el cierre de las grandes cadenas comerciales y shoppings, los principales puntos de venta se vieron afectados y, por lo tanto, la llegada de títulos al lector también. Esta situación, inédita en el mundo, nos hace ver diferentes ángulos de acontecimientos. Esto es hoy, mañana veremos —afirmó Satz, gerente de prensa de Planeta, en defensa de la editorial.
Daniel Badenes es docente e investigador en la Universidad Nacional de Quilmes. Además, dirige proyectos de investigación y extensión sobre el sector editorial, especialmente vinculados a la edición independiente. Badenes describió la medida como “esperable desde el punto de vista de las grandes corporaciones transnacionales” y agregó: “Planeta es uno de los dos grupos editoriales (junto a Penguin Random House) que concentran la mitad de la producción de libros de habla hispana. No está en su agenda el cuidado de las pymes que forman el mundo del libro ni del trabajo local, sino la maximización de las ganancias”.
Afortunadamente, Badenes afirmó que las librerías dedicadas a la venta de editoriales independientes es muy probable que no se vean afectadas. Sin embargo, existe un inmenso sector que subsiste gracias a la venta de editoriales variadas y para las cuales comercializar los títulos de Planeta significa poder pagar el alquiler de sus locales. Este último sector, que cuenta, o contaba, con el respaldo de la editorial será, seguramente, el más perjudicado.
A pesar de todo esto, Badenes no cree que las librerías vayan a desaparecer en un futuro próximo y, al igual que Nadia, sostiene: “Los libreros cumplen un gran rol como curadores, seleccionadores, recomendadores y también como gestores culturales, que hacen mucho más que simplemente vender libros. Diría que esta es una preocupación más para el sector, que hace tan urgente la necesidad de políticas públicas, la urgencia de iniciativas como la Ley del Instituto del Libro que ojalá tenga tratamiento y se apruebe este año”.
El proyecto de ley que nombra Badenes fue presentado durante el 2019, en medio de la crisis económica que azotaba al país y que provocó la caída de un 40 % en el mercado editorial, según los informes realizados a fines de 2018 por la Cámara Argentina del Libro (CAL) y la Cámara Argentina de Publicaciones (CAP). En este marco un grupo de escritores, editores y bibliotecarios, junto a diputados de diferentes fuerzas políticas, comenzaron a soñar con la creación del Instituto Nacional del Libro Argentino (INLA).
De la misma manera que el cine y la música tienen instituciones que las respaldan (el INCAA y el INAMU, respectivamente), el objetivo de esta ley es crear un ente generador de políticas públicas que acompañen a los actores intervinientes en la cadena productiva y comercial de los libros.
A pesar de ser una de las industrias culturales más emblemáticas de nuestro país, este sector jamás ha sido objeto de una política estratégica a largo plazo. Con el objeto de revertir esta situación, la ley propone, entre otras cosas, “ejecutar políticas a nivel regional e internacional, para propiciar estrategias de integración editorial y de circulación regional del libro argentino a precio competitivo”.
La aprobación de este proyecto significaría dar un gran paso hacia una necesaria bibliodiversidad. Lo que se espera es lograr que este rubro deje de estar regido única y exclusivamente por la reglas del mercado y empiece a tomar en cuenta el papel que tiene como agente democratizador de las ideas y valores de una sociedad.
Por el momento, la discusión de esta ley se encuentra en stand by, a la espera de que finalmente este año tenga el tratamiento que merece. Mientras tanto, la industria del libro se ha convertido en un campo de batalla. El conflicto entre los pequeños libreros y los grandes grupos editoriales no es novedad aunque sí se torna cada vez más intenso.
POR CINTIA ELÍN MARTÍNEZ