PRIMO LEVI. NO HACE MUCHO. NO MUY LEJOS

Hay trece kilómetros de vallado, hay excremento por todas partes de algunos presos que vacían sus intestinos más de veinte veces al día; hay barracones de madera y colchones llenos de pulgas. Hay una ciudad polaca llamada Oswiecim que los ocupantes nazis llamaron Auschwitz, y hay, en Monowitz —un campo satélite de Auschwitz—, un escritor: un hombre de 24 años, licenciado en Química, italiano antifascista entregado a la Gestapo —la policía secreta nazi— en cumplimiento de las leyes raciales de Benito Mussolini. 

Es marzo de 1944 cuando deportan a Primo Levi a la Polonia ocupada por los nazis. Deshumanizarlo fue lo primero. Dejó de ser Primo Levi para convertirse en “174517”. Una marca en tinta azul que llevó en el antebrazo se lo recordó siempre. Pasaron diez meses antes de que el campo —por donde pasaron 1,3 millones de personas, de las que 1,1 millones fueron asesinadas— fuera liberado por el Ejército Rojo. De los 650 judíos italianos de su grupo, fue de los veinte que sobrevivieron al exterminio. 

Después de llevar carretillas cargadas de cenizas de cuerpos, de oler la carne quemada y de caminar con unos zapatos que se hundían en la nieve o en el barro, y tapaban las llagas infecciosas ocasionadas por horas eternas de trabajo, Primo Levi escribió en 1946 Si esto es un hombre, considerado uno de los grandes, grandes, grandes relatos del siglo XX. Lo escribió como un muerto en vida; lo escribió inmediatamente después de su retorno a Turín, ciudad donde había nacido en el norte de Italia.

“Cuando estaba en el campo de concentración tenía siempre el mismo sueño: soñaba que regresaba, que volvía con mi familia y les contaba, pero no me escuchaban. Era comparable al sueño de Tántalo, en el que éste casi come, llega a acercar el alimento a la boca, pero no logra morderlo. Es el sueño de una necesidad primaria, la necesidad de comer y ver. Así era la necesidad de contar”, escribe Levi.

Con los años, Primo Levi escribió más textos sobre el hecho que marcó centralmente el siglo XX: el Holocausto. A Si esto es un hombre se sumó La tregua,, una narración de su regreso a pie desde Auschwitz hasta Turín, y Los hundidos y los salvados, donde clarifica la diferencia entre los supervivientes y las víctimas, y con el que completó la “trilogía de Auschwitz». Y en 1975 publicó un libro con el que su obra pasaría a formar parte de la historia negra de la humanidad. Lo tituló El sistema periódico y allí relacionó cada elemento químico con una narración. En uno de los capítulos hace referencia al Holocausto sufrido en primera persona. 

Su estilo respondió a su deseo de no dar lecciones de heroísmo: «El lenguaje mesurado y sobrio del testigo, y no el lamentoso lenguaje de la víctima ni el iracundo lenguaje del vengador era el adecuado para llegar a la profundidad del espíritu”, escribió Levi. La inteligencia serena fue su marca: sutil, controlado y sensible. 

“A menudo me he dejado llevar por bajones. Ya todo me da igual”, dijo en Yo, quien os habla, el libro de entrevistas que le hizo el crítico literario Giovanni Tesio unas semanas antes de su muerte en 1987. En sus páginas, mientras Tesio pregunta con la intención de recorrer la biografía de Levi, recibe las respuestas de un hombre cansado y herido; alguien que ha perdido la curiosidad.

El 11 de abril de 1987, a los 66 años, Primo Levi se arrojó desde el tercer piso de su antiguo edificio de Turín. 

Dejó su mirada, que registró circunstancias y perfiles precisos de verdugos y prisioneros, y que no prescinde del detalle, que es el verdadero punto de verdad de un retrato. Y dejó palabras llegadas de una galaxia limpia y triste después de pasar una temporada en el infierno: «Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigirse a los hombres libres, habría sido este: ‘No hagan nunca lo que nos están haciendo aquí’». 

Levi. No hace mucho. No muy lejos.

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